Hipócritas
Columna de opinión por José Francisco Roldán
Los eruditos del lenguaje convendrían en reconocer que el mayor hipócrita sería un buen actor. Aquel que simula ser o comportarse de forma distinta a lo que demuestra. Los sabios han enfatizado sobre las connotaciones más negativas de quien disimula o miente con perversas intenciones. Consideramos venial el hecho de disfrazar nuestro interior para conseguir objetivos benévolos o constructivos a favor de otros. Nunca con la reprobable ansia de medrar o sacar réditos injustos.
El fingir está vinculado a la ausencia de sinceridad o la perversa estratagema para soterrar la verdad. Nada que objetar a los que representan papeles teatrales o cinematográficos. Que logran, precisamente con su arte, asumir personalidades distintas, que solemos calificar como decían nuestros padres: hacer un buen papel. Tampoco es reprochable, al menos formalmente, los modos de conseguir metas sin pisar los derechos ajenos. Sencillamente, porque se sabe encauzar las ventajas silenciando inconvenientes. Por eso, al hablar de los negocios, suele aceptarse aquello de que somos dueños de silencios y esclavos de palabras. Nada que ver con los trucos o trampas para engañar.
El hipócrita de libro es aquel que finge ser lo que no es, tener lo que no tiene o aparentar lo que no siente. Jesús, según Lucas, advertía sobre los hipócritas diciendo: “Guardaos de la levaduras de los fariseos, que es la hipocresía. Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse”. Y la evolución humana nos ha ido regalando frases lapidarias sobre la maldita inclinación por el fingir y sus consecuencias.
Los refranes lo han reflejado con rigor incontestable: “Dime con quién andas y te diré quién eres. El pez por la boca muere. En boca cerrada no entran moscas. Cree el ladrón que son todos de su condición. Obras son amores y no buenas razones. Detrás de una sonrisa se esconde la peor intención. Del dicho al hecho hay mucho trecho. A palabras necias oídos sordos”. No habrá dificultad alguna en reconocer esta panoplia de consejos populares entre la clase política. Aquella donde se ha instalado una verdadera tropa de hipócritas empeñados en sacar provecho injusto de los ciudadanos.
Estos están padeciendo las nefastas consecuencias de una enorme serie de ocurrencias, aderezadas con la matraca clásica de una ideología casposa aprovechándose del esfuerzo y derechos ajenos. Es evidente contrastar cómo una legión de sinvergüenzas, disfrazados de paladines de la igualdad, solidaridad y justicia social, se afanan en despojarnos de cualquier logro profesional o personal obtenido con decencia y honradez.
Estos vividores del cuento se han apoderado de una buena dosis de hipocresía para timar a obtusos. Y disimular frente a tanto indolente sin fuste asumiendo la doctrina de la reincidente estafa partidaria. Cuando algunos de esos indeseables son pillados con el carrito del helado no tienen más recurso que mantener el embuste insistiendo en la falacia con el apoyo decidido de sus cómplices, no en vano se trata de proteger a uno de los nuestros, en la peor acepción mafiosa de la frase.
La evidencia nos envía a los refranes de nuevo para recordar a la casta política más despreciable que: “La mona aunque se vista de seda, mona que se queda. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Ojos que no ven corazón que no siente”. No hace falta mucho más para entender la sabiduría que acumula tanto acervo popular.
Y esa concentración de valores está erradicada del comportamiento, enquistado, en una parte de la clase política. Respaldada y protegida por quienes forman parte de esas bandas acopladas con firmeza en las instituciones españolas. Y el servicio público no debería ser un negocio para nadie; en todo caso para los ciudadanos, que reclaman protección decidida y respeto absoluto.
Tampoco puede ser un sainete interpretado por los peores actores, vestidos con esos elegantes ropajes de la farsa. La enorme clac, perfectamente distribuida en el teatro español, procura aplaudir en instantes son precisos para enaltecer a quien interpreta la peor de las mentiras. Hay razones para seguir enfrentándonos a la traición y desahuciar con rigor a los hipócritas.
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