Muchos ciudadanos son conscientes de lo que sucede a esta sociedad española, indolente o adormecida, sometida a tantas campañas de desinformación en estos años. Todos hemos sido afectados por conductas de habilidad psicológica, que nos ha llevado hacia donde un estratega doméstico ha querido. En ocasiones usamos algunas técnicas para lograr determinados objetivos.

En nuestras relaciones sociales y profesionales no han faltado personas expertas en la tergiversación para obtener beneficio injusto. Unos peleando lo indecible para lograr menos de lo que puede alcanzar un experto en la manipulación. Los escalafones de la vida han sido testigos de cómo prosperan seres abyectos y traicioneros, diestros en la adulación o engaño, para obtener réditos de una actividad.

 

Para los nuevos ricos de la política española, la meritocracia no es más que una reminiscencia del antiguo orden, al que desprecian para llenarse los bolsillos de dinero y acaparar despachos con influencia dotando a sus amigos y familiares de retribuciones y patrimonio, más o menos, discreto en cualquier punto geográfico o financiero.

Para eso sirve la enorme retahíla de testaferros, dispuestos a lo que haga falta para seguir amamantándose de los recursos público. Cuando se tuerce la estrategia, como está sucediendo ahora, los escándalos salpican periódicos y juzgados orientando la persecución legal con el fin de retribuir con dispar rigor a los que han protagonizado auténticas aberraciones de la dignidad y se enseñorea con ese poderoso señor llamado dinero.

Y cuando las denuncias y querellas promueven investigaciones financieras, policiales o judiciales, con el impulso de fiscales, o sin él, las maniobras de distracción se intensifican para tratar de salir airosos de sospechas o indicios, fundados o no, sobre conductas prevaricadoras, malversadoras, revelación de secretos, falsificaciones, maquinaciones para alterar el precio de las cosas, estafas, extorsiones, amenazas, coacciones, calumnias, injurias, tráfico de influencias, administración desleal, cohechos y derivados.

Una información escandalosa, según las técnicas de la manipulación política al uso, determina la necesidad de una cortina de humo para distraer la atención general. Lo que está afectando gravísimamente a determinadas autoridades o sus entornos familiares, y que ha propiciado una catarata de actos y demostraciones públicas para mantener la atención de la sociedad en otros asuntos solapando lo que realmente es más trascendente. Desviar el enfoque para esquivar los verdaderos problemas sociales regalando temas llamativos, pero sin importancia real.

La amnistía, auténtico ejercicio de traición ética, pendiente del respaldo legal, muy discutible, y de lo que algunos llaman manoseo institucional, como las actividades de gestión e intermediación usando con descaro el amparo o indolencia de los gobiernos, han exigido introducir las cortinas taurinas, relaciones internacionales urgentes y forzadas, retoques sociales para incentivar la dependencia del Estado y todo tipo de ocurrencias sucesivas con las que determinados lacayos mediáticos ejercitan su servilismo más asqueroso.

El caso es tenernos ocupados sin pensar en lo que nos preocupa. Goebbels se especializó en la materia y dejó unos principios, que se ejercen con naturalidad en estos días. Si no es posible negar las malas noticias, hay que inventar otras para distraer. Se deben lanzar constantemente informaciones y argumentos nuevos para que los adversarios no tengan tiempo de responder y contrarrestarlos. Cargar sobre el oponente los propios errores respondiendo al ataque con el ataque. Y los psicólogos definieron la agresión pasiva como una forma de expresar el enojo sin mostrar los sentimientos o argumentos y actuar de manera enfadada hacia los otros.

Hay narcisistas usando a los demás como un fin para obtener lo que desean. Merece la pena citar a Umberto Eco diciendo que el periodismo funciona como la máquina del fango. Un elemento reciente en el debate partidario, que empalaga y cansa en demasía. Ese fango o lodazal, que han debido capturar algunos asesores para capear el temporal y correr sin remilgos determinadas cortinas de humo.