
Los paradigmas
Columna de opinión por José Francisco Roldán
Es complicado negar que el progreso suele estar ligado a determinados ejemplos positivos, que seguimos con dispar determinación. Las referencias en el comportamiento sirven para aprender y fortalecer la capacidad creativa. Sin llegar a ser mitómanos, que también, tenemos la necesidad de fijarnos en los mejores para tratar de imitarlos. Los modelos de conducta dibujan el camino de lo correcto, algo en lo que solemos estar de acuerdo una gran mayoría de personas.
Ese modo ejemplar o referencia lo denominamos paradigma, aunque no debemos ignorar el lado oscuro de la fuerza, donde aparecen las actitudes peores buscando el seguimiento de la perversión. Habría entonces de distinguir entre ejemplo y ejemplar. El paradigma como expresión de lo ejemplar, según Newton, es una teoría o conjunto de teorías cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento. Seguir las pautas de los sabios, como de quienes se manifiestan cabalmente, debería ser la guía de quienes se dedican a la actividad política.
Entre los ejemplos negativos podríamos fijarnos en la imposición de una cultura sobre otras, que son perseguidas. Como la opresión o violencia política como método para alcanzar objetivos. Manosear la voluntad de una sociedad para alterar su realidad, mediante el uso perverso de normas legales obtenidas ilegítimamente, podría ser considerado un paradigma malévolo. Por tanto, es conveniente distinguir entre la actitud ejemplar de quienes promueven el crecimiento, la justicia y la equidad frente a los que se empeñan en dominar, oprimir y ocasionar desigualdad.
La filosofía utilitarista o cristiana no tiene nada que ver con las ideologías fascistas. Pero es bueno concretar qué es el comportamiento fascista, porque solemos usar el término para señalar a quienes no aceptan nuestra visión social. Una actitud fascista es el rechazo a la igualdad y al ejercicio democrático creando una figura fuerte y autoritaria que dirija. El nacionalismo extremo es una seña de identidad fascista y se muestra convencido de que su demarcación territorial es superior a las demás.
La maldita intolerancia proyecta exclusión y discriminación. Usa con eficacia la propaganda y manipulación para desarrollar su agenda política. Rechaza la crítica y el pluralismo, sin tolerar opiniones divergentes y consideran enemigos a los que no admiten sus postulados situándolos como antipatriotas. Buscan restringir la libertad de expresión y controlar los medios de comunicación para eliminar la disidencia. No es complicado identificar estos comportamientos para saber qué grupos sociales actúan como fascistas en España.
Insultar sin conocimiento no es más que el paradigma de la estupidez. Estigmatizar a quienes piensan de otro modo o critican decisiones políticas no es más que una conducta fascista. Por eso, hay que hacer hincapié en políticas que fomenten la educación, conciencia y una acción colectiva para crear una sociedad más justa y equitativa. Los enfoques críticos y reflexivos requieren acudir a fuentes fiables y argumentos racionales.
La tergiversación histórica, la falacia como sistema de manipulación social, el etiquetamiento injustificado y la propaganda maliciosa suponen el paradigma de lo peor. Y buscando el paradigma de la vergüenza política encontramos unas reflexiones del presidente del gobierno español cuando, entre otras cosas, decía que es preciso demostrar con hechos lo que somos y lo que queremos.
Añadía que todo político debe tener vocación de poder y continuidad en el marco de unos principios. Si pretende servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo debe pagar por su permanencia y continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación.
Con estas palabras, Adolfo Suárez se apartaba así del poder, porque tenía claro que debía hacerlo para servir a España. La pertinaz resistencia en abandonar con dignidad la poltrona del actual jefe de gobierno está haciendo pagar al pueblo una enorme factura en desigualdad, carencia de equidad y solidaridad.
El nacionalismo, ejemplo de fascismo, está corrompiendo la armonía de una sociedad empeñada en el bienestar colectivo. Para lograr sus objetivos aprovecha la ayuda del gobierno español, que se comporta del mismo modo intransigente y perverso manipulando con propaganda la realidad. De ese modo trata de imponer sus dictados y permanecer firmemente en el poder controlando las instituciones, lo que se puede calificar como un obsceno, oscuro y perverso paradigma.
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