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Una pareja sonriente en una fotografía en blanco y negro.
SUCESOS

Se cumplen 43 años del asesinato sin resolver de los marqueses de Urquijo.

La instrucción del caso tuvo errores significativos, y la condena a Rafi Escobedo es histórica en la justicia española.

El 1 de agosto de 1980 ocurría en España un suceso que marcó la crónica negra de nuestro país: el asesinato de los marqueses de Urquijo en su mansión de Somosaguas (Madrid). Después de 43 años, todavía quedan algunos misterios sin resolver y una sola superviviente del clan: Myriam de la Sierra, que vive retirada en Bangkok junto a su tercer marido. Su hermano, Juan de la Sierra, heredero del título de su madre, fallecía en julio del pasado año por Covid-19.

Desde el asesinato de sus padres, los nombres de Myriam y Juan salían a relucir de tanto en tanto en la prensa. No es de extrañar, teniendo en cuenta que el mediático suceso desenterró una trama de dinero, sexo y traiciones que acabó con los asesinatos de los marqueses en el verano de 1980.

Antes del crimen, su nombre iba inevitablemente unido al de Banco Urquijo, fundado en 1918. En los meses previos al crimen esta entidad financiera estaba en medio de un proceso de adquisición. Sin embargo, el banco  desapareció en 2006 al ser absorbido por el Banco Sabadell.

El marqués Manuel de la Sierra era el propietario del banco, un puesto al que accedió por su matrimonio con María Lourdes de Urquijo, que era quien ostentaba el marquesado concedido en 1871 por el breve monarca Amadeo I de Saboya.

Cronología del crimen de los marqueses de Urquijo

La madrugada del 1 de agosto de 1980 los marqueses de Urquijo dormían en camas separadas, como cada noche. Él, Manuel de la Sierra, de 55 años, lo hacía en la habitación principal. Ella, Lourdes Urquijo, en una austera habitación contigua. Supuestamente, en la mansión también pernoctaba su criada, aunque más tarde se sabría que durante la noche se había ausentado para mantener un encuentro sexual con el mayordomo del banquero Claudio Boada, vecino de los asesinados.

Una pareja de recién casados posa junto a sus familiares en una ceremonia de boda, todos vestidos elegantemente.
Los Urquijo y los Escobedo en la boda de Myriam y Rafi. | El Cierre Digital

En plena noche uno o varios asaltantes —se cree que al menos fueron tres, aunque aún no ha podido confirmarse— saltaron la valla de un metro y medio que rodeaba la propiedad y se dirigieron a la mansión. Subieron a la primera planta y entraron en la habitación del marqués, al que dispararon un tiro en la nuca, justo detrás de la oreja. Murió en el acto. A  Lourdes —que fue alertada por el ruido de un tropiezo y un disparo— le dispararon en la bocay, después, en la vena carótida.

Los cuerpos de los aristócratas fueron descubiertos a las nueve de la mañana por el personal del servicio. Después de dar la voz de alarma, llegó la Policía y, con ella, comenzaron los errores en las actuaciones.

El jefe del Grupo IX de Homicidios, el inspector Luis Aguirre, determinó que los casquillos hallados en la escena del crimen se correspondían a una Star calibre 22 Long Rifle, un modelo difícil de encontrar. No obstante, tras las primeras indagaciones, los investigadores abandonaron el inmueble sin hallar el arma del crimen y sin darse cuenta de que la caja fuerte estaba intacta, así como los objetos de valor de los marqueses.

Un detalle que no pasó por alto el administrador de la familia, Diego Martínez Herrera, que se hizo con el contenido y le prendió fuego en una pequeña hoguera en el jardín. Una fogata que no pasó desapercibida para ciertos testigos. Además, algunas versiones recogidas por las crónicas de la época, señalan que fue él quien ordenó que limpiaran las manchas de sangre de los dormitorios y que lavaran los cuerpos de los marqueses. Otras indican que fueron los propios hijos. Fuera quien fuera, la acción no tuvo ninguna consecuencia judicial.

Rafael Escobedo, el condenado

La sentencia de folio y medio, firmada por Bienvenido Guevara en julio de 1983, condenó a Rafael Escobedo, exmarido de Myriam, hija de los marqueses de Urquijo, —con la que se casó en el año 1978— a 53 años de cárcel por matar a sus suegros. Había sido detenido el 8 de abril de 1981 en una finca de Toledo.

Un hombre joven con camisa blanca en una fotografía en blanco y negro.
'Rafi' Escobedo. | El Cierre Digital

En palabras del juez, aquella noche Escobedo "por sí solo o en unión de otros" accedió al interior del chalet haciendo un agujero en el cristal del ventanal de la piscina. Con un soplete hizo un boquete en la puerta que daba acceso a la casa, metió el brazo y accionó la manivela por fuera. Subió hasta los dormitorios, entró en la habitación del marqués, se acercó hasta oírle respirar y le mató de un solo disparo. Tal y como Escobedo confesó a la policía, "lo de la marquesa fue un accidente".

Según contaría el propio Rafi años después, la policía le sometió a torturas físicas y psicológicas, algo habitual en pleno posfranquismo, y consiguieron arrancarle una confesión. Sobre una cuartilla que firmó, aseguró haber matado a sus suegros. Esta cuartilla, al igual que los casquillos, desaparecieron misteriosamente en el momento del juicio.

Los inspectores que llevaron el caso tampoco creyeron nunca su motivo para acabar con la vida de los marqueses, un móvil pasional que no parecía suficiente: meses antes del crimen, Myriam le había dejado por Richard Dennis Rew, conocido como ‘Dick el americano’, el jefe de ambos en la empresa Golden Paradise. 'Rafi' siempre culpó al marqués de su separación porque nunca aprobó que su hija se hubiera casado con un chico sin oficio ni beneficio.

Escobedo sólo cumplió siete años de cárcel. En julio de 1988 fue hallado muerto en su celda del penal del Dueso, en Cantabria. La versión oficial apuntaba a que 'Rafi' se había suicidado ahorcándose con una sábana. Sin embargo, su abogado, Marcos García Montes, encargó una segunda autopsia que determinó que los pulmones de Escobedo tenían restos de cianuro.

Los protagonistas del segundo juicio

La citada sentencia no solo condenaba a Escobedo, sino que abría la veda para poder juzgar a otros presuntos implicados. Uno de los nombres que no tardó en salir a la luz fue el de  Javier Anastasio de Estepona, presunto coautor del crimen, que huyó antes de ser juzgado.

El 17 de octubre de 1983, tres meses después de la sentencia que condenó a Escobedo a 53 años de cárcel, Anastasio era detenido. En el segundo juicio del mediático caso se le acusaba de cómplice. Según un amigo en común que acudió como testigo al juicio, Anastasio había acompañado a Rafi a la casa de los marqueses en Somosaguas y, tres días más tarde, se había deshecho de una pistola que el exmarido de Myriam de la Sierra le había entregado, lanzándola al pantano de San Juan en Madrid.

Hombre mayor con gafas y expresión seria, vestido con traje gris y camisa blanca, con fondo de cortinas rojas.
Javier Anastasio de Estepona. | El Cierre Digital

Javier Anastasio siempre aseguró que su único error fue colaborar haciendo desaparecer el arma del delito. Según contó en su libro El hombre que no fui (2017), coescrito por Melchor Millares, estaba convencido de que iba a ser condenado, ya que intuía que detrás había toda una trama y él y Escobedo eran los cabezas de turco.

Después de tres años y medio de prisión preventiva a la espera del juicio que le condenaría a 60 años de cárcel, Anastasio fue puesto en libertad a la espera de celebrarse el juicio. El contencioso llego a aplazarse cuatro veces. El 21 de diciembre de 1987, después de hablarlo con su familia, Anastasio cogió el dinero que había ganado de la venta de un apartamento, se subió con uno de sus hermanos a un coche y condujeron hasta Portugal. Y del país vecino a Brasil, donde no había tratado de extradición.

El otro hombre condenado por su implicación fue el aristócrata Mauricio López Roberts. Amigo de Rafael Escobedo, fue condenado a 10 años de prisión por encubrimiento del crimen, al haber afirmado que le había prestado 25.000 pesetas (150 euros) a Javier Anastasio, acusado de ser coautor del crimen, para que se fuera a Londres el mismo día de la detención de Escobedo.

Un grupo de personas sentadas, tres hombres y una mujer, todos vestidos formalmente.
Mauricio López-Roberts (a la derecha) y Javier Anastasio en una foto de la época. | El Cierre Digital

Según el relato de Rafi Escobedo, el 31 de julio se encontró con su amigo Javier Anastasio, al que conocía desde la infancia de la pandilla de Somosaguas. Anastasio no pertenecía a una familia de rancio abolengo ni era de apellido noble, pero su padre poseía una gasolinera en el centro de Madrid con la que amasó una importante fortuna, lo que le convertía en un "niño bien" de Somosaguas, círculo al que también pertenecía Juan de la Sierra, hijo de los marqueses.

Escobedo y Anastasio, junto a Juan José Hernández, formaban un trío inseparable al que se unía a veces De la Sierra, que aquel día estaba en Londres asistiendo a un curso de banca. Anastasio y Rafi Escobedo comieron juntos el día 31 de julio, luego se encontraron con Hernández en el pub Chascarrillo, donde tomaron algunas copas para más tarde irse a cenar al restaurante El Espejo.

A las 2.30 de la madrugada Rafi Escobedo pidió a Anastasio que le llevase en su Seat 1430 hasta la casa de sus suegros en Somosaguas, donde supuestamente esperaban, según su relato, Mauricio López Roberts y el administrador de los marqueses, Diego Martínez Herrera.

Uno de ellos llevaba el arma, una pistola Star F Olimpic del calibre 22. También llevaban cuerdas, cintas y un soplete para hacer un agujero en una puerta, en concreto la de la piscina interior, para meter la mano y poder abrirla desde dentro. Según Escobedo, fue Javier Anastasio quien hizo el agujero y metió la mano, quemándose el brazo en esa acción. Por eso se pidió que se examinase el brazo de Anastasio, algo que no tenía mucho sentido porque cuando fue detenido habían pasado ocho meses de los asesinatos.

En octubre de 1983, dos meses después de conocer la sentencia firme contra 'Rafi', el caso Urquijo dio un giro inesperado. La revista Interviú colocó en el disparadero a Mauricio López-Roberts, V marqués de la Torrehermosa, al publicar que él, muy amigo de Rafi y un apasionado de la caza, encargó días antes del crimen un silenciador para un arma en un taller de Lavapiés. El 26 de febrero de 1990, López-Roberts  fue condenado a diez años de cárcel por encubridor.

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