El hedor de lo podrido
Columna de opinión de José Francisco Roldán
Demasiados ciudadanos veteranos, que son muchos, no pueden reprimir su aversión hacia una buena parte de la clase política, absolutamente pervertida. De algún modo, porque el sistema democrático también lo propicia, se sienten responsables de una deriva deprimente. Esta está basada en el cortoplacismo, que se concentra en sacar provecho para una banda organizada, bien amarrada a la influencia social amasando dinero y poder.
Incluso, porque de todo hay, algunos opositores se aferran al cargo para continuar viviendo del cuento todo lo posible. Evadiendo la responsabilidad y criticando sin fuste. No son pocos los que adaptan su pituitaria a los efluvios de la putrefacción. De ese modo soportan con soltura el hedor que una gran cantidad de ciudadanos no puede aguantar.
En estos últimos años, cuando las relaciones internacionales de España están en mínimos históricos, nuestros representantes afrontan con descaro la decadencia más apestosa. Las alianzas menos recomendables solapan lo que es un clamor sin paliativos dentro de la influencia diplomática. Y nos está apartando del club privilegiados de los que toman las decisiones, mientras abrazamos causas autoritarias o dictadoras sin atenuantes.
Asistimos, absolutamente irritados, a la despiadada manipulación de un proceso electoral. Un proceso que ha esquilmado protagonismo a un pueblo hermano implorando respeto y libertad sufriendo y muriendo por obra y gracia de un populismo depravado. Rememorando eso que nuestros bolcheviques llaman democracia de nuevo cuño, aspiración indisimulada por quienes preconizan el control político de nuestra sociedad.
No son pocos los que encuentran un paralelismo odioso entre ambos escenarios sociales. Pues se repiten frases, conductas y objetivos desmontando la separación de poderes y el equilibrio institucional para impedir un régimen autoritario. Ya funciona con éxito en Venezuela y se está implantado en España.
Y ese modo de considerar el progreso o la justicia social, perfectamente articulada para embaucar a muchos españoles, ha sido contrastado en ambos lados del Atlántico. El sistema ha madurado tanto, que se ha podrido, como constatan los venezolanos, diariamente, tapándose la nariz para evitar la peste de una perfidia.
Los corruptos conocen bien el hedor de lo podrido, pero no les importa, pues saben aguantarlo con el rendimiento de sus veleidades legislativas. Además, existe una buena tropa de abanicadores, sumisos y entregados, haciendo respirable un ambiente enrarecido por tanta corrupción.
En España el desprecio por la verdad, como la congruencia política, ha dejado madurar en demasía una práctica cabal de la cosa pública provocando su deterioro. Los perfumadores de falacias no podrán jamás reducir la peste, que tanta putrefacción ha esparcido por nuestro espacio social. La traición de algunos de nuestros representantes políticos ha hecho estallar innumerables bombas fétidas en edificios institucionales. Amnistiar enemigos del Estado sirve para entender los efluvios de la basura política en pleno verano.
Canjear igualdad de todos por el poder de unos pocos supone rememorar aquellas tareas sacando de las cuadras el abono destinado a enriquecer bancales, que desprendía una pestilencia insoportable. Los sermones cansinos de quienes no renuncian a seguir colocándonos trolas insoportables están logrando un desapego absoluto a la casta corrompida. Y los sectarios de siempre, envanecidos por la decadencia gubernamental española, siguen apretando la cincha de su extorsión pertinaz agrandando una capacidad desproporcionada.
Para muchos no es extraño recordar cómo se salvaba la fruta podrida, que los tenderos ofertaban al final de la jornada. Se cortaba en pedazos, se arañaban pieles, liberaban huesos repletos de parásitos o hervían buscando una compota deliciosa, que nuestras madres sabían obtener de esa corrupción natural.
Hay profesionales manoseando valores impolutos haciéndolos madurar en exceso. Muchas matracas casposas siguen infectando nuestra mejor fruta, esa que pueden degustar sin problemas miembros del club de los elegidos, mientras otros soportan el hedor de lo podrido.
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