Los crímenes cometidos en Halloween: Cuando la noche más terrorífica se hace real
En la víspera de Todos los Santos ha habido asesinatos como el de Ripollet en 2008 o el caso Timothy O'Brian en los 70
Halloween es una fiesta foránea que ha conseguido instalarse cómodamente en el calendario de celebraciones de los españoles. Nos acerca a través del humor a lo desconocido, al mundo de los muertos y, en definitiva, a aquello que nos provoca miedo.
Sin embargo, no todo son bromas. Esta noche también ha amparado algunos crímenes reales.
El peligro de pedir chucherías
Los dulces envenenados tienen un terrible precedente en Texas, en 1974. El pequeño de ocho años Timothy O’Brian moría la noche de Halloween envenenado tras tomar una barra de Pixie Stix. Un caramelo de pica pica en polvo, entonces muy popular, que contenía cianuro.
Finalmente se demostró que su propio padre había sido el asesino. Agobiado por las deudas, intentó cobrar varios seguros de vida que había contratado para el niño. Para intentar encubrir el crimen, también dio Pixie Stix con veneno a su otra hija Elizabeth y a varios niños del vecindario.
Por suerte, estos no llegaron a consumirlos.
Ronald O’Brian fue condenado a muerte y ejecutado diez años después convertido en el auténtico “Candyman”.
Las consecuencias de tirar huevos
Otra tradición original de Estados Unidos y que cada vez es más frecuente en nuestro país es el lanzamiento de huevos. Durante esta noche, grupos de adolescentes se dedican a lanzar huevos contra casas y coches de desconocidos.
Uno de los afectados por esta "travesura" fue Karl Jackson y no se lo tomó muy bien, precisamente. Un grupo de jóvenes tiró huevos a su coche la noche de Halloween de 1998, mientras iba a recoger con su novia al hijo de esta, que estaba en una fiesta.
Tras el incidente, se bajó del vehículo y tuvo una breve discusión con los chicos que le habían lanzado los huevos. Al volver a entrar en el coche, uno de ellos sacó un arma y le disparó en la cabeza. El asesino fue Curtis Sterling, de tan solo 17 años.
Sin embargo, este suceso no es algo aislado. El New York Times publicó en 2010 que desde 1984 fueron heridas o asesinadas en incidentes relacionados con lanzamientos de huevos durante la noche de difuntos 24 personas.
Crimen en España
En España un homicidio cometido un 31 de octubre de 2008 también ha pasado a la memoria popular. Se trata del asesinato de Maores (María Dolores), una adolescente de Ripollet (Barcelona) que fue asesinada por un compañero de clase del que estaba enamorada.
A él, Sergio, le había dedicado numerosos mensajes en su cuenta de Fotolog. Y no desconfió cuando fue a buscarla a casa la víspera de Todos los Santos, en compañía de otro compañero de instituto, Luis. Maores salió en zapatillas, asegurando que volvería en cinco minutos.
Sin embargo, ya no lo hizo. En un descampado cercano Sergio la degolló. El crimen, cometido por un menor de 14 años sin un historial de violencia anterior, conmocionó a España y alimentó el gran debate sobre las penas a los delincuentes menores de edad.
Cuatro años después del asesinato, Sergio salía en libertad.
Truco o trato
La norma universal de no abrir a los desconocidos se rompe cada noche de Halloween con la tradición de ir a pedir caramelos. Una precaución elemental que se trasgrede para mantener una costumbre inocente y divertida. Eso debió de creer Peter Fabiano cuando llamaron a su puerta la noche de difuntos de 1957.
Al otro lado había alguien vestido con una máscara, pintura y guantes rojos. Pero no era un niño que venía a por caramelos, sino un adulto que le disparó en la cabeza con una pistola envuelta en una bolsa de papel.
Semanas después dos mujeres, Goldyne Pizer y Joan Rabel, eran detenidas como coautoras del crimen. Joan había mantenido una relación con Betty, la esposa de Fabiano, durante una crisis en su matrimonio. Incapaz de superar la ruptura, había convencido a Goldyne, su amante, de que el hombre merecía morir.
Por amor a Joan, Goldyne obedeció y ella fue la que empuñó el arma y efectuó el disparo. Bautizadas como “las asesinas lesbianas” hicieron las delicias de la prensa. Y se aprovechó para identificar a las mujeres homosexuales como peligrosas odiahombres capaces de lo peor.
Llamar a la puerta equivocada
Oshihiro Hattori, de 16 años, era un estudiante japonés de intercambio que pasaba un curso en Baton Rouge, Luisiana (Estados Unidos). La noche de Halloween de 1992 Hattori se dirigió a una fiesta disfrazado de John Travolta.
Poco familiarizado con el vecindario, llamó a una casa que no era la correcta. En realidad la fiesta se celebraba a seis casas de allí, en la misma calle. Como no le abrieron, volvió al coche, momento en el que salió el dueño de la casa, Rodney Peairs.
“Hemos venido por la fiesta”, dijo Hattori, acercándose a él. “¡Quieto!”, le gritó Peairs.
Pero probablemente el joven no le entendió debido a su limitado conocimiento del inglés. Hattori llevaba una cámara que Peairs confundió con un arma, por lo que le disparó a quemarropa.
El episodio tuvo gran repercusión en Japón, donde sirvió para reflexionar sobre el choque cultural con la sociedad americana. Donde la prevalencia de las armas es absoluta y la idea de defender la propiedad privada llega hasta el extremo.
Confusión con los disfraces
La noche de Halloween de 1993 cinco miembros de la banda callejera Pasadena Blood dispararon contra lo que creían que era un grupo de la banda rival, los Crips.
Se equivocaron. En realidad, eran unos adolescentes disfrazados que volvían a casa tras una sesión de “truco o trato” por el vecindario. Una casualidad letal.
Tres de ellos murieron y otros tres sufrieron heridas graves. También fueron tres los miembros de la banda condenados.
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