
Vergüenza ajena
Columna de opinión por José Francisco Roldán
Hemos de reconocer que vivimos tiempos en los que sentirse español lleva aparejado un serio complejo de inferioridad, por obra y gracia de unos líderes políticos, que dejan mucho que desear.
Cada día esperamos el siguiente escándalo gubernamental relacionado con episodios de corrupción. Son muchos los que se sienten apabullados por interminables anécdotas de nepotismo, clientelismo y una incesante retahíla de conductas relacionadas con el tráfico de influencias, malversación y otras sinvergonzonerías.
No es de extrañar la vergüenza que soporta gente honrada militando en partidos señalados por la duda y el desprecio. Es lógico reconocer que la generalización siempre es injusta, pero la sucesión de chorizadas derrumba cualquier resquicio de prestigio social.
Ninguna de las siglas más veteranas representadas en el Congreso de los Diputados resiste la prueba del algodón, porque rezuman odio y sangre. Bien les valdría, como han hecho en otros países, refundar los partidos para asearse, porque no representan más que traición, expolio y muerte.
Tampoco se libran todos los que ha heredado el más perverso pasado de grupos sociales hipotecados por sus deudas de limpieza y honor. La ausencia de ilusiones compartidas, especialmente, aquellos que han visto defraudado su modelo de sociedad democrática, está siendo solapada por una caterva de vividores de los recursos públicos amasando poder y dinero. Y se olvidan de un buen número de ciudadanos reclamando atención para orientar dignamente su vida, libertad y seguridad.
Son muchos los que se quejan de una estrategia patrimonializando bienes públicos en beneficio de quienes acaparan recursos colectivos, verdadera plaga social pendiente de erradicar. Esta última semana nos hemos desayunado con algunos acontecimientos singulares, como los mensajes entre altos dirigentes nacionales hablando despectivamente de sus propios compañeros de coalición o gobierno. Los que han tenido la oportunidad de seguir las informaciones periodísticas, habrán experimentado todo tipo de sensaciones negativas, sobre todo los afiliados partidarios, que habrán constatado el nivel ético de quienes les representan.
Simultáneamente, la guerra comercial enviaba muchas dudas sobre un futuro en serio peligro de colapso. Las maniobras para rescatar compañías importantes, nublando el escenario de la limpieza, no han hecho más que aseverar que el juego sucio con los dineros ajenos determina una estrategia política. Los intereses colectivos dejados de lado para asegurar la viabilidad de empresas a cambio de injustificadas contraprestaciones, porque los peculios personales siguen engordando sin hartura.
El equilibro comercial, ante la ofensiva norteamericana, se rompía arrastrándonos hacia países asiáticos, zona donde un conseguidor privilegiado había situado el punto de mira de sus intereses personales. Moría un referente mundial, antiguo tupamaro en Uruguay, reconvertido en hombre de estado, que ofertó prudencia, cordura y honradez. Siempre es bueno sumar para la causa de la dignidad. Un sabio, al que nuestros gobernantes parecen no entender ni atender.
La alternativa de poder en España se está preparando para afrontar el posible tramo final de una legislatura inmovilizada por las arenas movedizas de una tremenda falacia. No faltan quienes dudan de una inquietud real por aliviar la calamitosa perspectiva social. Los hay que respaldan las sospechas de una ambiciosa estrategia para cambiar personas, pero sin arreglar los estropicios que dejarán quienes han estado manoseando el futuro de los ciudadanos.
Hay que vencer a la pobreza, carestía de la vida, precariedad de la oferta de vivienda pública y recuperar realmente el empleo digno bien remunerado. Se debe canjear empleo por ayudas con las que se mantiene el paro.
Todo queda en segundo término frente al fútbol y sus filias o fobias camuflando una realidad estremecedora, porque olvidamos la pandemia, inundaciones, apagón, caos ferroviario o mal estado de las comunicaciones. No se mantienen las infraestructuras, porque el dinero se precisa para otros asuntos más rentables. Es muy lógico sentir vergüenza ajena.
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