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Fachada del Congreso de los Diputados en Madrid con la bandera de España ondeando en la parte superior.
COLUMNAS

Reprochando que es gerundio

Columna de opinión por José Francisco Roldán

En muchos momentos de nuestra vida hemos exigido a otros una conducta determinada, más acorde con nuestra interpretación de los hechos, endilgándole un sermón insufrible. Los más intransigentes elevan el listón hasta unos límites que hace complicada la convivencia. Hay condicionantes afectivos dispuestos a relajar tonos y acomodar el espíritu de tal modo, que los requiebros amortigüen incendiarios encuentros que podrían haber terminado en injurias.

Las relaciones personales ofertan exigencias, que puedan decidir el mantenerlas o separar caminos con mayor o menor dificultad. No hay que irse demasiado lejos para contemplar escenas estridentes o conversaciones afiladas, adornadas con sarcasmos o frases propias de un histrión descaradamente ofensivo.

La actividad política española suele recoger toda una panoplia de representaciones desagradables que ofenden al simple espectador, asqueado de una casta dominante, bien acomodada, con un desapego absoluto de la sociedad a la que deberían estar sirviendo.

Las inundaciones de Valencia, en el fatídico 29 de octubre pasado, supusieron un capítulo más en la larga serie de recriminaciones partidarias, que avergüenzan a cualquier persona cabal. Por esos comportamientos despreciables, algunos de nuestros representantes políticos merecen el reproche colectivo.

Demasiadas tragedias recientes han segado la existencia de una enorme cantidad de ciudadanos, ignorados o ninguneados e indefensos ante la pasividad de los comportamientos oficiales. No falta quien tilda esas conductas como dolosas, aunque en la mayor parte de las ocasiones mandó la incompetencia y una inconmensurable falta de responsabilidad. Lo peor ha sido constatar la impunidad resultante de una acción gubernativa, que dribla la retribución legal con inusitada destreza. Entre otras razones, por la indolencia de quienes tienen el deber de controlarla.

Para muchos ciudadanos supone un escándalo que el gobierno actual naciera en el año 2018 de una moción de censura pactada con traiciones y la coartada de una corrupción. Paladines de la decencia disfrazados de honra y honor, que no tardaron en reiterar comportamientos deleznables de gran calado inmoral, porque a la tradicional falacia, que adorna la contienda ideológica, sucedió el filibusterismo parlamentario.

El primer y gran reproche apareció cuando el mejunje en forma de gobierno rezumaba una hemorragia de mentiras desconocida hasta entonces. El espectáculo deprimente de una tragedia mundial nos regaló la descomunal trola personificada en quienes debieron atender con responsabilidad una maldita desgracia colectiva. La impronta ideológica superaba cualquier colmo, hasta ese momento impensable en líderes sociales encargados de la seguridad de los ciudadanos, que iban ocupando miles de féretros por todos los rincones de España.

Una patulea de mentirosos aparecía en las televisiones largando trolas engatusando a los que deseaban seguir unas pautas profesionales. Algunos uniformes, demasiado entorchados, cedieron a la presión interesada para sucumbir a la manipulación política ofreciendo un deprimente compromiso con la equivocación.

El trueque de la extorsión partidaria soportó con firmeza la contundencia de una verdad escondida entre discursos y explicaciones seudo-científicas. No hubo pudor en camuflar lo que la matemática decía que era una catástrofe.

Rifirrafes palaciegos y encuentros discretos, o no, aderezan tertulias políticas, donde los bufones protegen la desastrosa deriva del poder. Una retahíla de reproches ciudadanos se edulcora con propaganda retorciendo la realidad. El ineficaz vapuleo parlamentario se ha reforzado con denuncias dirigidas hacia los actores de una fraudulenta manera de gobernar engolosinando aposentos privilegiados.

El Poder Judicial, acosado por un deleznable manejo de las otras ramas constitucionales, está empeñado en destapar delitos, a pesar del entramado que protege, pertinazmente, a los más descarados. Un gerundio en el reproche serviría para verbalizar formas impersonales, sin embargo, aparecen autores identificados. Estamos deseando verlos bajo peso de la ley.

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