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Fachada del edificio del Congreso de los Diputados en Madrid, España, con columnas y esculturas decorativas en el frontón.
COLUMNAS

Paladines del odio

Columna de opinión por José Francisco Roldán

A principio de este año escribíamos sobre los odiadores, esas personas que hacen daño por razones varias. En muchas ocasiones el odio es el resultado de una envidia inapelable, que atenaza los sentimientos provocando una animadversión incalculable. No es sencillo recorrer una prologada existencia sin verse atrapado injustamente por una ajena demostración de odio.

Hay quienes deciden adornar sus relaciones con una pertinaz inquina, a flor de piel, que les sirve de combustible cada día. Por eso debemos lidiarlos con la máxima habilidad para esquivar su contacto. No siempre es posible, lo que añade un plus de crispación a nuestro cotidiano modo de seguir conviviendo.

Los correveidiles  desempeñan un perverso papel creando enfrentamientos y disidencias irreconciliables, lo que no ayuda demasiado para tratar de mantener la compostura en situaciones puntuales. La capacidad para blindarse o gambetearlas dice mucho del talento innato de quienes las sobrepasan con soltura. Pero son muchos los que se ven abocados a un conflicto cierto y grave, que resulta traumático o trágico.

Sobrellevar con entereza un entorno odioso no es bueno ni para el que regala maldad, que sufre en silencio la desesperada necesidad de imponerse. También es muy complicado evitarlo cuando se infecta el espacio familiar, auténtico veneno que separa, aísla o derrumba lazos que marcaron el origen de una obra construida por quienes nos trajeron al mundo o se empeñaron en ensamblar.

 Los detractores profesionales suelen venderse haciendo daño sin remordimiento alguno rellenando espacios televisivos, convenientemente incentivados por carroñeros de la comunicación. Hay adalides del odio rebuscando en las miserias ajenas para obtener beneficios. La historia del mundo se ha construido creando y desmontando episodios de odio irreconciliables. La mayoría de los cuales, simplemente, se van aplazando periódicamente, siempre y cuando existan interesados en reverdecer afrentas o soplar con eficacia sobre los rescoldos de la tragedia.

En el universo de las miserias políticas, más aún, en la galaxia de las ideologías, es un recurso muy socorrido para hurgar y hacer sangre con discretas o evidentes maniobras de propulsión. Nuestros especialistas en el pasado no han hecho más que recuperar litigios ancestrales, que supusieron grandes episodios de odio.

Entre esos sabios del ayer, movidos por una militancia culpable, hay odiadores añadiendo cadáveres a la pira funeraria común. Sobre todo cuando se habla de contiendas armadas civiles, donde se produce una acumulación incontrolada de enemistades vecinales y familiares. Hay quienes añaden odio a una historia inacabada, sobre todo por quienes necesitan polarizar posturas que les proporcionen rentabilidad partidaria. En muchas ocasiones, sin vinculación personal con quienes protagonizaron aquellos ejercicios de ganar, perder y matar.

No es bueno enaltecer banderas o símbolos de quienes incentivaron el odio, que en estos días proponen hacer causa general de un episodio concreto para crispar. Además de para ofender tratando de extender su dolor vicario. Tienen mucho que callar y hacerse perdonar los paladines del odio, verdaderos hipócritas aderezando sin pudor reminiscencia superadas y solapadas por la generosidad de tantos españoles.

La polarización social es una herramienta ideológica perseguida en muchos puntos del mundo. Esa contracción se ha apoderado de la vida cotidiana en nuestra nación, avasallada por demasiados intereses perversos, que logran de ese modo pingües beneficios. Los grandes hipócritas se empeñan en lanzar mantras sobre lo que hay que ser y hacer actuando de forma vergonzosa.

Escuchamos a no pocos representantes políticos, con el apoyo de sicarios de la palabra, alardeando de pretender consensos y propiciar convivencia. Pero echan leña al fuego intransigente. Los sostenedores de la inquina mienten y etiquetan para engordar el ego compartido de los más obtusos. Es evidente el afán represivo del gobierno protegiéndose sin rubor del supuesto odiador discrepante. No son pocos los que están deseando perder de la escena política a tantos paladines del odio.  

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