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Una pintura religiosa que muestra a varias figuras con halos dorados, incluyendo a un niño en el centro, rodeado de adultos en un entorno arquitectónico.
COLUMNAS

Jaculatorias

Columna de opinión por José Francisco Roldán

Cada religión diseña procedimientos para articular sus modos de expresar enseñanzas, ritos, ceremonias y rezos. Las tres grandes confesiones monoteístas diseminadas por buena parte del mundo tienen un tronco común. A partir de él se han ido desarrollando relatos, misterios, dogmas y maneras de relacionarse con lo divino procesando determinados comportamientos.

En la cultura católica se fue diseñando una tradición oral y escrita apegada al culto de las imágenes, pero alejada de la iconoclastia y repudiando la idolatría. En cualquier rincón del planeta hay mucha gente invocando la intercesión de sus dioses para ser protegidos frente a la adversidad, a sabiendas de que la respuesta es incierta. A pesar de las frustraciones, los creyentes apelan a lo desconocido aferrándose a su fe, diversa, pero confluyente en lo esencial. Incluso los ateos, que no admiten intromisiones etéreas, en determinadas circunstancias, inconscientemente, recurren a un clavo ardiendo para reclamar atención sobrenatural.

Nos está tocando vivir tiempos en los que las referencias religiosas pierden protagonismo formal. Hasta resulta incómodo reconocerse adepto a lo intangible para solicitar ayuda. En cualquier idioma se entonan letanías para suplicar atención divina y oraciones cortas para las urgencias del alma. Especialmente, cuando los dolores físicos o psíquicos trastornan nuestra deriva vital. No faltan profesionales del recogimiento, empeñados en amparar a sus semejantes mediante la contemplación e intercediendo ante lo celestial para la salvación colectiva.

Las jaculatorias son recursos para implorar protección y amparo frente a retos puntuales, que recitamos sin esfuerzo. Porque nos las hicieron aprender o asumimos con íntimo fervor. Y en esa dinámica de la petición a las alturas, vivimos en tiempos de zozobra. Y de algún modo se perpetúa sin solución de continuidad, ya que las ofensas mundanas no suelen dejarnos descansar.

La salud del Papa Francisco intensifica las peticiones al altísimo mediante letanías replicadas por todo el mundo, convocado por quienes dirigen la salud espiritual. Los referentes sociales más benévolos parecen exigirnos amparo para que puedan seguir orientando nuestra existencia. Por eso las jaculatorias están indicadas cuando enfrentamos problemas propios o ajenos. La convivencia en demasiadas partes de la geografía hispana hace brotar oraciones tratando de paliar las dificultades colectivas y particulares.

El simple ejercicio de vivir se afronta con dificultades insalvables determinando el apego a creencias religiosas para sobreponerse a la adversidad. Y en esos instantes de zozobra, si la amenaza es cierta e inminente, acudimos con prisa a la intercesión de cualquier advocación conocida. De eso saben los que suelen acompañarnos para regalar consuelo y recordar lo reconfortante que puede resultar la introspección. La tragedia cotidiana en numerosas zonas del mundo demanda una jaculatoria permanente implorando una tregua a la calamidad.

Las decisiones políticas de quienes deberían proteger la vida y seguridad de los ciudadanos se alejan descaradamente de lo correcto. Sin que la exigencia de cordura parezca afectar a los protagonistas del desatino. No faltan las apelaciones al espíritu para orientarlos hacia lo que debería ser su interés principal.

Los templos españoles insisten en solicitar al altísimo la lucidez que necesitan tantos obtusos endiosados. Las víctimas del desquiciamiento oficial suelen reclamar letanías sociales exigiendo, desconsoladamente, un mínimo de atención. Habrá quien implore la intermediación del cielo para reconstruir desvaríos legales de quienes desbaratan la congruencia.

Los que están manoseando sin escrúpulos los resortes del poder, no se dejan influir por la vetusta tradición de lo adecuado. Porque han descuidado la correcta interpretación de la equidad y lo justo. Descarrilar de ese modo inspira a quienes, llevados por la bondad, recitarán oraciones por sus almas pervertidas. Los idólatras perderán la compasión divina, porque en su desparrame sociológico no hacen más que destruir para engominar sus peores intenciones. Los desprecios a la verdad, aunque puedan resultar rentables a corto plazo, hacen que sean imprescindibles las jaculatorias.

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