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COLUMNAS

Sentido común

Columna de opinión por José Francisco Roldán

El sentido común se ha definido como el conjunto de conocimientos, creencias y explicaciones, fundamentados en la experiencia personal o la sabiduría popular. Los expertos nos dicen que llamamos de ese modo al conocimiento que todos compartimos y consideramos evidente. Son conclusiones a las que llegamos cuando tratamos de analizar cualquier situación.

Aristóteles lo atribuía a nuestra capacidad de percibir de manera casi idéntica los mismos estímulos cuando estos hacen diana en nuestros sentidos. Otros sabios pensaban que se trata de un matiz psicológico que hace analizar y extraer ideas similares. Descartes añadía que el sentido común hace de puente entre el ser racional y mundo físico, que incluye tiempo y espacio. Los pragmáticos dicen que son creencias sobre aspectos prácticos y útiles habituales. Es la creencia generalizada en ciertas ideas, pero dentro del contexto en el que se desenvuelve nuestra existencia, sin obviar su espacio temporal.

Los hay que consideran incuestionable una opinión o idea descalificando otras que puedan ser útiles, buenas o verdaderas. Los que estudian al respecto concluyen que el sentido común es un concepto que solemos utilizar cotidianamente para referirnos a piezas de conocimiento que parecen evidentes. Lo que todo el mundo debería tener claro, pero no es incuestionable, pero damos por sentado que al vivir experiencias similares todos extraemos conclusiones similares.

Se entiende que el sentido común para una sociedad moderna, enmarcada en un Estado de Derecho, la división de poderes y el imperio de la Ley, debería asegurar las condiciones perfectas para su desenvolvimiento normal. Los españoles deseamos compartir espacio en busca del progreso y bienestar ejerciendo derechos en paz y seguridad. Con todas esas premisas completaríamos la definición para el tiempo en el que nos ha tocado vivir.

La gran mayoría de ciudadanos compartimos ideas con similares experiencias personales influidos por un extenso bagaje de sabiduría popular. Nos avergüenza el constatar, porque obras son amores y no buenas razones, que una parte de nuestra clase política desarrolla otras creencias fundadas en no se sabe muy bien qué. Parece asumir experiencias carentes de sentido y sabiduría. Hemos escuchado hablar de un sentido común especial para los gobernantes actuales, que ignoran sus deberes obviando la protección de tantos derechos, que pisotean o agreden sin miramientos. 

Y lo peor es que están llegando al colmo de considerar el sentido común tradicional como un arcaísmo que debe ser superado. Porque sus nuevos análisis y reflexiones, abusivos y despiadados, fundamentan su idílico orden social. Respaldan sin rubor ese paradigma de lo bueno, preñado de optimismo y progresía, que muchos otros consideran demencial.

Los que traicionan, mienten y falsean la realidad tergiversando cualquier cosa, por incuestionable que parezca, son nuestros gobernantes. Son un pésimo ejemplo de sabiduría y lucidez, que disimulan para hacer progresar a unos adeptos insuflados de falaz bienestar y comodidad. De ese modo, contradicen al sentido común de quienes implantaron cimientos éticos y valores heredados de gente cabal.

Para muchos de los españoles la congruencia de los pillos ejerciendo el poder significa apropiarse de recursos públicos, repartir prebendas entre paniaguados obedientes o comprar voluntades. Consideran normal manipular datos y estadísticas, endeudarse sin complejos, ignorar sus compromisos internos y externos o defraudar las expectativas de los ciudadanos. Legislan para proteger y respaldar abusos de quienes asaltan la propiedad privada.

No dudan en sobornar a otros corruptos disponibles, promocionar el enfrentamiento y calumniar para someter a los ciudadanos al dictado de sus intereses ideológicos. Protagonizan iniciativas globalizadoras en contra de las legítimas expectativas de colectivos y profesionales de España. Se someten en cuerpo y alma a perturbadoras alianzas afectando seriamente al bienestar y progreso de sus ciudadanos. Favorecer ataques contra los símbolos del Estado y su integridad constituye el ideario de un grupo de malandrines exponiendo lo que entienden como su sentido común. 

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