La alcachofa, por su alto contenido en agua y fibra, es un producto digestivo que evita la retención de líquidos, nos ayuda a quemar grasas y a controlar el colesterol, además es baja en calorías, por lo que es muy utilizada en dietas de adelgazamiento.

Lo primero que debemos saber es cómo elegir unas buenas alcachofas. Para ello, es fundamental fijarnos en su textura, que sea firme y prieta, que tenga las hojas cerradas, y cuando la aprietes que notes un leve crujido, que su base sea gorda y cuanto más pese mejor. Si están blandas, no las cojas, significa que no son frescas.

La limpieza de las alcachofas tampoco es complicada si conocemos la técnica para que no se oxiden, ya que una vez cortadas se oxidan muy rápidamente y se ponen oscuras, lo cual empeora considerablemente su aspecto. Para impedirlo, después de retirar las hojas laterales, la punta y un trozo de tallo (todo eso lo podemos utilizar para caldos de verduras y posteriormente mojar un arroz) hay que introducirlas en un bol con agua fría y con abundantes ramas de perejil, que luego podemos utilizar para cualquier otra cosa. La técnica más popular para evitar la oxidación siempre ha sido añadir algún cítrico, -vitamina C-, principalmente zumo de limón, pero tiene el inconveniente de que aporta sabor, al igual que añadiendo un chorrito de vinagre, por lo que, a pesar de evitar la oxidación, no es nada recomendable.

Alcachofas. 

Dependiendo de la manera en la que vayamos a utilizarla, debemos cortarla de una u otro forma. Por ejemplo, si queremos hacerlas a la brasa, es mejor dejarla entera; si es para guarnición, es mejor quedarnos solo con el corazón; para sofritos o guisos, además del corazón, también podemos aprovechar el tallo, que es totalmente comestible, previamente pelado. Si nuestra intención es hacer chips o crujientes de alcachofa, debemos cortarla a láminas muy finas longitudinalmente, para posteriormente, freírlas en abundante aceite a gran temperatura, o ponerlas en el horno.

Recetas más típicas con alcachofas