
Anhelo que me mientas
Columna de opinión de José Francisco Roldán
Nos puede parecer exagerado, pero hay personas a las que les gusta sentirse engañados. Es un modo de sumisión psicológica ansiando que no se interrumpa una añagaza, que para otros es detestable. No es, por tanto, complicado comprender la incontenible e irreflexiva inclinación por contemplar ficciones de cualquier tipo.
Y si avasalla a la imaginación extrema, mucho mejor, porque aceptamos con satisfacción una mentira. Si los efectos especiales van superando sus límites conocidos, la fascinación se multiplica. Porque cuando nos dicen que el argumento está basado en hechos reales, la excitación disminuye. Nos gusta que la inventiva, si es muy original, seduzca al espectador con mayor eficacia.
No hay traición, porque aceptas la falacia, incluso cuando en un primer momento la rechazabas. Habrá quien recomiende asumir con resignación esa suerte y adaptarse a ella con la mayor naturalidad. Es conveniente procesar la experiencia, aceptarla y digerir los ingredientes favorables para su ego afectado.
En muchos casos, la amargura por una traición puede llegar a ser agotadora, más aún, si estamos solos y atragantados con la penuria moral. Suelen existir razones para perdonar buscando puntos de vista que justifiquen la maldad que nos regalaron primigeniamente. El formar parte de un grupo amansado de víctimas del engaño servirá para recuperar la confianza en quienes lanzan trolas sin reparos.
Sentir orgullo de pertenencia mejora mucho las condiciones para reconfortarnos adhiriéndonos a la corriente dominante, que sigue a ciegas a los líderes. Su manera perversa de comportarse, en realidad, afecta, sobre todo, a los oponentes políticos. Podría ser una de las razones para comprender el comportamiento de quienes integran bandas criminales, pandillas o grupos sociales.
El sumar afecciones para fortalecer e imponer el discurso ideológico justifica cualquier barbaridad. Y de eso conocemos ejemplos tremendos en la historia, que se encarga de archivar y explicar a los que muestran el deseo de conocer buscando un relato imparcial, alejado del adoctrinamiento interesado, que nos ofertan quienes siguen engañándonos.
La falta de conocimiento e información no ayuda en la gran labor de hacer ciudadanos libres e iguales ante la Ley, porque hay demasiadas voluntades obtusas deseando que les mientan. La atmósfera venenosa de una afiliación ciega a líderes carismáticos, que pudieron llevar a sus adeptos hasta el suicidio colectivo, no ha dejado de contaminar el aire hispano, como en otras partes del mundo.
El seguidismo incontrolable tiene la perniciosa ventaja de manipular hasta límites inopinados, y de eso se alimentan las élites ideológicas, que amasan mentiras asquerosas conformando una cultura bien orquestada. Hay verdaderos virtuosos de la música mendaz, que arreglan partituras excepcionales para garantizar la sumisión de oídos poco afinados. Nuestra casta política, especialmente, la que detenta el poder, sabe de eso como buenos ilusionistas de la manipulación.
Su público partidario, que admite cualquier triquiñuela para afianzarlos en la cómoda prebenda del enriquecimiento, desea que mientan todo lo que quieran. En ello está su futuro en la batalla política, donde otros muchos van arrastrándose para lamer los zapatos de quienes les dan la soldada, demasiadas veces excesiva e injusta. Pero hay muchos más que prefieren la verdad como valor esencial de la actividad política, aficionados a los argumentos ciertos o basados en hechos reales.
No vale engatusar a torpes para acaparar porciones de nuestra gran tarta nacional, que no es otra que España, partida y canjeada por medio de una trama despreciable e ilegal. Los malabaristas siguen recibiendo de sus adeptos mensajes implorándoles que les mientan y que hagan lo que quieran con ellos.
Hay que ganarles la partida democrática a esos pillos del aroma embriagador, que regalan nuestro vetusto bagaje común, forjado con esfuerzo y sacrificio, superando periodos históricos embarrados de engaños interesados. Hay que extirpar de una vez tanta garrapata política con medidas eficaces para esquivar a los descerebrados anhelando que les mientan.
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