Recientemente, a propósito de las fiestas patronales de San Isidro, el juez Manuel Jaén Vallejo publicaba en elcierredigital.com un breve artículo sobre el empleo de ciertos delitos en los argumentos de las zarzuelas. Ante la propuesta de extender el mismo tema en relación al cine y la literatura, presenta estas líneas sobre el mismo, muy trabajado por la criminología y realmente apasionante.

Precisamente, el juez Vallejo participaba en la tarde de este jueves en una tertulia en El Escorial sobre la 'Justicia en el cine', organizada por la asociación a la que pertenece, la Asociación Judicial Francisco de Vitoria (AJFV). Este viernes también participará en el marco de esta tertulia el exfiscal general del Estado y crítico cinematográfico Eduardo Torres Dulce.

Decía Paul Ferdinand Schilder (1886-1940) —psiquiatra y psicoanalista norteamericano de origen vienés y proveniente de una familia de comerciantes judíos— al referirse a los problemas de la delincuencia, que “el problema de la criminología no consiste en averiguar por qué algunas personas son criminales, sino por qué hay tantos que no lo son”. Curiosa afirmación, que no pasa de ser anecdótica, como también la del criminólogo Israel Drapkin cuando dijo que “la mejor clasificación es aquella que divide a las personas en sujetos que ya delinquieron y sujetos que todavía no han delinquido”. O la del filósofo alemán Goethe de que “no hay delito que no me haya sentido con ganas de cometer en algún momento”.

Es un hecho incontrovertido que la sociedad tiene una especial predilección por el delito, expresada en sus gustos por la literatura, el cine, el teatro, la televisión y el interés por la crónica roja de los periódicos, ese género periodístico que encierra historias de misterios, asesinatos e intrigas policíacas en las que los reporteros también realizan una labor de investigación.

Incluso también en la pintura clásica son frecuentes los crímenes, como las decapitaciones en pintores como Botticelli (siglo XVI), Cristofano Allori (siglo XVII), que entre sus mejores creaciones se encuentra la de Judith con la cabeza de Holofernes, o Caravaggio (siglo XVII), con su Salomé con la cabeza de Juan el Bautista (Palacio Real de Madrid).

Las obras clásicas y el crimen

El norteamericano Walter Bromberg, especialista en psiquiatría criminal, decía por ello que la sociedad ama los crímenes —crímenes, claro, en la ficción y, sin duda, por su espectacularidad—, pero detesta a los criminales, aunque la española Concepción Arenal, pionera del feminismo, decía lo contrario: “Odia el delito, compadece al delincuente”.

Sólo por mencionar algunas obras clásicas de interés sobre la materia, para aquellos que quieran ilustrarse más al respecto, cabe destacar las siguientes: Enrique Ferri, Los delincuentes en el Arte; Enrique de Benito, La criminalidad en El Quijote; Radbruch, La criminalidad en la época de Goethe; Manuel de Rivacoba, Las ideas penales de Blasco Ibáñez y Crimen y poesía en la obra de Antonio Machado; y Memorias de un depósito de cadáveres, de Dostoyevski.

Desde sus orígenes, la literatura se ocupa de la violencia y de los crímenes, reales o ficticios, de forma constante. Todo género se nutre de temas jurídicos, particularmente penales: desde la Biblia hasta García Márquez, pasando por El Quijote o los dramas de Shakespeare y los cuentos de terror de Allan Poe.

'Cuentos de terror' de Edgar Allan Poe.

Naturalmente me refiero a los delitos que integran el llamado derecho penal natural, como los homicidios, adulterios, violaciones, suicidios, robos y estafas. Son adúlteras Ana Karenina, en la obra de León Tolstoi (publicada en 1878), cuya trama principal es el adulterio; o Arminta en El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina (publicada en 1630). Suicidios en Ana Karenina (Ana) y en La Celestina (Melibea). Delito de adulterio que si bien antiguamente, como en la época de Hammurabi, que establecía la ley del talión, estaba castigado duramente hasta el punto de que al que besaba a una mujer casada se le debía cortar el labio, hoy día se mantiene como delito en pocos códigos penales (en España se mantuvo hasta 1978).

En el Hamlet de William Shakespeare, Hamlet mata a Polonio, a quien confunde por su voz con la de Claudio, que es a quien quería matar, produciéndose, pues, una aberratio ictus, terminando la obra en un duelo. Fratricidios de Caín sobre Abel, en el primer libro de la Biblia, el Génesis. Rómulo mató a Remo, su hermano gemelo y cofundador de Roma. O, más recientemente, en 1956, Juan Carlos I de España, a los 18 años, mató a su hermano Alfonso, de 14 años, de un disparo de pistola, concurriendo un error de tipo, luego accidentalmente. Y, por supuesto, en El Quijote, en donde su protagonista, Alonso Quijano, comete delitos de lesiones, daños, coacciones y estafas. Aunque su imputabilidad, probablemente, estaría ausente.

La violencia criminal en el cine

En cuanto a la violencia criminal en el cine, sólo como mera aproximación, tenemos películas ya clásicas. Luz que agoniza (1944), de Ingrid Bergman y Charles Boyer, que consiguió un Óscar a la Mejor actriz, con asesinato, drama, intriga y con cierta carga de sadismo. La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick, caracterizada por contenidos extremadamente violentos que facilitan una crítica social en psiquiatría y el pandillerismo juvenil, con banda sonora compuesta por pasajes de música de Beethoven. El Padrino, película estadounidense de 1972, dirigida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Marlon Brando y Al Pacino como los líderes de una poderosa familia criminal ficticia de Nueva York. Esta cuenta la historia, ambientada desde 1945 a 1955, de la familia Corleone liderada por Vito Corleone, contando la lucha sangrienta y competitiva de varias familias de la mafia por el control de las actividades delictivas en aquella ciudad.

'El Padrino'.

Mención aparte merece un indiscutible protagonista de la historia del crimen, Henri-Désiré Landrú (París, 1869, Versalles, 1922, murió decapitado), un famoso asesino en serie francés y bígamo, también conocido como el "Barba Azul francés", que estafó a poco menos de 300 mujeres y asesinó a once. Charles Chaplin lo protagonizó, a iniciativa de Orson Welles, en la película de comedia negra Monsieur Verdoux (1947), dirigida también por él mismo. Landrú fue un criminal que sedujo a muchas mujeres, adineradas y por lo general jóvenes viudas (de las muchas bajas producidas por la I Guerra Mundial), y al sentirse mal con su compañía, en vez de una separación lo que hacía era asesinarlas, una vez colmado su apetito sexual y su objetivo lucrativo.

El crimen en la literatura

Otra obra que destaca en la literatura es la del escritor guatemalteco José Milla y Vidaurre, El Visitador (1868), una trilogía de novelas históricas escritas por el autor entre 1866 y 1868, en donde aparece todo un catálogo de delitos, desde sustracción de documentos, suposición de parto, rapto, infidelidad en la custodia de documentos y detención ilegal, hasta estafa, adulterio, homicidio y atentado a la autoridad entre otros.

Crónica de una muerte anunciada, una de las obras más conocidas de Gabriel García Márquez, publicada en 1981, relata el asesinato de Santiago Nasar a manos de los gemelos Vicario. Desde el comienzo de la narración se anuncia que Santiago Nasar va a morir, por ser aparentemente el causante de la deshonra de Ángela, hermana de aquellos, que habiendo contraído matrimonio el día anterior es rechazada por su marido por la pérdida de su virginidad. Una terrible historia real ocurrida en 1951 en La Mojana, departamento de Sucre en Colombia.

En la obra se describe claramente lo que es el iter criminis, desde su ideación en la mente del autor, cuando se revela el nombre del seductor, pasando por la realización de los actos preparatorios —procurándose los hermanos Vicario sendas armas, cuchillos— y concluyendo con la consumación. La cuestión del honor, naturalmente, es el eje principal de la obra.

Esta grandiosa obra fue adaptada a la gran pantalla en 1987, en una película dirigida por Francesco Rosi e interpretada por Rupert Everett, Ornella Muti y Gian Maria Volonté.

Fotograma de la película 'Crónica de una muerte anunciada'.

En su última novela, Memoria de mis putas tristes, García Márquez relata, con la maestría que caracterizaba a este eminente autor nobel de literatura, una reflexión sobre las desventuras de la vejez, con episodios de sexo y amor, a propósito de un viejo periodista que decide festejar sus noventa años, manteniendo una relación sexual con una doncella virgen, de catorce años. Una posible hipótesis, pues, de abusos sexuales, aunque la cosa quedó en mera tentativa.

Finalmente, hay que hacer mención de las numerosas películas que abordan el tema carcelario, ampliamente tratado en la obra colectiva El Cine Carcelario (2015), con prólogo de Eduardo Torres Dulce, buen conocedor del séptimo arte, en el que destaca el capítulo de Javier Nistal Burón, dedicado a “los valores de la subcultura carcelaria desde la mirada del cine”, en el que se citan películas bien conocidas, como Celda 211, de Daniel Monzón (2009); Fuga de Alcatraz, de Don Siegel (1979); La gran evasión, de John Sturges (1962) y Brubaker, de Stuart Rosemberg (1980), entre otras muchas. Otro libro, Cárceles de Cine, de la editorial Everest, confronta la realidad diaria de las prisiones con la ficción ofrecida por las películas, mostrando una panorámica por España de aquellos lugares que sirvieron de decorado a algunas de esas películas.