
Mentiras fugaces
Columna de opinión por José Francisco Roldán
El panorama político español está infectado de embustes oficiales y falacias orquestadas por el poder para conseguir sus objetivos menos benévolos. Definimos la mentira como una expresión contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente. Y lo peor de los troleros es que, en algunas ocasiones, ni saben, ni piensan, ni sienten.
Al menos, eso es lo que se desprende de una estrategia inquietante, que se desarrolla lanzando una patraña tras otra para ir borrando la estela de la anterior. Y es un estudiado procedimiento de la propaganda, que solapa de manera sistémica la verdad, requiere de expertos tergiversadores para imprimirle un ritmo frenético capaz de destellar las ideas preconcebidas con suma eficacia. Es el modo de hacer huir o desaparecer las noticias negativas con inusitada velocidad.
La interminable relación de supuestas fechorías cometidas por algunos representantes destacados de un gobierno impone fabricar mentiras fugaces. Se trata de construir una estructura de voceros gubernamentales para ir lanzando destellos intensos y breves con el fin de apagar el resplandor anterior, muy dañino para el prestigio del grupo ideológico.
No faltan traidores generando truenos y centellas con el fin de hacer daño a quienes les han dado de lado. Un relámpago enviado a tiempo permite acallar los reflejos de un escándalo precedente. La tormenta perfecta, como estamos conociendo en estos días, puede traer al presente vestigios reflejados desde el pasado, sin permitir que se consiga ese propósito perverso. Contra ese fenómeno debe encargarse una legión de opinadotes a sueldo para tapar el sentido de la realidad desviando la atención.
No hace demasiado, porque las hemerotecas suelen hacer llegar el relámpago mucho después del trueno, escuchábamos a un portavoz del poder manifestando que un corrupto no tardaría ni un minuto en salir de sus filas. Seguidamente, en otro flash, su líder carismático decía que quien se enriquecía aprovechando un cargo público vería como todos sus bienes y derechos debían ser devueltos y pagar los delitos, incluso, con su patrimonio.
La recaudadora oficial de los impuestos, en la palestra del congreso, negaba haber subido impuesto alguno a la clase media y trabajadora española. Con la vehemencia propia de un vendedor ventajista, adornada con el histriónico gesto de la apariencia, largaba una matraca embustera tratando de engañar a quienes se dejaran. La enorme lista de impuestos engordados en la normal actividad ciudadana la desmentía sin pudor.
Las patrañas sobre una universidad privada ineficiente, respaldando los intereses de quienes pueden comprar sus titulaciones, aparecía en el universo de las ocurrencias para insistir en que no cumple con las garantías necesarias de formación y dañan el sistema educativo. No son más que una serie de relámpagos falsarios para esconder otros asuntos más imperiosos.
Los desmanes que una juerga, como otros asteroides de la desfachatez, protagonizada por relevantes personajes del firmamento gubernamental, no hacía más que caer sobre una opinión pública acongojada. La desvergüenza compartida por otros responsables oficiales precisaba otra andanada de victimización, disfrazada de una evidente agresión anónima machista. Es como si hubiera entre los asesores del gobierno un encargado de un vademécum del embuste para extraer el remedio indicado con el que tapar cada lesión.
Es cierto e imprescindible limpiar de porquería las redes sociales, pero no debe adquirir el rango de ley para enmudecer a los medios de comunicación identificados, porque en sus redacciones hay expertos meteorólogos y estudiosos de la astrología tratando de localizar a tiempo las estelas fugaces de una pirotecnia oficial. Cumplen una imprescindible labor de limpieza de la gestión política, desgraciadamente, enlodada por una serie de arribistas empoderados con la arbitrariedad.
Esos informadores profesionales deben descubrir con eficiencia las tracas relampagueantes, que suelen lanzar los grupos partidarios combatiendo por el poder. Para conseguir el bienestar colectivo una sociedad debe estar fortalecida para controlar y combatir mentiras fugaces.
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