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Tres hombres mayores con traje y corbata posan frente a un fondo gris.
INVESTIGACIÓN

En primera persona, muerte de Julián Muñoz: Mi lucha contra el gilismo y la corrupción

Muñoz se convirtió en el mamporrero que firmaba todo lo que le ponía Gil y durante una década asumió del jefe sus praxis

Este miércoles, 25 de septiembre, Julián Muñoz Palomo, de 76 años, será incinerado en la intimidad familiar. Esa intimidad que él perdió durante años y quiso recuperar en sus últimos meses de vida tras un cáncer que le perseguía.

Con él se va una pieza clave de la corrupción en nuestro país. En concreto, de la más grande corrupción municipal nunca vivida en la nueva España plural y que saqueó a la Costa del Sol con su reino de taifas de Marbella. El gran paraíso del gilismo desde 1991 hasta 2004. Se dice pronto. Trece años de corrupción sin que los poderes del Estado hicieran nada. Así de crudo y de real.

El gilismo, que lideró el “pionero” de la corrupción Jesús Gil y Gil, a la sazón dueño y señor del Atlético de Madrid, un club señero y popular hoy en poder de sus hijos, se va apagando así poco a poco. Con la muerte de Muñoz se nos va para algunos —muy pocos, esa es la realidad— muchos años de sacrificio periodístico y de investigación. Quizá demasiadas penurias personales.

Siempre lo dije, éramos muy pocos los periodistas de esos principios de los años noventa que osábamos discutir al gran y poderoso Gil y Gil, el célebre de las ‘mama Chichos’. Ese ser que hacía reír a todos, el gran bufón de una corte de adláteres pagados por el dinero público de Marbella, un erario que fue desfalcado.

Un día primaveral de 1993, tras sacar mi primer libro “Jesús Gil, el gran Comediante” y enfrentarme al todopoderoso presidente atlético y dueño de Marbella en el mítico programa de ‘La máquina de la verdad' (del gran y recordado Julián Lago), el periodista Alfonso Azuara, uno de los periodistas mejores y más incisivos y claros en el deporte español, me dijo: “Galiacho, no lo entiendo… tras leer tu libro, uno de los dos debería estar en la cárcel. O tú por mentir en tus páginas, o Gil por lo que cuentas de él”.

Yo sigo aquí, actualmente como director de elcierredigital.com, y Gil tardó aún muchos años en entrar en prisión. Y lo hizo gracias al valor y la independencia de jueces como Santiago Torres o Miguel Ángel Torres. Así era esa España. A personajes como Gil y Gil se les aupaba, se les adoraba, se les idolatraba, se les aplaudía sin rubor alguno. Y a mí me mandaban a comer bocadillos en las gasolineras. “Aún tienes que comer muchos bocadillos Galiacho”, me decía un crecido Gil y GIl.

Pero el idolatrado mandatario atlético no sabía que los periodistas de investigación somos maratonianos, corredores de fondo, y el tiempo pone a cada uno en su lugar. Y a Gil y Gil la historia ya lo ha definido: el cáncer de la corrupción municipal en España.

Pero para llegar a eso, contó con la complicidad de personajes como Pedro Román o Julián Muñoz, a los que nombró tenientes de alcalde de Marbella. Su objetivo: que firmaran los convenios y corruptelas que él nunca firmaba. Quizá porque por entonces eran los tontos útiles.

Pero esos llamados tontos útiles llenaron sus bolsillos de plata corrupta del erario marbellí. Aunque hubiera que firmar los convenios en los capós de los coches. Era la prepotencia y la arrogancia al máximo estilo siciliano.  

Julián Muñoz y Maite Zaldívar durante la rueda de prensa que ofreció el exalcalde.
Maite Zaldívar y Julián Muñoz. | Archivo

Aunque algunos lo denunciamos, no pasaba nada. Ni siquiera con el apoyo del recién nombrado fiscal Anticorrupción Jiménez Villarejo, ni del fiscal Carlos Castresana, un luchador que batalló como pudo y lo que le dejaron contra el gilismo.

Daba igual, la Costa del Sol era el imperio y el feudo del gilismo. Lo hacía con el beneplácito de una clase social y política que vivía bien, sin sobresaltos. Poco les importaba que se vulnerara la ley o que se derribaran casas como palillos, que se despilfarrara el dinero en estatuas o paseos “ostentóreos”, que se dieran propiedades a dedo o dinero a determinados periodistas afines. Como también que determinados jueces acudieran a congresos a gastos pagos en Marbella.

Qué más daba. Se miraba hacia otro lado. Y tú tenías que comer bocadillos, mientras ellos comían caviar y corruptelas. Pero con la diferencia de que el bocadillo era limpio.

Presiones y ataques del gilismo

Julián Muñoz, con su arrogancia y la prepotencia de entonces, siempre con su séquito, sembró el terror entre los no afines por orden de su jefe supremo. A mí me vigilaron, me siguieron, me pusieron policías locales que solo estaban al servicio del gilismo, me allanaron varias veces las habitaciones de los hoteles donde pernoctaba en Marbella con el más cómplice silencio. Me robaron mis crónicas que entonces enviaba por fax desde los hoteles, como el conserje de noche del célebre hotel Don Pepe, al que Gil premió por su labor de espionaje con un puesto de funcionario municipal en los conocidos arcos de entrada a la ciudad.

Intentaron aniquilarme, pero no pudieron. Aquí sigo y hoy, esta noche, escribo esto, porque con la muerte de Julián Muñoz también se va parte de mi vida profesional.

La de un joven periodista, por entonces en la revista Época, que creía en la libertad y en la verdadera información. Y nunca podré estar más agradecido a mis directores, como Jaime Campany y Miguel Torres, que siempre me apoyaron en todo, hasta en las infamias y calumnias vertidas por Gil y sus secuaces.

Aún recuerdo cuando me enfrentaba al alcalde de Marbella en los programas de televisión. Con su oronda figura y rodeado de guardaespaldas —porque “el gordo”, como lo llamaban, era un miedoso, por no decir otra cosa— entraba en el habitáculo previo de maquillaje y al verme decía en alto y a gritos: “Cómo huele aquí a h…de p….”. Era su vocabulario habitual.

Con la muerte de Julián Muñoz se va  otra pieza clave en esa corrupción que Gil montó con su curioso partido, Grupo Independiente Liberal (GIL).

Muñoz conoció a Gil y sus hombres en su bareto de Puerto Banús, que montó a finales de los ochenta tras varios negocios fallidos junto con su entonces mujer —ahora de nuevo reconvertida en esposa difunta—, Maite Zaldívar.

Gil no quería a Muñoz. Él siempre dijo a sus próximos que la que le gustaba era Maite y que a Julián no lo quería en las listas. Pero Maite le dio la vuelta y colocó a Julián en las listas del GIL y ella se salió. Así entró en ellas Muñoz, al que por entonces llaman en Marbella “el rojillo”. No por su ideología política, sino por el estado de sus cuentas corrientes.

Muñoz empezó a ser el fiel escudero de Gil y Gil. Firmaba lo que le decía y ponía. Tanto, que Encarna Sánchez me contó que cuando realizó la transacción de su célebre chalé de La Gaviota —ahora derribado por Antonio Banderas— y ante el problema de que el terreno donde se asentaba la parcela era un vertedero municipal, Gil no quiso firmarlo.

Y ella le dijo: “Pues si tú no lo firmas, yo tampoco”. Y quien lo firmó fue Julián Muñoz. Y Encarna mandó a firmarlo a su administrador Codero. “Yo igual que tú”, le dijo a Gil y Gil.

Muñoz se convirtió en el chico de los recados, el mamporrero que firmaba todo. Así, durante una década aprendió del jefe y asumió los métodos nada éticos ni morales de Gil y Gil. Y cuando a Gil se le condena por “el caso Camisetas” y tiene que dejar la alcaldía de Marbella en 2002, dejó al frente a quien él consideraba su siervo. Pero ya no era así.

Dos hombres en trajes formales, uno de ellos levantando el puño, posan frente a un fondo con letras grandes.
Julián Muñoz y Jesús Gil y Gil. | Archivo

Pero ese camarero abulense, el “rojillo”, sin un duro, conocido como “Cachuli”, natural del pueblo abulense de El Arenal, ya no era el que Gil creía. Había cambiado.

Tanto, que hasta había cambiado de mujer. Dejó a su chica de toda la vida, la camarera Maite Zaldívar —ex miss Autoescuela—, a la que conoció en los años setenta en una noche veraniega en Madrid cerca del barrio de Argüelles, por la llamada “viuda de España”, la tonadillera Isabel Pantoja.

Isabel Pantoja llega a la vida de Julián Muñoz

Y con ella llegó el final del gilismo. Y de Julián Muñoz. Y Gil lo sabía. Tanto que llamó a capítulo a Muñoz y a Zaldívar y les dijo: “Lo que hagáis con vuestra vida privada… allá vosotros, pero a mí no me jodáis, aquí seguís siendo un matrimonio, sí o sí”.

Y les obligó a dar la famosa rueda de prensa desmintiendo la relación extramatrimonial de Julián Muñoz con la Pantoja. Pero esto poco duró, porque Maite era una mujer despechada dispuesta a todo y largó lo de las bolsas de basuras repletas de billetes de la corrupción.

Una práctica habitual en Marbella desde 1991, con el visto bueno y “generosidad” de  otro gran corrupto, Juan Antonio Roca, el murciano que convirtió Marbella en su cortijo y que nunca avaló la llegada de la Pantoja.

La cantante Isabel Pantoja junto a Julián Muñoz.
Isabel Pantoja y Julián Muñoz. | Archivo

Y con Isabel llegó el final. Quizá porque Julián estaba colado por ella, como un jovencito de colegio. “Mi gitana, qué guapa que eres”, le decía todas las mañanas nada más levantarse. Pero esa gitana de Muñoz había cambiado todo el organigrama marbellí. Y Gil y Roca no estaban dispuestos a ello. Eran capaces de lo que fuera. Y así lo hicieron. Compraron concejales, políticos de medio pelo, y los “secuestraron” y se los llevaron a Ceuta. Y se cargaron a Muñoz.

Así se dio luz verde a la Operación Malaya y las posteriores detenciones de toda la tropa. Uno tras otro. En una Marbella que empezaba a despertarse de la dictadura del gilismo, que tenía pagados a todos. Eran siervos de su gran señor. Desde el conserje hasta el funcionario. Y si alguno se salía del guion, se le advertía: "Tú quieres problemas… con la edad que tienes mejor vive tranquilo”. Estaba dicho todo.

Esa es la Marbella que se va con Julián Muñoz. Luego, cuando Julián salió de la cárcel años después, estaba arrepentido. Y así me lo dijo: "Galiacho, qué gran razón tenías". Y yo le respondí: “Y de qué sirve ahora, Julián”.

Julián Muñoz en la URJC

Por eso intenté llevar a Julián Muñoz, con la ayuda de mi buen amigo Antonio Rubio, exresponsable de investigación del diario El Mundo, a dar una charla a la universidad para que explicara el porqué de su agitada vida. 

Era un  curso de verano en la Universidad Rey Juan Carlos titulado “La corrupción en España”, donde Muñoz iba a contar a los jóvenes españoles por qué existe la corrupción y por qué lo hizo.

Al final no nos dejaron hacerlo, a pesar del gran esfuerzo del entonces director de la Fundación de la URJC, el recordado y querido catedrático de Derecho y gran persona Pepe Pérez de Vargas.

Cuando todo estaba listo, las presiones políticas y de determinados medios de comunicación tiraron por tierra la cita donde Muñoz iba a hablar alto y claro. Y, además, en un foro abierto como la Universidad.

La imagen muestra dos portadas de libros. La primera, con fondo rojo, tiene el título
Portadas de los libros de Juan Luis Galiacho sobre Jesús Gil. | Archivo

Ahora, más de una década después de ese intento fallido, y ya muerto Muñoz, el exalcalde marbellí va a contar este miércoles, 25 de septiembre, “su verdad” en una entrevista póstuma para el programa ‘De Viernes’, en Mediaset.

Ojalá sea así. Y cuente la verdad para el bien de España y para que movimientos como el gilismo no se repitan nunca más.

Sé que Julián Muñoz se ha ido de esta vida arrepentido. Pero espero que ese arrepentimiento no se enturbie con la pronta aparición de un dinero nunca devuelto al erario marbellí.

Porque todavía quedan por salir a la luz cerca de 500 millones de euros, desfalcados al pueblo marbellí. Espero que Julián haya dejado escrito dónde están. O, al menos, dónde se esconde ese dinero robado y en qué sucias manos está.

Será así cuando descansará en paz y cuando el pueblo quizá pueda perdonarle de todas sus fechorías. Pero la ciudadanía debe saber dónde está el dinero de Marbella y poner nombres a quienes realmente se lo llevaron. Al margen de lo que oficialmente sabemos por la sentencia del caso Malaya. Y solo entonces Julián Muñoz Palomo podrá descansar en paz.

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