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Vista panorámica del interior de un parlamento con numerosos asientos ocupados por personas.
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Que se acabe el cuento

Que se acabe el cuento, por José Francisco Roldán

Hay pocos aceptando la situación que vivimos en España. Algunos la consideran una pesadilla. Otros están preocupados por cómo los tratará la historia, algo que explica muchas de las decisiones que están afectando negativamente a una buena parte de los españoles. La propaganda que se practica desde el poder nos ha introducido en el mundo de la ficción, donde ocupan un lugar preferente los relatos cortoplacistas.

No falta quien entiende como un mal cuento la cantidad de trolas que nos sueltan diariamente para justificar todo lo que no tiene explicación cabal. El desprecio que rezuma esa matraca política no pasa desapercibido a quienes pretenden estar al cabo de la calle y se preocupan por el devenir de nuestra sociedad, que sufre una rémora de deficiencias desesperante. El recurso a los cuentos de nuestra infancia empapa el modo de mostrar a una serie de personajes obtusos, preñados de influencia social, disponiendo los designios colectivos con un descaro insultante. Los acuerdos donde se distingue a los españoles según el lugar que habitan o nacen atenta gravemente a la igualdad.

Y la boca, en ocasiones, les traiciona con el desparpajo propio de mindundis sobrevalorados, protegidos por la zafiedad más sectaria. Resuena en nuestra memoria infinidad de relatos cortos, que formaron parte del acervo cultural de las familias en el mundo, porque hay muletillas, canciones, consejos y frases lapidaria, que se unen a las vivencias de seres imaginarios ofertando comportamientos legendarios, malévolos, generosos y toda una panoplia de modos y formas de ser y hacer, que sirvieron para construir la personalidad de muchos de los que ahora quedan estupefactos al escuchar las ocurrencias de determinados referentes sociales.

No cuesta trabajo alguno recuperar aquellas frases: Había una vez, érase una vez, érase que se era, allá en los tiempos, cuentan, en tiempos de, pues señor o ya ni me acuerdo. Nos valdrían para explicar los procedimientos políticos para poner en marcha cualquier iniciativa legal o malmeter composturas de oprobio, desprecio, lisonja, descrédito o falsedad, porque el albero parlamentario da para confeccionar cuentos sin descanso. No falta el malvado, la bruja, el fiero depredador, la infamia interesada, el sicario de la palabra, un adulador despreciable, el virtuoso y con ejemplar talante afectivo y justiciero, el odiador y el odiado, como toda una serie de segundones aplaudiendo cualquier desplante y ocurrencia de sus líderes.

El protagonismo de los cuentos políticos se distribuye con generosidad, aunque predominan, lógicamente, los que detentan el poder, en especial, gestionando dineros, vida y seguridad de los ciudadanos. No faltan madrastras y traidores que hacen daño con malévola intención. Lo que no cuadra con esos relatos infantiles, donde la ejemplaridad y el final feliz se imponía con rotundidad, es el desenlace amargo, injusto y denigrante que regalan tantas actitudes, legales o no, que merecen la reprobación de tantos autores clásicos de nuestra precoz atención.

Comienzo, desarrollo y desenlace son las partes principales del cuento de nuestra vida. Esas historias de buenos y malos, que no suelen ser verdad, porque hay quién se esmera en parecer bueno faltando a la decencia más primaria y engañando, diciendo lo contrario de lo que hace. Se considera aceptable, porque hay una parte de los voceros públicos que los justifica, mentir en una campaña electoral, como ocultar las verdaderas intenciones hurtando la realidad a los que deben decidir con su voto quién debe dirigir su futuro.

Hay muchos mequetrefes deambulando por el desarrollo del cuento hispano, que actúan de cualquier modo, menos ejemplar. Y el desenlace llevaría frases como: esto es verdad y no miento, vivieron felices, comieron perdices, y aquí se rompió una taza y cada quién para su casa, y así se cuenta, si este cuento gustó, mañana voy por otro o colorín colorado este cuento se ha acabado. La amnistía, indultos, enaltecimiento del terrorismo, eliminación de delitos graves, desprotección de los símbolos del Estado o religiosos, la indignidad de quienes pueden y no quieren, nos lleva a desear con absoluta urgencia que se acabe el cuento.

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