Últimamente se habla mucho sobre la cuestión de alcanzar una muerte digna, de morir con dignidad. La muerte biológica es la consecución final de una vida desarrollada de una forma eficiente, positiva, asumida y vivenciada desde unos valores éticos de responsabilidad, consciencia con nuestro compromiso de crecimiento personal, ejercida en los límites de una libertad que implica respeto y reconocimiento propio, y del resto de la humanidad. La muerte biológica debe ser asumida como una realidad incuestionable.

Vivir con dignidad es sinónimo de respeto a la identidad personal que somos, a nuestros semejantes, a los demás seres sintientes, al entorno próximo y lejano, al planeta. La vida es muy hermosa, un regalo del Espíritu que merece ser vivida con honradez y plenitud, desde el equilibrio interior, transmitiendo todos aquellos valores universales que, desde siempre, han sido depositados para el crecimiento y desarrollo de nuestra especie.

La vida humana es valiosa en si misma; aún más: debe ser valorada, respetada y protegida con firmeza. Nuestra propia vida no es algo superfluo, fruto del azar. Es un don extraordinario poder aprehender y comprender los misterios de la vida, del mundo y del universo…desde nuestra mente finita. El Ser Humano no es, como afirmaba el filósofo existencialista alemán M. Heidegger, “un ser para la muerte”, sino una realidad maravillosa en constante transformación, a la búsqueda del sentido último de su ser (Federico de Sánchez).

El valor de la vida humana

El Ser Humano tiene necesidades. Necesidades que deben ser cubiertas día a día. La necesidad de alimentarse, la necesidad de vestirse, de tener un techo… Necesidades biológicas, relacionadas con la supervivencia, que son esenciales a nuestra especie. Además, existen otras realidades que poseen similar importancia a las anteriores y que, generalmente, solemos prestarles menor valoración: el bienestar emocional (pensamientos, sentimientos, emociones) que es sinónimo de salud integral. Todo lo anterior, sumado, equivaldría a disfrutar de una calidad de vida correcta, adecuada y equilibrada.

Nuestra especie tiene la enorme fortuna de poder acceder a una realidad de naturaleza superior, a un ámbito de manifestación existencial que implica un salto cualitativo respecto al mundo exclusivamente materialista, lo que permite interrogarnos por el propio sentido de la vida, de “mi vida”. Desde el respeto a planteamientos de carácter científico-tecnológico -útiles en el día a día, aunque en constante cambio y mutabilidad- está el sentido mucho más profundo, estable y certero que expresa el sentimiento vivencial de la Espiritualidad.

Qué engloba la espiritualidad


Espiritualidad implica comprensión, búsqueda de las claves esenciales de manifestación de nuestro ser. El Ser Humano no es sólo una compleja maquinaria sofisticada que puede ser reparada permanentemente, cambiando las piezas gastadas por otras nuevas; si todo fuera tan sencillo, no tendríamos la maravillosa capacidad para seguir formulando las eternas preguntas que, desde nuestros ancestros, siguen golpeando nuestra conciencia: ¿Quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, ¿a dónde dirijo mis pasos?...Desde unos límites temporales (nacer, crecer, brillar y apagarnos) hasta planos elevados del infinito podemos crecer en consciencia y esencia, contribuyendo a crear una realidad gratificante.

El Ser Humano es un ser complejo, en permanente estado de movimiento y cambio. La realidad racional no es tan simple como aparentemente se presenta. Sentir y experimentar es una constante a nuestra especie. En nuestra era actual, tecnológica y sometida a una aceleración extremadamente dinámica, donde los avances de las ciencias pretenden querer eclipsar el sentido de visión humanista de nuestra especie; por el contrario, podemos comprobar -fácilmente- todo lo opuesto a lo aparente. Sobre todo en tiempos de crisis. Aún en una situación de crisis material y de valores como la presente, es tiempo para la esperanza: ¡siempre hay tiempo para la esperanza!

La espiritualidad y la conciencia humana

La ignorancia no es otra cosa que falta de conocimiento; cuando tenemos auténtico conocimiento poseemos las llaves de la liberación del miedo, ofuscación, dolor y sufrimiento que nos perturban e impiden desarrollarnos, apresándonos con las gruesas cadenas de lo perecedero, temporal y finito que nos atan a una vida llena de absurdos prejuicios y banalidades, que llevan a estrellarnos contra las rocas del acantilado del fracaso existencial.

Desde la Espiritualidad, la Nueva Espiritualidad, que es auténtico crecimiento y desarrollo personal, podemos romper esas cadenas de lo cotidiano y existencial, de lo efímero y minúsculo que nos separa de la realidad plena de nuestro ser. Nuestra consciencia es una herramienta maravillosa que nos permite crecer, ampliando y expandiendo los límites espaciotemporales, para conectar con la esencia que llevamos en lo más profundo de nuestro interior, la que puede guiarnos en el día a día.

Planteamos que nuestra condición esencial es transformar nuestra existencia en algo festivo, responsable y trascendente; por lo que tenemos que expresar cada día una gratitud infinita y renovada. Nuestro mayor capital y tesoro está dentro de nosotros: paremos la agitación externa y escuchemos a nuestro corazón, para lograr conectar con el alma universal de la vida. Concluiremos nuestra reflexión con unas palabras de Jesús de Nazaret, el Cristo:

“Reconoce lo que tienes ante tu vista y se te manifestará lo que te está oculto, pues nada hay escondido que no llegue a ser descubierto” 

Federico de Sánchez es periodista especializado en salud, crecimiento personal y espiritualidad. Filósofo, teólogo y coach espiritual. Presidente de la Sociedad Española para la Difusión de la Espiritualidad.