Leer la prensa estos días produce cierta sensación de nostalgia porque los nombres que llenan los titulares y los asuntos que desentrañan parecen los mismos que aparecían hace treinta años en cabeceras ya desaparecidas como Diario 16 o Tiempo.

Villarejo, “El Gordo”, el Rey y el 3 por ciento catalán son historias que arrancaron hace treinta años en la prensa nacional y que las empresas editoras no permitieron que se remataran entonces porque mantenían compromisos más o menos conocidos con sus protagonistas: Zeta con el poder catalán de Pujol y De la Rosa, El País con los negocios de Polanco bajo los gobiernos del PSOE y del PP, el Grupo 16 con la élite bancaria y todos con los testaferros del Rey sin que nadie moviera un dedo.

Algunos periodistas también formaban parte de ese establishment que sobrevivía gracias al tráfico de dossieres y a la complicidad con policías y empresarios que hoy día atestan las listas de corruptos señalados por la justicia: Pujol, De la Rosa, Rato…

Han hecho falta treinta años para que todas esas historias cobren vida de nuevo y aparezcan un día sí y otro también en las tertulias más concurridas de la televisión y para que los jueces actúen lenta pero inexorablemente. Por el camino han caído grupos de prensa emblemáticos como el Grupo 16, Zeta o Prisa, hoy en manos de bancos, teleoperadoras y fondos norteamericanos de inversión.

Es evidente que la fragmentación del Parlamento —dividido en cuatro cuartos más o menos equivalentes hasta que se consolide una mayoría más sólida— ha permitido aventuras judiciales en Cataluña, Valencia o Andalucía y condenas explícitas para partidos políticos de referencia como el PP valenciano y de la Gürtel, el Pdecat del 3 por ciento o el Psoe andaluz, todavía  a la espera de sentencia por el escándalo de los eres.

En todo este tiempo, en el ámbito de la comunicación han aparecido tres variables significativas: los consorcios internacionales de periodistas de investigación —ICIJ (International Consortium  of Investigative Journalists) y EIC (European Investigative Collaborator)—, los nuevos diarios digitales que han nacido al amparo de subvenciones políticas interesadas —caso flagrante de los nuevas cabeceras catalanas independentistas—  o de la mano de buques insignia tradicionales de la economía española —BBVA y Telefónica—  como diario.es y elconfidencial.com, y  La Sexta, que vio la luz bajo el gobierno de Zapatero y que ha conseguido un lugar en el panorama político auspiciada por personajes como Jaume Roures, que algunos han calificado como verdadero “príncipe de las tinieblas”.

Todo lo anterior ha venido a confirmar informaciones anteriores sobre fortunas notorias en paraísos fiscales —Sarasola y De la Rosa en Holanda, Prado y Colón de Carvajal en Suiza, los Rato en Ginebra y Amberes— que el viejo bipartidismo escondió y que la actual fragmentación parlamentaria ha permitido llevar a las primeras páginas de la prensa nacional acompañada de una fascinación declarada por la república como alternativa a la monarquía que desde hace años se tambalea no sólo en Cataluña sino en la actual y agrietada España del Psoe, Podemos y los partidos nacionalistas.

Más allá del moderno periodismo que hoy se presenta como de investigación pero que no es tal porque es fruto del hackeo y de filtraciones masivas encauzadas a través de los consorcios periodísticos mencionados y de plataformas como Wikileaks o Futbol Leaks, la regeneración de la política española lleva  treinta años de retraso porque varias generaciones de políticos y periodistas han sido cómplices del poder establecido y no han abordado hasta que no han tenido más remedio la transición pendiente que ahora se conforma como un salto en el vacío de la mano de Puigdemont, Iglesias y un Sánchez maniatado y obligado a convocar elecciones.

Esperemos que El Cierre Digital contribuya a circular por ese nuevo camino con información y cordura y algo menos de censura institucional. Esa censura en la que han caído editoriales, televisiones, periódicos y universidades sin que a nadie se le cayeran los anillos.