“El despotismo de las leyes evita la arbitrariedad de los hombres”

Esta pandemia nos debiera hacer recordar los siglos XIII, XIV y XV, cuando los distintos reyes aragoneses batallaban contra los otomanos y los corsarios que poblaban el Mare Nostrum. Las victorias encerraban un secreto, unas naves de superior velocidad y calado junto a unas tropas que parea sí hubiesen querido la legión o los marines estadounidenses. Velocidad, competencia y unidad eran y son premisas indispensables para luchar contra este virus. No olvidemos el patriotismo. El oxígeno que se respira en la patria es distinto a todos los demás.  

Cuando un huracán azota un edificio, el derrumbe de la estructura es debido a la fuerza del huracán o a la debilidad de los cimientos. A veces, a ambos factores conjuntamente. Los daños van a ser cuantiosos, incluso ilimitados, con efectos devastadores sobre la economía y el tejido productivo. Los cimientos acusan los excesos previos acumulados. Es prioritario deslindar lo esencial de lo secundario. La rapidez del contagio deriva de una crisis de confianza previa.

Esta crisis económica y social es una cerilla arrojada a unas astillas. El fuego no hubiera prendido con tanta intensidad, de no haber habido leña seca susceptible de ser quemada. La economía arrastraba unas deficiencias que han prendido fuego aceleradamente. Lo único que no se veía, era lo que estaba al alcance de la vista.

La financiación para afrontar el incremento del gasto sanitario y social es perentoria, pero no es exclusiva. La mayoría silenciosa, compuesta por autónomos, trabajadores, profesionales, emprendedores y pequeños propietarios, no debe permanecer en el salón de pasos perdidos de las prioridades demandadas. El tejido productivo adolece de cierta orfandad, ante el rodillo que privilegia -a veces con razón-, el gasto improductivo y asistencial.

El gasto es la solución. La deuda lo cura todo, se proclama en ciertos foros sin rubor y con apasionamiento. El pensamiento de grupo es la norma y no la excepción. El pensamiento grupal genera una retroalimentación dañina, elevando la presión sobre los disidentes, ante el espejismo de una supuesta unanimidad. Lo cierto es que el exceso de deuda produce efectos secundarios negativos. La cultura del ahorro debe ser reinstaurada. Un centavo ahorrado es un centavo ganado. Y si la deuda es en dólares, mucho más.

En los periodos de estabilidad económica, se mira con displicencia el riesgo de que el deudor no devuelva lo prestado. Se afirma que la deuda de una persona es el activo de otra, así como que la deuda no empobrece a la sociedad. La realidad es que lo que es aceptable para la economía mundial en su conjunto, no lo es para los países y las familias individualmente consideradas. Poseer un alto nivel de endeudamiento, te hace más vulnerable, cuando el viento cambia sus coordenadas.

En una crisis de pánico el efectivo es el rey. A medida que aumenta el miedo, las crisis de liquidez se convierten en crisis de solvencia, en un brevísimo intervalo de tiempo. Los deudores no pueden y los acreedores no quieren gastar. El pánico puede provocar la denominada “paradoja del desapalancamiento”. Si todos cancelan las deudas al mismo tiempo, los ingresos se aminoran y el valor de los activos disminuye, lo que agrava el endeudamiento existente. El sistema financiero conoce, que su funcionamiento depende de que los depositantes o partícipes no retiren sus fondos conjuntamente, ya que se puede producir una estampida.

Paradójicamente, esto da alas a los partidarios del endeudamiento como solución mágica de todos los males. La virtud de ahorrar es un vicio, mientras que la prudencia al gastar es una locura, defienden apasionadamente. Olvidan que las deudas hay que pagarlas. La razón la consideran locura.

La propiedad privada y el ahorro deben estar provistos del ropaje de la seguridad jurídica. La pérdida de confianza es la causa del pánico, la estampida es su consecuencia. La deslocalización de los ahorros y de las empresas certifica la bondad de lo manifestado. Las empresas necesitan liquidez y estabilidad. Existe un problema de expectativas. Un solista solapado distorsiona la melodía de la mejor orquesta.

Política monetaria contra fiscal

La política monetaria y la fiscal son dos realidades que deben ser diferenciadas. La política fiscal son las herramientas impositivas y de gasto de los distintos gobiernos nacionales. La política monetaria consiste en la gestión de los tipos de interés y en el control de la inflación. El Banco Central Europeo, conoce que la inflación es como un ladrón en la noche. No se puede tener una inflación sostenida sin una política monetaria estricta.

Al poder le gusta encubrirse en los secretos. La transparencia desmonta la esfera mística del poder. El gobernador del Banco de Inglaterra de mediados del siglo pasado, Montagu Norman, era partidario de “no explicar nada, no disculparse nunca”. Había que mantener el secretismo de la política monetaria. Greenspan en 1987, ante el comité del Senado, declaró que “desde que me convertí en presidente he aprendido a mascullar de forma incoherente. Si mis palabras les parecen excesivamente claras, es porque no han comprendido lo que quería decir”.

El banquero Montagu Norman.

Actualmente, en la sociedad expuesta, todo se mide por su valor de exposición. La transparencia lo domina todo. La coacción de la exposición explota lo visible. La política monetaria ya no se puede presentar de una manera aséptica. Sin embargo, ciertas decisiones siguen siendo presentadas por artistas del marketing o del ilusionismo que hacen realidad que todo intento de progreso conduce al abismo. La única salvación la otorga el pasado.

El papel del Banco Central Europeo y de las Instituciones Comunitarias requiere equilibrio en sus decisiones. La elección entre mitigar el riesgo de liquidez de los países del Sur de Europa o preservar la solvencia demandada por los países del Norte, no se puede presentar de manera neutra. El mensaje debe ser claro, la solidaridad y la prevalencia de la Unidad Europea. La política regulatoria europea deberá ser estricta con los desmanes y los oportunistas. No es tiempo de piratas o mercaderes. El despotismo de las leyes evita la arbitrariedad de los hombres.

Juan Munguira es profesor de los mercados financieros.