Abandonar
Columna de opinión por José Francisco Roldán
Durante los últimos días, en la provincia de Valencia, como en otras partes afectadas por las inundaciones, hemos escuchado retumbando con dramática insistencia las palabras desaparecidos, afectados, víctimas y abandonados. Además del reproche colectivo sobre falta de competencia, eficiencia y eficacia para la prevención. Y, por supuesto, en el modo de afrontar las autoridades semejante tragedia histórica.
Una demanda contrastada por la proliferación de medios informativos haciéndose eco y dando la palabra a quienes han perdido bienes, familiares y dignidad. Esto, en ocasiones suele ser lo que más duele. Muchas quejas sobre el desprecio de quienes deberían haber estado al tanto de un suceso, que requería una gran atención. Sobre todo teniendo en cuenta la secuencia histórica de una problemática enquistada en el tiempo y en la memoria de los más veteranos de la vida.
Estos últimos son el colectivo que más bajas ha ofrecido a tantas aguas desbocadas arrastrando de todo. Incluso la desidia de los que facilitaron por omisión esa tremenda barbaridad. Abandonar a su suerte, al menos durante las primeras jornadas, poblaciones sorprendidas y traicionadas por seres despreciables, entretenidos disfrutando de su privilegiada posición social.
Y a pesar de la buena voluntad de tantos corazones generosos regalando esfuerzo, tiempo y dedicación, era imprescindible la verdadera eficacia de los poderes del Estado. Debió presentarse antes, durante y después de la marabunta desbordada. Los vecinos, además de limpiar lodo y vergüenza, han seguido reclamando atención y generosidad oficial para restablecer sus vidas. Unas vidas ajadas por un barranco dormido y disimulando demasiado tiempo su poder de destrucción.
No se les puede abandonar, porque tienen el derecho de una atención urgente y eficaz. Muy lejos de la propaganda o el asqueroso bullicio político, empeñado en aprovechar cualquier despojo humano para seguir avasallando al sentido común. Hay que seguir trabajando y sustituyendo a esas legiones de voluntarios, que tratan de suplir carencias palmarias. Mientras, ponen su capacidad y manos al servicio de los que más necesitan su apoyo.
Cierto es que en ese caos primigenio fueron tomándose decisiones precipitadas. Precisamente, por la ausencia de profesionales coordinando una actividad descontrolada. Nada que objetar a tanta solidaridad y heroísmo, que tantos ejemplos hemos ido conociendo a pie de obra, y nunca mejor dicho.
Ese descontrol ha producido un efecto indeseado que se debe solucionar con la experta intervención de quienes saben de alcantarillados. Buscando con prisa y sin pausa el modo de recomponer ese mundo subterráneo, donde se mueve el desecho general, para que funcione pronto y bien.
Y esa sensación de abandono no puede circunscribirse a la desesperación de unas poblaciones anegadas de lodo, escombros y olvido. Porque la desidia política sigue produciendo damnificados sociales en otros muchos colectivos infectados de reproches. Cuando un buen número de diputados aprietan el botón no son conscientes, o sí, del enorme desprecio que representa elegir opciones rentables sin tener en cuenta sus consecuencias letales en la ciudadanía.
Se empeñan en arremeter contra los ingresos de muchos miles de ciudadanos, que han estado trabajando mucho y bien para asegurarse el mejor de los futuros ahorrando. Y privándose de muchas cosas con el fin de cimentar una capacidad suficiente con la que seguir viviendo. Esas víctimas de la maquinaria impositiva sufren el abandono de sus autoridades, que tienen un curioso modo de repartirse el ahorro ajeno. Verdadera legión de advenedizos sin capacidad ni conocimiento decidiendo sobre la vida, hacienda y futuro de gran parte de españoles.
Si hay diputados que propician rebaja de penas a delincuentes sexuales, abandonan el respeto debido a las víctimas. Cuando aprueban normas para eliminar delitos a los enemigos de España o delincuentes económicos y sociales, se está abandonando a una ciudadanía respetuosa con la ley, que contempla cómo sus responsables políticos se alían contra sus intereses. Se exige demasiado, pero con limitada eficacia: LOS MALOS GOBERNANTES DEBERÍAN DIMITIR. Es un modo mucho más cabal de abandonar.
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