
Un atropello a la Cultura y la Libertad
Columna de opinión por Antonio Martínez Iniesta
La reciente prohibición de las corridas de toros con sangre en Ciudad de México es un nuevo golpe contra la Tauromaquia, un atropello que trasciende el ruedo y afecta a la cultura, la economía y la libertad de un pueblo.
La medida, presentada como un avance en términos de “protección animal”, es en realidad un acto de censura impulsado por el fanatismo ideológico, que ignora siglos de historia y el profundo arraigo social de la Fiesta Brava.
La Tauromaquia no es un espectáculo más. Es una manifestación artística y cultural con hondas raíces en México y en el mundo hispano. Prohibirla o desvirtuarla con regulaciones absurdas como la de las corridas “sin sangre”, equivale a intentar reescribir la historia y despojar a un pueblo de su identidad.
Resulta paradójico que en un país donde la violencia real cobra miles de vidas al año, los políticos pongan su atención en erradicar una tradición en la que el toro, criado con un destino noble, se convierte en símbolo de la lucha, la bravura y la muerte entendida como parte de la vida.
Pero este ataque es aún más torticero porque, en el fondo, no se trata solo de una cruzada contra la Tauromaquia, sino de un intento de erradicar la huella española en México. No comprenden que cada país acoge y desarrolla aquellas tradiciones que verdaderamente enraízan en su cultura.
La corrida de toros no es solo una seña de identidad española, sino también una seña de identidad mexicana, y lo es de manera independiente en cada nación. Se ha convertido en parte del alma de México porque así lo han querido los propios mexicanos, del mismo modo que en España la Fiesta sigue siendo un pilar fundamental de su cultura.

Lo que se intenta con esta prohibición es juzgar una tradición con criterios actuales y una mirada sesgada, sin entender que la cultura no se impone ni se borra por decreto. México no ha mantenido la Tauromaquia durante siglos por imposición de España, sino porque su propio pueblo la ha hecho suya, la ha vivido y la ha defendido.
Más allá del aspecto cultural, la prohibición de las corridas de toros afecta directamente a miles de familias que dependen del toro bravo. Ganaderos, toreros, mozos de espadas, empresarios, veterinarios y un largo etcétera ven amenazados sus medios de vida por una decisión tomada desde la comodidad de un despacho, sin entender la realidad del campo y de la Fiesta.
México ha sido una de las grandes potencias taurinas del mundo. Desde los tiempos de los legendarios Rodolfo Gaona, Silverio Pérez o Manolo Martínez, hasta la irrupción de figuras contemporáneas, el país ha demostrado que la Tauromaquia es una parte esencial de su patrimonio. Golpearla con prohibiciones arbitrarias no es solo un acto de censura, sino una traición a su propia historia.
Prohibir las corridas de toros no es solo un ataque a la cultura y a la economía. Es, sobre todo, un atentado contra la libertad. La libertad de quienes aman y defienden la Fiesta, la de aquellos que viven de ella y, sobre todo, la de un pueblo que debería tener el derecho a decidir sobre sus propias tradiciones sin imposiciones ideológicas.
Los defensores de esta prohibición dicen luchar contra la violencia, pero la verdadera violencia es coartar el derecho de los ciudadanos a disfrutar de su cultura. Hoy es la Tauromaquia, mañana será otra manifestación cultural que no encaje en los dogmas del momento. ¿Hasta dónde llegará esta deriva prohibicionista?
México tiene la oportunidad de corregir este error y demostrar que sigue siendo una nación donde la tradición, la identidad y la libertad no son pisoteadas por la demagogia. La Fiesta Brava no necesita salvadores ni reformistas que la mutilen, sino respeto y reconocimiento como lo que es: un patrimonio vivo, con raíces profundas y una dignidad que no puede ser arrebatada por decreto.
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