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Entrada de una instalación militar con un letrero que dice "TODO POR LA PATRIA" en la parte superior.
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Todo por la pasta

Todo por la pasta, columna de opinión por José Francisco Roldán

Muchos españoles, especialmente los que cumplieron el servicio militar o han pasado frente a la puerta de una instalación militar, conocen el rótulo: Todo por la patria. Suele estar colocado en su frontispicio. Es un compromiso con el orgullo de pertenencia, obediencia, lealtad y respeto a los símbolos de una nación como la nuestra, la más antigua del mundo. Justifica la entrega absoluta en defensa de valores asumidos en el acervo común; promesa que nació durante la Guerra de la Independencia, entre el año 1808 y 1814, incorporada a los cuarteles de la Guardia Civil en 1937.

El concepto de sacrificio por la patria se remonta a tiempos inmemoriales. La ignorancia o manipulación interesada por obtusos de estos tiempos lo identifican como un texto franquista, otra barbaridad más, que protagoniza esa patulea de lerdos, empeñados en torcer la realidad con la propaganda más despreciable. Alguien eliminó del callejero al Almirante Cervera, que pasó a la historia de España antes de que hiciera la mili el referente perverso al que se alude sistemáticamente.

Tuvimos que escuchar a una ministra de Hacienda, en el Congreso de los Diputados, no hace mucho tiempo, cómo nos aseguraba que la educación y sanidad fue impulsada por Felipe González, señalando como ignorantes a los que se reían ante semejante monólogo de la estupidez. Dar la vida por España tiene sentido en quienes forman parte del ejemplo patriótico, bien demostrado en infinidad de ocasiones y durante nuestra historia. Dar la vida por un símbolo está al alcance de unos pocos, que dejan la huella indeleble de los héroes merecedores de honor y gloria.

Es muy complicado encontrar algo parecido en muchos de los escaños parlamentarios patrios, más bien todo lo contrario, porque ni se ruborizan mangoneando el texto y espíritu constitucional para regalar impunidad a condenados por sedición y malversación. Respaldan, sin avergonzarse, una injusta e ilegal venganza de traidores sectarios, absolutamente obcecados con destruir esa patria de la que habla ese rótulo, digno de encomio. Son demasiados españoles los que no aceptan la conducta inmoral y deleznable de parlamentarios secundando iniciativas pervertidas, por lo que deberían asumir sin pestañear las respuestas ajustadas a derecho, democráticas y justas, que se opongan a un modo de actuar que es de todo menos por la patria.

Buena parte de esos elegidos por el dedo caprichoso del que impera tienen una confusión al respecto, porque ven sobre los frontispicios de sus dependencias el rótulo: Todo por la pasta. Por encima de los ejemplos sentimentales, dignos de enaltecer, está la necesidad de seguir amamantándose de los recursos públicos. No pocos han sido rescatados tras perder cuotas de poder en sus territorios, como consecuencia del ejercicio democrático. Como lo consideran una mayoría de ciudadanos, representan una buena camada clientelar al servicio de quien los mantiene en el atroje de la prebenda.

No es correcto ni legal mostrar lealtad solamente por la pasta, que no tiene nada que ver con la patria, a la que se traiciona para sacar provecho inmoral e injusto de una poltrona privilegiada. No faltará quien, incluso, dentro de sus filas partidarias, se sientan avergonzados de tal comportamiento, que secunda iniciativas contra la patria, que deberían proteger sin fisuras frente a los que dedican todo su esfuerzo para dañarla.

Todos los seleccionados en ese desprecio colectivo deberían ser nominados a los próximos premios Goya, como los protagonistas de aquella película galardonada en el año 1991, donde se relataban tropelías de mercenarios sin patria, traicionados por ladrones, que se apoderaban de muchos millones ajenos. Buscando ciertas similitudes, no parecen distintas determinadas actitudes parlamentarias de ahora, porque se habla de traiciones, mucho dinero a repartir, ladrones y ausencia absoluta de dignidad, propio de personas sin alma, a sueldo de quien les compra por entregar su voto cautivo en el anfiteatro. Mercenarios sin patria, que no dudan en defraudar ese orgullo de pertenencia a lo que, cabalmente, deberían mostrar lealtad.  Sin duda, demuestran su desvergüenza haciendo todo por la pasta.

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