
Los resilientes
Columna de opinión por José Francisco Roldán
Cada cierto tiempo alguien extrae del diccionario de sinónimos palabras rimbombantes para darse el pote. Por eso, actualmente, la fortaleza, resistencia, adaptación o flexibilidad se denomina resiliencia, expresión que otorga un nivel cultural superlativo.
La palabra migrante sustituyó a inmigrantes y emigrantes, y una legión de voceros, al dictado ideológico, divulgan para ser más cool. No olvidamos el término narcotraficante, utilizado en el cine para denominar a quienes hemos llamado siempre traficante de drogas. Se eleva el discurso público para poner en valor -otro recurso moderno-, determinadas maneras de hablar en determinados eventos y medios de comunicación, por eso no falta quien se apunta a esas novedades semánticas para no quedarse atrás en la nueva progresía lingüística.
Lo adecuado es hurgar en su significado para llegar a la esencia de un problema candente. Algunos líderes políticos abusan de los que intentan adaptarse frente a la adversidad, trauma, amenaza o tensión por negligencias o ineficacia oficial gestionando desagracias colectivas. Los resilientes del campo son el paradigma de la adaptación a las dificultades, que supone el modo de sobrevivir frente a todos los inconvenientes que regala la naturaleza.
Incluso, y tiene mérito, afrontan con dispar fortuna las normas impuestas por las actuales autoridades correspondientes. Como la injusticia que supone endurecer controles a los de casa y consentir excesos de quienes traen productos de fuera.
La mayoría de los españoles tienen sus raíces en el campo, donde sus antepasados sufrieron para vivir y facilitar como pudieron el futuro de sus hijos. Nadie como ellos podría explicar las penurias de su trabajo y las traiciones del clima en cada tramo del año. Aunque no sufrían demasiado acoso injusto de quienes debían propiciar su prosperidad.
Ahora, y es un clamor, la traición es protagonizada por quienes tienen la obligación legal de facilitar las condiciones adecuadas para dejarlos sobrevivir y producir alimentos. Esa presión excesiva está llevando a una seria disminución del bienestar colectivo.
Las prácticas agrícolas resilientes, expresión algo empalagosa, son las que permiten afrontar las inundaciones, clima, sequía, plagas, competencia desleal, presiones políticas, acoso comercial y burocracia desproporcionada. Para los agricultores y ganaderos es fundamental la conservación de la naturaleza y el uso eficiente de los recursos naturales, diversificación de cultivos y aplicación eficaz de las nuevas tecnologías.
Los gobiernos, donde incluimos a la Unión Europea, no deberían interferir para perjudicar al sector. Sino todo lo contrario, han de proteger, respaldar y colaborar con el origen de lo alimentario. Los mercantilistas franceses decían que la riqueza está en la tierra, el resto no son más que parásitos. Lo que no imaginaban es que una caterva de sanguijuelas iba a tomar decisiones para dañar esa riqueza.
La fortaleza de quienes superan dificultades permite albergar esperanza, a pesar de la enconada inquina de los que se dedican a succionar recursos públicos injustamente. Parásitos de la casta política ofenden al sentido común sistemáticamente. Atacan a ciudadanos que merecen la pena, que se forman, esfuerzan, reinventan, superan trabas. Y tienen muy claro cuál es el objetivo de una sociedad avanzada, que no solapa el legado de sus antepasados.
Los enemigos de la meritocracia interponen coartadas y argumentos huérfanos de ética, hasta legalidad, para sujetar con firmeza las iniciativas de los mejores, resilientes auténticos, enfrentados a la mediocre y falsa progresía cool. Son muchos los que sienten el orgullo de pertenencia y defienden un modo de entender la actividad democrática limpia y justa.
Somos una sociedad capaz de oscurecer a traidores políticos, contra los que se impone una transformación del panorama parlamentario. Además de evitar la presencia de seres obtusos y mediocres enriqueciéndose sin rubor. Las crisis sociales se superan interponiendo vigorosos argumentos de lo solidario y justo para involucrar a la mayor parte de la sociedad, que debe vencer la degeneración a la que estamos siendo sometidos.
Algunos gobernantes no practican ni obedecen las reglas democráticas. Sino que tratan de imponer sus decisiones con procedimientos torticeros desviando la atención general con la inestimable colaboración de los sicarios de la palabra. La demencia ideológica de unas minorías compinchadas, petulantes como nunca, no deberían vencer a la persistencia de los resilientes.
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