
Perfidia política
Columna por José Francisco Roldán
Los devaneos en el amor han servido para argumentar películas con la perfidia como título desde 1943 hasta 2022 divulgando una presunta aberración emocional, que destroza vínculos como la fidelidad, ese deber ético, moral o legal. Las consecuencias pueden ser desproporcionadas, incluso cómicas o trágicas.
En la música, la perfidia ha dominado el modo perverso de romper corazones o embarrar sentimientos. Los Panchos difundieron un mensaje mejicano del año 1940 recordando cómo el amor se puede destruir con traición. Algunos de sus versos hablan sobre en qué lugar estaría la mujer amada, qué aventura tendría y hasta dónde habría llegado para alejarte tanto de la víctima de esa deslealtad.
Hay muchas coincidencias con la actividad de algunos responsables políticos españoles traicionando la confianza de una sociedad, que entrega todas sus expectativas a la fidelidad del poder. El afán por aprovecharse de las ocasiones supone el ejercicio perverso de la casta social que dirige España. Las mentiras y desprecios en esa relación, que debería estar reforzada por la lealtad, nos está llevando a los ciudadanos hacia el desapego restringiendo la capacidad imprescindible para aspirar al progreso y bienestar.
La decepcionante gobernanza española desbarata cualquier relación sincera con una sociedad, que sufre por ver quebrantarse el compromiso de sus dirigentes corruptos. El alevoso tejemaneje de los líderes partidarios está desembocando en una desproporcionada animadversión hacia sus despreciables conductas. Estamos rememorando con dolor una tragedia colectiva, que produjo una mortandad incomparable con desgracias recientes.
Han pasado cinco años desde el inicio de una pandemia, cuyas consecuencias trataron de minimizar pérfidamente determinados responsables del gobierno español. Nadie podrá dudar sobre la descomunal deslealtad interponiendo en esa relación sagrada con los españoles una sarta de mentiras, que solapaba la macabra contabilidad de fallecidos.
La traición superaba cualquier colmo de referencia moderna, pues las promesas reclamando fidelidad social se desmoronaban cada vez que la constatación desmentía cualquier mensaje manipulador. Los aplausos cotidianos no fueron más que demostraciones de amor sincero al comportamiento desprendido de tantos seres generosos, que entregaron sus vidas en cada rincón sanitario.
La falacia como modo de gobierno no hizo más que traicionar una presunta relación sentimental con vocación de permanencia. Los voceros oficiales regalaron auténticas peroratas gubernamentales, que resuenan aún en el recuerdo colectivo y exigen todavía una retribución legal pendiente. Esa pérfida actitud nos ha estado lanzando al despecho cuando la tergiversación informativa ha pretendido, sin éxito, alterar la percepción de la desgracia.
Difundir maldades con tics chismosos adornándose con la peor palabrería, no tiene más intención que desacreditar al enemigo político. El sumun se corrobora al ver esa campaña coral del gobierno español tratando de responsabilizar a la comunidad autónoma madrileña de las numerosas muertes en residencias de mayores, sujetas a su competencia. Es curioso cómo se obvia la tremenda mortandad en esos mismos centros ubicados en los restantes territorios autonómicos, donde profesionales sanitarios y administrativos optaron por idénticas decisiones.
Esa perfidia se adueña del guión político cuando escuchamos, porque hay la memoria colectiva y hemerotecas, como se ratifica la deslealtad de quienes asumieron la responsabilidad de residencias y centros de mayores, centralizándola en el gobierno de España; específicamente, en el vicepresidente de Derechos Sociales.
Mientras, el siniestro ministro de Sanidad, pendiente de varios interrogantes legales, alardeaba de un supuesto protocolo para desarrollarse con eficiencia y eficacia en las residencias de mayores españolas. Murieron decenas de miles de seres, debilitados por la edad y circunstancias, en lugares atendidos por excepcionales profesionales, que debieron decidir quién merecía vivir. Como cantaban Los Panchos, los traidores no preguntarán a Dios, ni el mar verá cómo ese idolatrado amor social ha ocasionado tanto sincero llanto general, por esa maldita perfidia.
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