26 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

El Embajador de España jubilado explica que en este conflicto "los gobiernos nacionales no están actuando en base a principios, sino a sus intereses"

Los retos de la guerra de Ucrania para otoño: El diplomático García Valdecasas analiza su 'preocupante' situación

El Cierre Digital en
/ Banderas de la Unión Europea delante de un mural iluminado con los colores de Ucrania.
La guerra que mantienen Rusia contra Ucrania tras tres meses de conflicto aún no ha terminado. Tanto es así, que Ignacio García-Valdecasas, el que fuera ministro consejero y encargado de negocios de la Embajada de España en Moscú, afirma que la situación del país ucraniano es "preocupante" de cara al otoño. El exsecretario de la Embajada en la URSS (1981-1985) analiza los retos a los que se enfrenta Ucrania y comenta que "vamos sonámbulos al desastre".

La invasión de Ucrania es una violación del derecho internacional, un uso ilegítimo de la fuerza sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. No es algo habitual, pero tampoco excepcional. La mayoría de las veces por obra de EE.UU. y de la URSS/Rusia. La UE y sus miembros han reaccionado de muy distinta manera ante las distintas intervenciones militares ilegales. Baste recordar las reacciones ante la destrucción de Irak y hacer una comparación con el conflicto actual. 

España es miembro de la OTAN y debe ser un socio leal por muchas razones. Entre otras, porque no iría en nuestro interés el no serlo. El que fuera secretario de la Embajada en la URSS (1981-1985) y ministro consejero y encargado de negocios de la Embajada de España en Moscú, de 2013 hasta 2015 –Ignacio García-Valdecasas–, votó a favor de la permanencia de España en la OTAN en 1981 por dos razones.

Porque habiendo vivido en la URSS consideraba que, en efecto, el peligro soviético era real y porque sabía que la pertenencia a la OTAN era una condición previa al ingreso de España en las CC.EE. Para España ha sido muy positivo albergar la reciente cumbre de la OTAN en Madrid por razones múltiples. Sin embargo, se debe poner en duda lo acertado de haber mantenido y ampliado una organización creada contra la URSS cuando ésta desapareció.

La UE tiene sus propios intereses que no coinciden necesariamente con los de EE.UU, y la defensa de esos intereses no incluye el uso de Ucrania para desangrar a Rusia. Desgraciadamente no puede predicarse lo mismo de la postura de, al menos, un sector de la clase política de EE.UU –basándose en sus propias declaraciones–.

Las citas a Morin y a Habermas se refieren a sendos artículos publicados en la prensa internacional en mayo pasado cuya lectura es muy recomendable. Las de Kissinger, a sus declaraciones en Davos y, más recientes, al WST. Mucha sabiduría que en los tres casos roza el centenario. La escuela realista norteamericana (Waltz y Mearsheimer) ha ido prediciendo lo que iba a ocurrir y ha ocurrido.

Algunos analistas, pocos, tienen una visión “heterodoxa” y afirman que el conflicto es una lucha soterrada por el control de EURASIA y que el objetivo es debilitar irreversiblemente a Rusia. Ahora partiremos de la visión oficial y ortodoxa. Los miembros de la UE estamos defendiendo a Ucrania de la agresión rusa adoptando fuertes sanciones contra Rusia y suministrando ayuda militar y de todo tipo a Ucrania. Y lo hacemos porque creemos que Ucrania es un país soberano e independiente y tiene el derecho a establecer las alianzas militares que estime oportunas.

La OTAN le abrió sus puertas en la cumbre de Bucarest en 2008 y las mantuvo abiertas, al menos, hasta que empezó la guerra. Desde 2008, la diplomacia rusa dijo sin cesar que consideraba la entrada de Ucrania en la OTAN como “una amenaza existencial”. Las mismas palabras que usó Kennedy con Kruchov en la crisis de los misiles de Cuba en 1962 según el intérprete Jack Matlock que luego sería el penúltimo embajador de EE.UU en la URSS.

La defensa de la libertad de los países soberanos para establecer alianzas militares es, pues, un principio de carácter general que tiene vocación universal y supone la superación de la teoría de las zonas de influencia que antaño impusieron las grandes potencias. Con lo anterior en mente podemos considerar que lo ocurrido en Ucrania podría repetirse en otras latitudes.

Así, por ejemplo, Vietnam que se siente amenazado por el expansionismo de China podría establecer una alianza militar con EE.UU e invitarle a establecer una base naval en el Golfo de Tonkín y bases terrestres en su frontera con China. Ésta debería aceptarlo porque Vietnam es un país soberano. En cualquier caso, nosotros defenderíamos a Vietnam si China se opusiera y obrara en consecuencia. Lo mismo podría suceder en Cuba si en uso de su soberanía decidiera establecer una alianza militar con China y ésta estableciera bases en la isla. En una tesitura similar, nos posicionaríamos del lado de Cuba frente a EE.UU.

Quien haga este razonamiento se percatará enseguida de que está muy alejado de la realidad. China nunca aceptará bases militares de EE.UU a pocos km de su frontera ni EE.UU aceptará presencia militar china en el Caribe. Es más, Bernie Sanders, de los senadores norteamericanos el menos sospechoso de imperialismo, hace pocos meses nos recordó de manera muy inoportuna que la doctrina Monroe sigue tan vigente como el día en que se formuló y que EE.UU no aceptará ninguna presencia militar extranjera hostil, no solo en su vecindad sino en todo el continente americano desde Alaska hasta Tierra de Fuego. A continuación, Sanders añadió que, aunque los vecinos de las grandes potencias son soberanos para definir su política exterior, deben actuar con sabiduría y hacer un cálculo de costes y beneficios. A buen entendedor…

Por si esto fuera poco en el mes de abril un microestado del Pacífico, las Islas Salomón, firmó un tratado en materia de seguridad con China. EE.UU despachó rápidamente una numerosa delegación para reunirse con el gobierno de las Islas Salomón. Al final de los contactos, y acosado por los medios internacionales desplazados para la ocasión, el jefe de la delegación norteamericana declaró que, si se materializaba la presencia militar china en las islas, EE.UU no descartaba una intervención militar en las mismas. ¡A 12.000km de su territorio!

En la realidad, respetamos las esferas de influencia de EE.UU porque es un país muy poderoso y porque es aliado, socio y amigo nuestro. Lo mismo hicimos con la URSS por la primera de las razones citadas. Porque era muy poderosa. Es dudoso que nos enfrentásemos con China si ésta le negara a Vietnam el derecho a establecer alianzas militares con terceros países porque China tiene la potencia suficiente para oponerse. Pero sí estamos aplicando el principio contra Rusia porque creemos que es lo suficientemente débil.

Obviamente no se trata de un principio. Y si una conducta no se basa en principios, debe basarse en intereses. Esto quiere decir que estaríamos apoyando a Ucrania porque nos interesa. Cuando se actúa en base a principios puede ser normal no hacer cálculos precisos, pero cuando se actúa por interés hay que usar la calculadora.

La mayoría de los analistas coinciden en que esta guerra no se habría producido si no se hubiera orquestado, con ayuda de algunos miembros de la OTAN, en 2014 un golpe de estado contra Yanukovich, presidente ucraniano legítimo y legalmente elegido, y si Ucrania hubiera mantenido el estatuto de neutralidad y no pertenencia a ningún bloque militar recogido en su Declaración de Soberanía (16-07-1990) y en su Declaración de Independencia (24-08-1991). Neutralidad reiterada por Yanukovich en 2010. “La única posibilidad es un acuerdo que garantice la neutralidad de Ucrania”, nos señala Morin. La posición correcta de Ucrania, según Kissinger, es ser un estado tampón neutral.

¿Estamos haciendo el cálculo correcto?

En primer lugar, nos estamos arriesgando a una guerra nuclear. Esta es la obsesión de Habermas que nos recuerda que “en la Guerra fría aprendimos que una guerra contra una potencia nuclear ya no puede ser ganada en ningún sentido razonable” y que será Putin quien decida cuando la OTAN/UE traspasan el límite entre la ayuda a Ucrania y la beligerancia en el conflicto. Viví en Moscú la primera mitad de los años 80 del SXX. Aquellos años terribles de tensión permanente desde la invasión de Afganistán hasta las primeras reuniones entre Reagan y Gorbachov. Por eso me asombra la frivolidad y la ligereza con la que se está viviendo por doquier el conflicto actual. Parece que excluimos por completo la escalada incontrolada, el accidente o el delirio que pueden llevarnos fácilmente al escenario nuclear. Estamos en el momento Sarajevo 1914 y no en el momento Múnich 1938. Putin no es una reedición de Hitler (Morin y Habermas). Kissinger nos ha advertido.

En segundo lugar, y a corto plazo, vamos hacia una crisis económica de consecuencias impredecibles. Crisis energética, crisis alimentaria. A esto se suma un rearme generalizado. El resultado será una recesión con inflación. Los economistas deben explicarnos con detalle y sin miedo los efectos negativos que las sanciones que hemos adoptado contra Rusia van a tener contra nuestra economía. Una Alemania empobrecida y gastando el 2% de su PIB en armamento despertará sin duda viejos fantasmas franceses, pero ¿seguirá dispuesta a pagar más del 25% de presupuesto de la UE?

Sin que haya habido expropiación ni confiscación por parte rusa, hemos abandonado nuestras inversiones billonarias en Rusia y estamos siendo reemplazados por empresas chinas. Hemos renunciado a explotar las riquezas de Siberia y se las vamos a dejar a China.

En tercer lugar, y a largo plazo, quizás estemos cometiendo un trágico error estratégico y estemos empujando a Rusia en brazos de China. Kissinger nos alerta de este riesgo. Tarde o temprano EE.UU y sus aliados tendrán que enfrentarse a China. Rusia ya no estará ahí y si estuviera, estará del lado de China.

A la vista de lo anterior cabe preguntarse si era nuestro interés acompañar el empeño anglosajón en meter a Ucrania en la OTAN.

¿Sabemos a dónde vamos?

Sí sabemos ya cuáles van a ser los resultados: la destrucción de Ucrania, la ruina de Rusia, el empobrecimiento y debilitamiento de una UE con un futuro incierto, un posible enriquecimiento de EE.UU. Y, en todo caso, de sus industrias armamentista y energética, el claro enriquecimiento y fortalecimiento de China, el abandono de los desafíos mundiales como la lucha contra el cambio climático, contra las pandemias y contra el hambre, ente otros.

Debemos ser consciente de todo esto y nuestros líderes no deben hacerse trampas al solitario. La UE y los gobiernos nacionales deben hacer el análisis de los costes y beneficios porque no estamos actuando en base a unos principios sino en base a intereses y quizás los intereses en presencia no sean los nuestros.

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