
Seguir Languideciendo
Una columna de José Fco. Roldán Pastor.
Es posible que, a estas alturas, algunos duden sobre lo que está pasando en España. Para demasiados, especialmente los bien informados e independientes, la realidad es tozuda y se está interponiendo una pertinaz resistencia del gobierno actual, retrasando lo inevitable, mientras se aceleran sus reformas legales pendientes y urgentes, tratando de blindarse ante las leyes.
Las expectativas afloran ante la tremenda realidad de varias causas penales que esperan sustanciar comportamientos, presuntamente delictivos, del entorno personal y familiar de un gobernante impermeable al desaliento. Mientras tanto, como es evidente, podemos comprobar cómo los españoles continúan enfadándose cada día, constatando que su dolorida autoestima sigue languideciendo irremisiblemente.
Flaquea la esperanza de que se convoque un proceso electoral a corto plazo. Hay demasiado hartazgo por la machacona trama mediática de esos voceros de la insolvencia intelectual dominante. Parecen marchitarse las condiciones adecuadas para exigir responsabilidades políticas y penales a los pillos aferrados al poder. Se apaga la aparente lucidez de los opositores, pertrechados de razones y argumentos rigurosos.
Existe depresión social entre quienes desearían un cambio de política económica para intentar recuperar el bienestar colectivo y un impulso decidido hacia la imprescindible y real creación de empleo. Hay demasiada tristeza por la equivocada prelación gubernamental en los problemas reales de muchos ciudadanos, quienes esperan respeto a la ley y defensa de sus derechos y libertades. Hay cierto abatimiento al contemplar cómo nuestros gobernantes dejan de lado la verdad, protagonizando estrategias ilegales e inmorales para prosperar.
En estos tiempos languidecientes se confía en la decidida contribución de los tribunales de justicia para hacer cumplir las leyes, mientras puedan hacerlo. Desgraciadamente, otras instituciones esenciales del Estado de Derecho parecen desplomarse en la consideración general, al haber sido subyugadas por el poder político más pernicioso.
La sinceridad ha languidecido tanto que decir la verdad supone un riesgo cierto de sufrir reproches y etiquetas peyorativas. Los sicarios de la palabra, bien amamantados por el gobierno, han emprendido una ofensiva mediática sin precedentes para silenciar a quienes pretenden contar la realidad de una actividad sonrojante, porque los recursos públicos han sido puestos a disposición de una trama corrupta salpicada de clientelismo despreciable.
La verdad languidece bajo la exultante campaña propagandística de los que se sienten más poderosos. El dinero sirve para eso, sobre todo cuando la traición se sitúa muy por encima del rigor y la buena fe. Los sabios pierden influencia cuando quienes dominan la opinión pública interponen insolvencia agresiva e insultante.
Viene al caso la patraña estadística que muestra una bajada de la criminalidad en España. Los datos que emanan de la Secretaría de Estado de Seguridad sobre delitos cometidos por localización los ubican en el espacio geográfico indicado. Sin embargo, los delitos cometidos por conocimiento se contabilizan según dónde se denuncian. Por tanto, es complicado que coincidan, pues en una dependencia policial pueden denunciarse delitos cometidos en otras poblaciones.
Los datos oficiales demuestran un enorme crecimiento en la comisión de delitos graves, especialmente los que atacan la vida, la integridad física, la sexualidad y la seguridad. En algunos casos, como las agresiones sexuales, el incremento es escandaloso. Los voceros a sueldo del régimen hacen mucho hincapié en la reducción de la suma total; de ese modo, al mezclar delitos leves con graves, la cifra total mejora en su imagen falaz.
Los delitos menores, sobre todo los hurtos, han dejado de denunciarse por la reducida eficacia policial y judicial, entre otras razones, por la desilusión social frente a quienes deberían tomar medidas eficaces contra sus autores, especialmente bendecidos por la languidez normativa. El ciudadano languidece sin esperar una respuesta decidida contra la criminalidad, que se ve suplantada por otros intereses espurios.
El maquillaje estadístico, muy recurrente en España, se ha enseñoreado también de los desastrosos efectos ocasionados por delitos perpetrados en determinados puntos del país, donde no es posible caminar con tranquilidad. Hay criminales justificados con excusas peregrinas interpuestas por analistas de salón, que no han sufrido las embestidas de bandas agresivas.
Demasiado fulero hueco nos hace seguir languideciendo.
José Fco. Roldán Pastor
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