30 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

Manuel Jaén Vallejo

Tiempos de Zarzuela

Representación de Zarzuela.
Representación de Zarzuela.

Iniciamos en estas fechas tiempos de zarzuela, nuestro querido género «chico», aunque grandioso, que nos emociona al oír sus canciones y orquestas, rememorando viejas costumbres y tradiciones, las de nuestros padres y abuelos. Pero no es mi intención, en estas breves líneas, ocuparme del fenómeno musical propiamente dicho, ni de los grandiosos artistas que nos han deleitado durante tantos años interpretando, bailando y cantando cientos de zarzuelas.

 Mi idea es resaltar algunas de las frecuentes ocasiones en las que esas zarzuelas se valen del derecho penal, de los delitos, para construir sus argumentos. Ya en una de las primeras zarzuelas, «Celos aun del aire matan», estrenada a mediados del siglo XVII, de Pedro Calderón de la Barca, aparecían los celos como base principal de esta tragicomedia, celos que son normalmente el móvil de situaciones de violencia con resultados penalmente relevantes, como ahora ocurre, junto al móvil económico, en la violencia de género, fenómeno criminal de especial preocupación en la sociedad actual.

Aunque la mayoría de las zarzuelas encierran tramas siniestras, lo cierto es que se hacen por lo general con un espíritu alegre y algo burlón, terminando los conflictos planteados, no en drama, sino en bromas, gritos, broncas que suelen concluir con el famoso «aquí no ha pasao ná» y, por tanto, «sin llegar la sangre al río».

No es infrecuente que en las zarzuelas se produzcan pretensiones de duelos, casi siempre surgidas de cuestiones de honor, marital o entre parejas, ofendido.  

Estas cuestiones, históricamente, desembocaban no en el duelo, sino en la simple venganza privada, amparada en las leyes del reino que permitían la venganza del marido contra los adúlteros, llegándose a declarar en una ley del Fuero Real que los adúlteros fueran puestos “en poder del marido, y éste faga dellos lo que quisiera”, aunque como consecuencia de las ideas de la Ilustración, ya en el siglo XVIII, los primeros Borbones adoptaron una actitud de oposición a los desafíos y duelos.

Así, una pragmática de Felipe V dada en Madrid en 1716, luego renovada por Fernando VI y Carlos III, prohibía los duelos y desafíos, con graves consecuencias para quienes incumplieran la prohibición y a todos los que les ayudasen, alzándose, pues, el ejercicio del ius puniendi por parte del Estado, de la Monarquía, en contra de la autovenganza, aunque más tarde resurgiera el duelo con el romanticismo decimonónico, ya en el siglo XIX, muchas veces por cuestiones surgidas de la prensa, entendiéndose que era preciso lavar las injurias con sangre, porque el honor se consideraba algo así como el supremo bien del hombre, quedando regulada esta figura en los códigos penales de 1848 y 1870.

En este último código se castigaba el duelo como un delito especial, disponiéndose que la autoridad que tuviera noticia de estarse concertando un duelo, detendrá al provocador, y al retado cuando este lo haya aceptado, no poniéndolos en libertad hasta que dieran palabra de honor de no batirse. De todos modos, el hecho de cometer el delito con ocasión de un duelo implicaba la aplicación de ciertas circunstancias atenuantes, manteniéndose su regulación hasta el Código penal de 1932, que suprimió el capítulo sobre los duelos y, por tanto, el tratamiento privilegiado que se venía dispensando a los delitos cometidos con ocasión de los mismos.

La pradera de San Isidro” (1788) y “La peregrinación a San Isidro” (entre  1820 y 1823), de Francisco de Goya. - líneas sobre arte

'La pradera de San Isidro', cuadro pintado por Francisco de Goya y Lucientes.

Esas cuestiones de honor que provocaban los duelos, resueltas con arreglo a códigos de honor, numerosos en nuestro país, como, por ejemplo, los mencionados en la obra de Adelardo Sanz, Esgrima del sable y consideraciones sobre el duelo, Madrid, 1886, o en la del Marqués de Cabriñana, Lances entre caballeros, Madrid, 1900, conteniendo esta obra unas bases muy aceptadas entonces sobre el código de honor, eran las que subyacían en muchas zarzuelas, aunque sin que llegaran a producirse los duelos, al resolverse la contienda por otros cauces propios de la nobleza que caracterizaba a los hidalgos españoles, como la generosidad y el altruismo, virtudes hoy, por desgracia, escasamente cultivadas.

En la ópera, en general, son los celos, las pasiones, los adulterios, difamaciones, factores criminógenos que llevan a los protagonistas a cometer hechos delictivos, delitos clásicos, como homicidios, suicidios, lesiones, amenazas, raptos, estupros, falsedades, robos, estafas (timos), pero en la zarzuela, a diferencia de la ópera, un género más sangriento, hay un menor dramatismo y escasa violencia, hasta el punto de que sus protagonistas quedan absueltos de toda culpa, quedando el desenlace, generalmente, en trifulcas, tumultos, gritos, y poco más, como en La Verbena de la Paloma, de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón, estrenada en el Teatro Apolo de Madrid en 1894, pero sin faltar el humor, la sátira, la risa y los buenos sentimientos, acompañados de una música ambiental muy popular, alegre, incluso acompañada ocasionalmente de coros y bailes, que deleitan gratamente al público.

 En la zarzuela El barberillo de Lavapiés, probablemente una de las más famosas, con libreto de Luis Mariano de Larra (hijo del periodista Mariano José de Larra) y música de Barbieri, estrenada en el Teatro de la Zarzuela en 1874, la acción se desarrolla bajo el reinado de Carlos III, en una época en que quedaban prohibidas las capas largas y los sombreros anchos, factores igualmente criminógenos, como lo eran también las calles oscuras, que aseguraban la impunidad de los delitos, de ahí que se iluminara bajo dicho reinado la Villa con faroles, creándose también la figura de los serenos, ambiente en el que transcurre la acción de esta famosa zarzuela, en un ambiente castizo, con historias de amor, de nobles y plebeyos, ambiente de conspiración, un acto preparatorio del delito, con crítica social y política.

  Otra zarzuela, muy popular, con una trama argumental sencilla y tradicional, es la de Gigantes y Cabezudos, de Miguel Echegaray, y música de Manuel Fernández Caballero, estrenada en el Teatro Principal de Zaragoza en 1898, con trama de engaños e intentos de agresiones, mezcla los tradicionales asuntos del corazón con el trasfondo de la Guerra de Cuba, país que ese mismo año alcanzaba su independencia de España.

 Luisa Fernanda, otra de las zarzuelas más populares, con música de Federico Moreno Torroba y libreto de Romero Sarachaga y Fernández-Shaw, estrenada en el Teatro Calderón de Madrid, en 1932, en plena república, refleja una trama que se inicia en Madrid, en tiempos de la Reina Isabel II, momentos antes de la Revolución de 1868, y tiene su fin en una dehesa de Cáceres, tras el destronamiento de la Reina por la Gloriosa, expresión de las rencillas entre monárquicos y liberales, con desafíos que no culminan finalmente en duelos y un trasfondo de enfrentamiento entre el ejército e insurrectos, que acabó en la sublevación militar acontecida aquel año.

Agua, azucarillos y aguardiente, zarzuela con libreto de Miguel Ramos Carrión y música de Federico Chueca, estrenada en el teatro Apolo de Madrid en 1897, recrea un enredo desarrollado en Madrid en el mes de agosto, tiempo de fiestas y verbenas, de carácter económico, con prestamista por medio, surgiendo la cuestión amorosa entre los protagonistas, la seducción, los apuros económicos, los celos, y el timo, elemento este de la estafa, muy ocurrente en otras zarzuelas.

Una última zarzuela, muy apreciada y popular, es La Revoltosa, con libreto de José López Silva y Carlos Fernández Shaw, y música de Ruperto Chapí, representada por primera vez en 1897 en el teatro Apolo de Madrid, no muestra ningún asunto de relevancia penal, pero sí de muchos celos y ciertos engaños que, finalmente, desembocan en el ansiado final de la unión de los dos protagonistas enamorados, Mari Pepa y Felipe.

Termino. Con estas breves referencias a algunas de las más famosas zarzuelas, un género musical y teatral de indiscutible raigambre popular en nuestro país, en particular en la ciudad de Madrid, aunque con alguna expansión también en países de América latina, y muy especialmente disfrutadas en estas fechas, es posible comprobar cómo el delito, en sus variadas modalidades, principalmente de lo que llamamos derecho penal natural, referido a aquellos hechos delictivos que siempre lo han sido, desde tiempos remotos, no a aquellos otros surgidos a raíz de los desarrollos y cambios sociales acontecidos en las últimas décadas, y bien en su grado de perfección, esto es, consumados, o en el de imperfecta ejecución, esto es, tentativas, casi siempre está presente en las diferentes tramas de sus argumentos, aunque en forma que nada tiene que ver con la ópera, más proclive a mostrar escenas de violencia y crimen.

Con la zarzuela se añora, se ríe, y se disfruta de ese Madrid tan castizo, identidad cultural que tiene su reflejo en las fiestas y verbenas que se celebran en nuestra querida ciudad en los próximos días, a las que no hay que dejar de acudir, siempre después de disfrutar de una zarzuela en alguno de los muchos teatros de la capital, y rememorando la valentía de esos madrileños, castizos, que tan digna y valientemente defendieron su ciudad de los invasores franceses en 1808.

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