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Una multitud de personas caminando en un espacio público, algunas de ellas desenfocadas debido al movimiento.
COLUMNAS

Ruindad moral

Columna de opinión por José Francisco Roldán

Menos los muy torpes y descerebrados, que también existen, la mayoría sabemos a qué niveles están llegando algunas conductas de no pocos prebostes políticos. No hay mayor indignidad que comportarse como alguien ruin, vil o despreciable. En sus discursos, absolutamente fatuos, donde se arrogan la benemérita misión de servir a los ciudadanos, las peroratas rezuman una catadura ética de ínfima calidad.

Nos avasallan con insultantes soflamas justificando su preocupación social. Mientras, se embolsan buenos dineros y disfrutan de privilegios solamente reservados para una élite impostada. Y tratan como idiotas a todos los demás, perplejos ante tanta desvergüenza. La capacidad con la que una buena parte de la ciudadanía puede afrontar el coste de tantos elementos esenciales para vivir va disminuyendo en paralelo a las tragaderas de esos privilegiados, empeñados en sumar en el peculio propio, familiar o de los adeptos inquebrantables, auténticos pretorianos de la vida pública protegiendo a los que suelen deber casi todo lo que tienen o pretenden conseguir.

Mientras se restriegan sobre el barro infumable de las ideologías casposas, son demasiados los que están engrosando las filas de los pobres, incluso, trabajando. No tienen tiempo para afrontar con rigor la necesidad de viviendas sociales. Eso que hace unos años era tan habitual en cualquier población que se preciara. Sus medidas de control exacerbado de la vida ajena, obsesión ideológica obsoleta e injusta, está propiciando la escandalosa sumisión a la inoperancia.

Las necesidades imperiosas de empleo o recursos para vivir, entre los que se están imponiendo la carencia de soluciones para estudiantes y trabajadores cualificados, no hace más que abrir la brecha indecente de la marginación entre los que tienen algún poder adquisitivo, pero menguante. Y nos camuflan los datos reales del empleo. Los padres demandan respuesta de las administraciones para esmerarse en buscar soluciones. Menos diálogo de besugos y más acciones eficaces.

La educación, como dicen organizaciones especializadas, aunque tampoco falta el contraste cotidiano de profesionales y afectados, deja mucho que desear. Se admite sin rubor que la deriva en esta descomposición galopante no parece importar demasiado. Pues los responsables siguen discutiendo sobre qué idioma hay que hablar en determinadas zonas de España. Esto está privando a los jóvenes optar a sus plazas. Es más, expulsa a los profesionales de sus empleos por una discriminación absolutamente injusta, acaso ilegal, que reduce con desmesura la atención a los alumnos y servicios esenciales.

La atención sanitaria sigue de capa caída, y no hace falta recurrir a observatorios expertos en la materia. Se contrasta cada día en muchos centros sanitarios, con mayor intensidad en núcleos menores de población. El servicio público, en general, se resquebraja por las costuras de la soberbia. También por el endiosamiento de algunos malos funcionarios, empeñados en arrancar todo tipo de prebendas olvidándose de sus obligaciones.

La libertad de los ciudadanos, y son demasiados quienes se quejan y demandan atención al respecto, se disuelve entre indolencias de todo tipo y condición. La seguridad colectiva pierde fortaleza abandonándose a los amos de la calle, que no son los agentes de la Autoridad. Estos se repliegan sin opciones para enfrentarse con energía a los delincuentes empoderados por la inoperancia política.

Los procedimientos penales, verdadera herramienta para protegernos del delito, se embarrancan sin que los responsables muestren la menor preocupación. Suben los delitos; los graves más, pero lo ocultan. Malditos mentirosos. La vida e integridad de los vecinos peligra progresivamente. Pero los que deberían afrontar esta debacle social siguen de pelea y cotilleo faltándose al respeto compitiendo con chascarrillos barriobajeros. Porque tienen las espaldas bien cubiertas, la cuenta corriente, donde sea, garantizada. También alejados de la realidad que sufren con enorme gravedad buena parte de los siervos de la gleba española. Estamos hartos de tanta ruindad moral

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