
Mario, eres y serás siempre único
Columna de opinión por Alfonso Abril
Llevo unos días que estoy horrorizado y triste. Me cuesta trabajo dejar a un lado el recuerdo de la imagen de un ser “único” al que conocí en una ocasión brevemente. Pero la lectura de sus escritos, me ha sido suficiente para saber de él durante toda mi existencia.
Pensaba que era normal oír las noticias del fallecimiento de extraños sin que te importe el porqué de su muerte y mucho menos de lo que fue su vida. Qué equivocado estaba. Me ha afectado tanto, que llevo unos días recordándole y enfadado por el trato al que le han sometido.
Una situación de un ciudadano español y peruano a la vez, se me venía a la mente tras el recuerdo de una foto que me hice con él hace más de treinta años. Su breve trato y su conversación con esa voz grave me impactó y le seguí en sus narraciones y espléndidas obras.
Este dato, que en aquel momento me pareció majestuoso, a lo largo del tiempo se convirtió en respeto y admiración. Pero no tenía la suerte de volver a verlo personalmente. Solo por aquello que escribía con una calidad de fondo y forma que sobrepasaba a todos los que en su misma época. Se afanaban en escribir e inconscientemente intentaban con sus obras cortar la distancia que él tenía sobre ellos, sin darse cuenta que era misión imposible.
Su humildad, su silencio de narrador de historias, acontecimientos y vidas de otros, buenos y malos personajes de la sociedad te llenaba la mente y veías a los personajes como si estuvieran al lado.
No era posible que llegase a culminar su silenciosa carrera literaria sin que se hicieran un paralelismo con su vida privada. Aquí es donde yo me irrito y pido seriedad y no clemencia, sino sentido común. No es posible que se lleve a la frivolidad más extrema la vida de un personaje como él, con un trato indiscriminado e insoportable. Y casualmente me hago la pregunta sobre el silencio del narrador literario “sospechoso” de si es honor o villanía.
Pero… Qué estamos haciendo, o mejor, ¡que estáis haciendo! Cómo podéis caer tan bajo para que una vida literaria en silencio se convierta de un momento en una vida pública a la que la frivolidad amarillenta de esos medios de media tinta, de media inteligencia y de media preparación. Le analizan sin rubor y sin dar valor a los años en los que el silencio de la noche la hacía suya para narrar lo que nadie podría imaginar. Aunque él sí, y nosotros, cuando se publicaba.
Es como si nunca hubiera existido una vida y una historia literaria sacrificada con la mirada baja sobre un papel con una pluma. Luego un cuaderno, luego un libro, luego otro y otro y cada vez, más interesante; más fluido, y más aceptado por el mundo mundial, por el universo mundial de los críticos, que con respeto, bajaban la cabeza al tener la oportunidad de leer sus escritos.
El poder de la palabra no se le resistía y de ello fueron conscientes todos los que compraban sus libros. Miles, millones de libros que editores descansaban, cuando les llevaba un nuevo original.
Sí, ahora a “toro pasado”, que diría un clásico, todo parece bueno. Todo quedó ahí, en las librerías de las casas, en las bibliotecas y en las mentes de algunos o de muchos, que sienten o no, que se ha ido un grande de las letras. Un Cervantes del siglo XX o un Lope de Vega del Siglo de Oro, ni más ni menos, o ¿no se han dado cuenta?
¡Cuánto habría dado él por haber nacido en esa época de Shakespeare, de Calderón, de Lope, seguro que daría un brazo como Cervantes!
Él no era de esta época. Estaba aquí sí, pero su capacidad de escribir le hizo ser y es el mejor escritor del Siglo pasado y de lo que llevamos del XXI. Y pasarán muchos años, o quizás siglos para igualarle.
Cuántos ignorantes tenemos que aguantar para que se cultiven por lo menos un poco y que esos maliciosos “seudoreporteros” que buscan el intríngulis que, si su vida privada, fue satisfactoria; que si pagaba por estar en “Villa Meona”. ¡Bueno y qué si era así o no!
Tenía y tiene todo el derecho para hacer y deshacer con su vida lo que le apeteciera. Tanto si su gran amor era su tía o su prima o la “Reina de las baldosas”.
La satisfacción de tal educado heraldo caballero, tuvo la oportunidad de tener una hija y ser un orgullo. Que duró poco, porque, “hay noches que los coches en sus maleteros guardan sorpresas”.
Mario era un hombre hecho y derecho, con la edad adecuada, con más premios que trajes, con lo máximo que se puede tener en el mundo de las letras: El Premio Nobel en 2010; el Premio Cervantes en 1994; el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986; el Premio Rómulo Gallegos en 1967; Premio Planeta en 1993; el Premio Nacional de Literatura de Perú en varias ocasiones, y muchos otros como el de “Caballero Bonald” como premio Internacional de ensayo; los títulos en “Doctor Honoris Causa” por Universidades de Yale en Estados Unidos; en Rennes en la Alta Bretaña de Francia y lo más prestigioso, Miembro de la Real Academia Española en 1994, con número de la Academia de la Lengua en España e igualmente en Francia, en la Real Academia de la Lengua Francesa.
Ahora, díganme ustedes, si hay derecho a cotilleos de poca enjundia, de amargo trato y de peor señalamiento a un personaje literario al que se le debe el trato de “único”, que sin duda lo era y lo será siempre.
Pero la vida a veces te pone de rodillas y un bagaje de cientos de títulos escritos a lo largo de 70 años, con éxito tras éxito, no son nada para que la figura sea únicamente comentada y discutida por los cotilleos de “faldas y a lo loco” y poner en primera plana sus sentimientos privados. Con el agravante de que no son nadie para someterle a juicio por los medios.
No hay derecho, no podemos seguir así, la educación decae a pasos agigantados. La enseñanza permite lo que a mí me costó un año más en mis estudios, el pasar de curso con dos asignaturas suspendidas.
Creo recordar el olor del catón y lo que cuesta arriba se te hacía aprenderlo, sin embargo, ahí empezó todo para él, para mí y para todos los que nacimos entre los treinta y los cuarenta del siglo pasado.
Gracias Mario, tu recuerdo no es “único”, es para siempre.
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