Rafael Alberti, 24 años de su muerte: La historia oculta del poeta
El escritor gaditano señalaba desde el 'Mono Azul' "a que enemigos políticos se les podría dar el 'paseíllo' .
El 28 de octubre de 1999 el poeta gaditano Rafael Alberti fallecía a los 97 años de edad en su residencia localizada en el municipio del Puerto de Santa María, su tierra natal a la cual regresó tras pasar varios años en Roma. La pérdida del que fuera uno de los integrantes de la histórica y conocida como 'Generación del 27' fue un duro golpe para la literatura nacional e internacional.
Además de autor de múltiples obras como 'Marinero en tierra' y una figura de vital relevancia en la poesía española, Alberti fue un gran activista político que, tras el final de la Guerra Civil, se vio obligado a exiliarse junto su esposa la también escritora Maria Teresa León. De París llegó a Argentina, país donde residió hasta 1977 cuando pudo regresar a España dejando una fotografía histórica en el aeropuerto de Madrid-Barajas. El escritor fue un férreo defensor del comunismo, una faceta por la que incluso llegó a romper su vínculo con el también escritor Federico García Lorca.
Rafael Alberti, el del 'Mono Azul'
Rafael Alberti fue el que escribió el poema "baboso" decidaco a Stallin, y Alberti fue también el de la revista "Mono Azul" que "paseaba" a los adversarios o celebraba el fusilamiento de Don Pedro Muñoz Seca. Con la ayuda de la embajada rusa pone en marcha "El Mono Azul", una publicación, de momento semanal, que pretende ser el órgano de expresión de la Alianza de los Intelectuales y a la vez vehículo doctrinal para los soldados de los frentes... y suya es la Coplilla de presentación: "El Mono Azul tiene manos, manos que no son de mono, que hacen amainar el tono de monos que son marranos. No dormía ni era una tela planchada que no se comprometía. El Mono Azul sale ahora de papel, pues sus papeles son provocarle las hieles a Dios Padre y su señora. ¡ A la pista, pistola ametralladora, mono azul antifascista! ¡Mono Azul! salta, colea, prudente como imprudente, hasta morir en el frente y al frente de la pelea (Ya se mea el general más valiente) ¡Salud! mono miliciano, lleno, inflado, no vacío, sin importarle ni pio, ni ser jamás mono-plano. Tu fusil también se cargue de tinta contra la guerra civil". (¡Dios, y esto lo firma el Marinero en tierra!).
Y de Bergamín el primer mensaje a los milicianos que sí luchan en la Sierra..: "El Mono Azul viene a cantar vuestra lucha, vuestra guerra, como lo que es, como una victoria. Vuestra victoria, aunque esta victoria no llegue todavía sin sangre. Pronto la esperamos, precisamente por la sangre, sangre viva de nuestro pueblo, que manos fratricidas están vertiendo ante nuestros ojos y empapando vuestros vivos monos azules".
"El Mono Azul" se publicó en Madrid de una manera muy irregular a lo largo de 47 números, desde agosto de 1936 hasta febrero de 1939, la mayor parte aparecidos en 1936 y 1937, pues en realidad en 1938 sólo fueron dos y en 1939 uno. Los diez primeros números contaban con ocho páginas, luego quedaron reducidos a una sola hoja e incluso una sola página que se imprimía entre las páginas de "La Voz"... Pero, de lo que no cabe duda es de que fue un éxito a nivel político, el éxito de Alberti, María Teresa León y José Bergamín.
Era lo que le faltaba. Porque inspirador de la Alianza Antifascista, Presidente del Comité de Depuración y ahora Director de un periódico (aunque fuese semanal) ya es el amo del Mundo de la Cultura... y no un amo cualquiera, pues su sección "A paseo" llega a ser el Tribunal Supremo de la vida o de la muerte, ya que los analfabetos y radicalizados milicianos (¡ojo, y milicianas!) toman sus artículos como sentencias. Alberti, a favor, la vida... Alberti, en contra, la muerte. Porque los paseos literarios del poeta (¡Dios, que lejos queda el marinero en tierra!) rápidamente se transfiguran en el paseo que conduce a una cuneta perdida o a las tapias de un cementerio. Alberti, Dios. Alberti, Diablo. Y para que no haya dudas centrémonos en dos de los "Paseos", sólo dos por dos razones de espacio, de los más reconocidos, los que les dedica a Unamuno y a Baroja.
De todos estos Alberti me van a permitir que hable hoy, ya que los historiadores del "agit-pro" los tienen bien escondidos y los de la Memoria Histórica callan lo de "A paseo" que conducía a las cunetas. Y para que no haya dudas comencemos por la anécdota más famosa con Miguel Hernández de protagonista. Anécdota que a mí me llegó por boca de un testigo presencial: Eduardo de Guzmán, un viejo periodista que vivió en primera fila la Segunda República como Redactor-Jefe de "La libertad" primero y luego como Director del anarquista "Castilla Libre". Guzmán tenía escrito un amplio informe-reportaje sobre "Las fiestas de Rafael Alberti" (en el Palacio de los Marqueses de Heredia-Spinola de la calle Marqués del Duero 7, donde vivía con su compañera María Teresa León y que el Gobierno había expropiado para sede del Congreso de Escritores Antifascistas y Redacción de "El Mono Azul").
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"Un día - reproduzco del informe Guzmán- se subleva contra lo que está viendo en Madrid, donde el pueblo pasa hambre y falta de todo mientras los jerifaltes del partido y los Altos Mandos del Ejército viven en la abundancia y disfrutando de todos los placeres. Ese día, se cuenta, que fue a visitar a Alberti y María Teresa León y participa en una velada de escritores antifascistas y al comprobar la prodigalidad de los alimentos, se levantó airado y susurró a su anfitrión, el poeta Alberti, “Aquí hay mucha puta, y mucho hijo de puta”. Alberti, inveterado vividor a pesar de sus escasos años, le conminó a que lo dijese en voz alta. El oriolano no sólo lo voceó, sino que lo escribió, dicen los que presenciaron su enojo, en una pizarra donde figuraba el programa de la velada o el menú (no hay acuerdo en los testimonios).
La bella María Teresa León se levantó con bravura guerrera y le dio una sonora bofetada a Miguel Hernández que le llevó con sus huesos a sentarse en el suelo. En el fondo, el oriolano tenía razón, no en la forma. Sus compañeros comprometidos contra el fascismo, no dejaban de ser los cerdos de Orwell en “Rebelión en la Granja”, mientras la población de Madrid experimentaba la crudeza del sitio franquista”. Lo que está claro es que a partir de este “choque” las relaciones entre ambos, que ya venían siendo escasas por los celos que le habían despertado el que al de Orihuela le llamasen “El poeta del pueblo”, prácticamente quedasen rotas, hasta el punto de que al final de la guerra muchos acusaran a Alberti de ser responsable en parte de la muerte de Hernández por no haberle incluido en la lista que entregó en la embajada argentina para que protegiese a sus amigos. Y digo que tenía razón, porque yo tampoco estaba de acuerdo con aquellas "fiestas", en las que por citar algunos detalles, se servía el mejor caviar que llegaba a la embajada rusa de Madrid por valija diplomática, el mejor marisco gallego y de Huelva y los mejores jamones de guijuelo, jabugo y los Pedroches.
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Según la propia María Teresa lo de Alberti con el caviar ruso llegó a ser como un veneno adictivo desde su primer viaje a Moscú, hasta el punto de que se lo tuvieron que prohibir los médicos. Al parecer en su último viaje a Rusia, ya en 1937, incluso se las había ingeniado para establecer un acuerdo de intercambio con sus amigos rusos Apletín, Kelyin y Mirzov: caviar por jamones ibéricos.. Él les mandaba jamones y ellos le enviaban caviar (ojo, pero tenía que ser del "negro del Mar Caspio").
De 'bon vivant' a comunista
Pero no sólo fue "bon vivant" durante la República y la Guerra Civil, sino también en el exilio. Según contaba Rodrigo Royo, el corresponsal de la Prensa del Movimiento en Buenos Aires, Rafael y María Teresa vivían como verdaderos “Señoritos” y contaba que para comer bien, o muy bien, en Buenos Aires había que ir a comer al número 24 71 de la calle Punyrredu y ya en plan “banquetazo” a su casita de verano en Punta del Este (el poeta y la bella María Teresa permanecerían en Argentina 23 años). Y otro tanto contaba ya en los años 60 Jaime Campmany cuando estuvo de corresponsal en Roma, según él el gaditano vivía como un verdadero sátrapa. Y quizás fuera este modo de ser y de vivir lo que le fue grajeando la enemistad de otros “amigos” de la Generación del 27.
Antes de adentrarnos en la peripecia política y vital de Alberti me ha surgido una interrogante a la que no encuentro respuesta: ¿Qué habría sido de Rafael Alberti si no hubiese existido Federico García Lorca? Es verdad que durante un tiempo los partidarios del de Cádiz o el de Granada quisieron enfrentarlos como los taurinos enfrentaban a “Joselito” y Belmonte o a “Manolete” y Luis Miguel Dominguín. En este caso se puso de moda la pareja Lorca-Alberti o Alberti-Lorca. Pero, en realidad no hubo tal enfrentamiento, aunque si discrepancias entre lo que ambos pensaban sobre la Poesía. Para Alberti la poesía era compromiso, un arma necesaria para sacudir conciencias, una forma de cambiar el mundo. Para Lorca la poesía es un sentimiento y los sentimientos no pueden transformarse en compromiso.
Según Alberti todos los grandes Poetas se han comprometido con algo o con alguien, Jorge Manrique con la brevedad de la vida; Calderón de la Barca, con la vida es sueño; Bécquer, con el amor; Machado, con el camino…Tal vez por esta primera discrepancia Alberti llamaba a Lorca en privado y entre amigos “El poeta gitano”. Cosa que molestó enseguida a Lorca en cuanto lo supo: “Dicen que yo soy un gitano por los poemas que escribí para el “Romancero gitano” pues, que lo sepan, ¡yo no soy gitano!, los gitanos son un tema del que me sirvo para mi creación poética”.
Una cosa está clara, sin embargo, que las relaciones entre ambos sufrieron vaivenes y que es cierto que Alberti envidió siempre a Lorca, tal vez, porque le admiraba más que a ningún otro de los del 27. Lorca y Alberti se conocieron en la Residencia de Estudiantes, aunque Alberti no residía con ellos, pero se pasaba muchas horas y muchos días en la Residencia y se hicieron grandes amigos. Lorca también admiraba a Alberti.
La primera discrepancia seria entre ellos surgió con la llegada de la República y sobre todo cuando Alberti se casó con María Teresa León y se afilió al Partido Comunista y se hizo un defensor a ultranza de las ideas marxistas. Discrepancia que fue en aumento y puso en riesgo la amistad a partir de su primer viaje a la Unión Soviética (1932), porque cuando Alberti volvió ya no era el mismo. Se fue a Moscú siendo sólo un poeta comunista y volvió siendo un propagandista comunista con un Dios llamado Stalin. Como comprobarían todos los amigos cuando con su amada María Teresa fundaron la revista “Octubre” (como órgano de expresión de los “escritores españoles revolucionarios” y en recuerdo-homenaje del “Octubre Rojo” ruso de 1917) y vieron el “nuevo contenido poético” que la pareja introducía en sus páginas.
Tampoco a Luis Cernuda le gustó el nuevo Alberti y a pesar de colaborar en “Octubre” (en la revista de los Alberti publicaría algunos poemas de su obra “Donde habita el olvido”) un día dijo de él: “Rafael se fue a Moscú siendo un Poeta Grande y ha vuelto siendo un poeta menor. ¡Allá él!”. Luego, en sus “Estudios de poesía española contemporánea” dirá de él que si con “Marinero en Tierra” se hizo grande con “Consignas” (su primera obra comunista) se rebajó hasta hacerse “un escritor superficial acomodado en un formalismo hueco” … Con lo que daba la razón a Lorca: “está comprobado, cuando el poeta se hace militante de una ideología deja de ser poeta”.
"Yo no soy comunista, soy español"
Sin embargo, la ruptura entre ambos llegó durante la campaña electoral y las elecciones de febrero del 36 cuando venció el Frente Popular y las Izquierdas se hicieron con el Poder. El choque se produjo cuando, sin saberlo Lorca, Alberti montó un mitin en cuyo cartel figuraba entre las “figuras” de la corrida: Federico García Lorca, Rafael Alberti y José Bergamín. A Lorca le fastidió mucho que Alberti le incluyera en la terna sin habérselo consultado antes y exigió que se le tachara del cartel. “Alberti quiere comprometerme –le dijo al periodista Luis Bagaria que le preguntaba sobre los poetas del 27– y yo no quiero compromisos políticos, yo no soy de ningún partido ya lo he dicho muchas veces, yo soy comunista, falangista, anarquista, monárquico, republicano, de Izquierdas, de Derechas… pero por encima de todo yo soy español, yo soy Poeta y ¡un Poeta, pienso, no puede ser militante de un partido político!... porque está comprobado que cuando el poeta se hace militante de una ideología deja de ser poeta”.
Naturalmente, estas palabras de Lorca y el romperle el “Cartel” que había planeado para un mitin organizado por el Partido Comunista molestaron a Alberti y fue causa de un enfriamiento casi total de su vieja amistad. Alberti y Lorca dejaron de hablarse, tal vez, también, porque el de Cádiz no había digerido bien los éxitos teatrales que el granadino había tenido con su trilogía trágica: “Bodas de sangre”, “Yerma” y “La casa de Bernarda Alba” y él había fracasado con “El hombre deshabitado” y “Fermín Galán” (luego volvería a fracasar con “El adefesio”, “El trébol florido” y “La gallarda” pero eso fue ya después de la Guerra).
Pero hay otro Alberti, el Alberti comunista, el Alberti que fue a Moscú siendo un poeta grande y volvió siendo un simple y fanático militante del PCE y no hay que investigar mucho porque él mismo se describe.
En marzo de 1937, o sea en plena Guerra Civil, Rafael Alberti y María Teresa León, los intelectuales más comprometidos con la causa republicana, hicieron un nuevo viaje a la Unión Soviética, con tres objetivos.
“Mi tercera visita a Moscú. Mi tercera despedida. Esta vez, más que nunca, me siento como si fuera un viajero que se marchara sin irse, que pudiera verse a sí mismo de camino y a la vez quedándose entre vosotros. Me vuelvo a España, a Madrid. En 1934, cuando vine como delegado al Congreso de escritores soviéticos, embarqué en Odessa. Era el mes de octubre. Embarcaba entonces hacia la España de la revolución de Asturias; luego, la de Gil Robles y la represión más violenta. En 1937, ahora, salgo de Leningrado hacia la misma España que dejé hace dos meses: La heroíca de la guerra civil, de los defensores de Madrid, de los más bravos antifascistas del mundo. Siempre que vine a la Unión Soviética encontré algo de mi país entre vosotros. Esta última vez, desde que atravesé la frontera, me encontré con él por entero. Desde Belosostrov, el nombre de España empezó a llenarme los oídos, a hacerme la respiración más profunda.
Los camaradas Apletin, Kelyin y Mirzov, que fueron de Moscú a Leningrado para recibirme, eran la primera muestra de esa España que luego había de hallar en todos los corazones soviéticos. ¿Cuál es mi visión de Moscú, de este Moscú de mi tercera visita? Como en las fotografías superpuestas, no lo puedo mirar sin ver que España se me transparenta debajo. ¿Qué veo? Siempre el mapa de mi país en todas partes. La casa más inesperada me recibe abriéndomelo sobre sus muros, marcados con exactitud sobre su bella forma (de abierta piel de toro, hoy martirizada, todos los frentes de combate, seguidos con emocionada atención). Su presencia ya no ha de abandonarme nunca durante mi estancia. He de verlo continuamente ante mí, de manera real, o he de seguirlo en el recuerdo a través de las conversaciones, de los mítines, de los discursos, de las representaciones de teatro. Antes, los otros años, cuando visitaba, por ejemplo, una fábrica, el principal interés de los obreros era el de demostrarme el aumento de la producción, la mejora de la calidad de los productos, etc. Ahora, esta vez.
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Nos invitaron una tarde, a mi compañera y a mí, los trabajadores de la fábrica Thaelmann, de encajes. En el salón de actos, la camarada Kaganovich, con motivo del día de la mujer, leía un detallado informe a un extenso auditorio, compuesto en su mayoría de trabajadoras. En primera fila, las más viejas obreras de la fábrica vestían los antiguos trajes populares.
Cuando aparecimos, estalló una inmensa ovación, coronada de vivas a España, de calurosas manifestaciones de simpatía y amor hacia nuestra lucha y sus héroes. Tocando una trompeta plateada, aparecieron formados los pioneros. Después de saludarnos, se destacaron dos, subiendo a la tribuna. La ceremonia fue sencilla, llena de ingenuidad y gracia. Empinándose y alzando los brazos, mientras nosotros curvábamos el cuerpo, nos rodearon el cuello con la roja corbata que les distingue, anudada por un pequeño broche plateado, haciéndonos el honor de nombrarnos pioneros, rejuveneciéndonos con esto hasta la más primera adolescencia. Las viejas trabajadoras, con una agilidad imprevista, cimbreándose y cantando a la vez, bailaron al son de una antigua melodía que recordaba los villancicos españoles. Los saludos, los discursos, las más pequeñas intervenciones, todos los aplausos fueron para España. Aquel Moscú, aquellos ciudadanos soviéticos que tenía ante mis ojos se exaltaban por mi país, me llevaban a él, dejándomelo clavado ya toda la noche en la memoria. Y así, por todos los sitios, esa misma sensación de España transparentándose a través de Moscú, fundiéndose en un solo entusiasmo, en una sola cosa.
¿Qué queréis, camaradas y amigos? Mi Moscú de este año es el de la fraternidad y el entusiasmo por mi patria. Parece como si nuestro mapa se hubiese prolongado hasta el vuestro y mis pies siguieran pisando su propia tierra. He visto las nuevas construcciones de vuestra capital, la aparición de nuevos cafés, tiendas, almacenes.
También he recorrido el Metro. Moscú se ensancha, crece, se perfecciona. Estáis alegres. Vivís cada vez mejor. Llega la primavera... Pero, cuando regrese a Madrid, permitidme que diga a sus defensores, a todos mis compañeros, que el Moscú de 1937, el mío, el que yo he visto y sentido, es el que, emocionado y con un sólo pensamiento, abre todas las mañanas los periódicos para leer las crónicas de Kolzov o Ehrenburg y los telegramas venidos de allá lejos: de los frentes heroicos de la Libertad.”
La llegada del 18 de julio
Y así llegó el 18 de julio y el Alzamiento nacional. Curiosamente a la pareja les cogió de vacaciones en Ibiza (no hay que olvidar que Alberti gran poeta o poeta comunista revolucionario fue siempre un “Bon vivant”, a quien le gustaba comer en los mejores restaurantes, hospedarse en los mejores hoteles y las grandes mariscadas o “frituras de pescaitos”. La propia María Teresa le contaba a su amiga María Zambrano que casi siempre tenía que estar frenándole, sobre todo con el exquisito caviar ruso), pero disfrazados y escondidos consiguieron salir de las islas y en agosto ya estaban en Madrid y acomodados en “su” casa, que no era otra que el Palacio de los Marqueses de Heredia-Spínola, incautado por el Gobierno del Frente Popular para sede de la “Alianza de escritores Antifascistas”.
Alberti, a pesar de la situación dramática que se vivía en la capital recibió la sublevación militar con cierta alegría, porque consideraba que “aquello” podía significar lo que fue la “Primera Guerra Mundial” para el triunfo de los soviéticos de Lenin en Rusia. Y enloquecido se dispuso a levantar al pueblo y arrastrar a todos los intelectuales para vencer a los fascistas… y como para ello necesitaba un medio de expresión rápidamente puso en marcha “El Mono Azul”, una publicación volandera en la que obligó a colaborar a todos los escritores que habían permanecido en Madrid.
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Son los días y los meses del comunista fanático y el revolucionario ciego que ya sólo vive por y para la Revolución. Pero también el intelectual que se encarga con Bergamín de organizar el “II Congreso de Escritores Antifascistas” que se celebraría en Valencia en 1937.
En “El Mono Azul” despliega el odio del revolucionario para quien el fin justifica los medios, aunque por el camino tenga que pasar por encima de los cadáveres de los que no piensen como él. Curiosamente desde el primer número de la revista escribe una sección que titula “A paseo”, en la que va atacando primero a los escritores e intelectuales que no se ha sumado a la Revolución y luego a los que se muestran fríos e indecisos.
Lo que no sabía Alberti es que su fanatismo intelectual los milicianos de a pie interpretaban sus acusaciones teóricas como órdenes para acabar con los citados y en Madrid se hicieron famosos los “paseos” que daban a los “enemigos” y que no era otra cosa que sacar de sus casas o de sus escondites a los señalados y darles un “paseo” hacia la muerte en las cunetas de las carreteras o en los jardines o arboledas próximas a Madrid.
Por tanto no nos sorprende que Juan Ramón Jiménez dijese del poeta gaditano, aunque sin citarle: “cuidado con esos señoritos, imitadores de guerrilleros que exhiben por Madrid sus rifles y pistolas de juguetes vestidos con monos azules muy planchaditos”.
Y ahora nos vamos directamente a la noche del 28 de noviembre de 1936, porque aquella noche sucedió algo que marcó para siempre a Rafael Alberti. Según Eduardo de Guzmánlos líderes del Congreso de Escritores Antifascista habían organizado un homenaje a las Brigadas Internacionales que ya se habían incorporado a la lucha y de momento habían conseguido frenar a las tropas de Franco en la ciudad universitaria y naturalmente allí estaban esa noche la flor y nata del PCE, los escritores afines, los mandos militares comunistas y anarquistas, el Embajador ruso y algunos altos cargos de la embajada y ¡cómo no! los influyentes Iliá Ehrenburg, el escritor, y el gran comisario Mijail Koltsov, el hombre de Stalin en Madrid durante la Guerra Civil española.
Durante la cena, en el gran salón del Palacio, se sirvieron los manjares que acompañaban siempre a Alberti: caviar, filetitos de langosta, colas de cigalas, “pescaito frito”… ¡y jamón! Curiosamente los españoles se ponían “moraos” de caviar y los rusos y extranjeros de jamón.
A los postres Rafael Alberti tomó la palabra y tras agradecer a los jefes de las Brigadas que ya estaban participando en la batalla de Madrid, el general soviético Kléber y el húngaro Maté Zalka “Lukacs”, y el líder comunista francés André Marty, leyó, con la voz profunda que siempre tuvo el del Puerto de Santa María, un poema que le dedicaba a los brigadistas.
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