
Los traidores más cercanos
Columna de opinión de José Francisco Roldán
En muchas ocasiones hemos escuchado decir que teniendo amigos así para qué necesitamos enemigos. Un modo de explicar la ignominiosa demostración de deslealtad, que nuestro entorno regala demasiadas veces. Las traiciones familiares son muy dolorosas, y aparecen como epílogo de dramas solapados por timidez, acatamiento, discreción o hipocresía.
El engaño, abandono o críticas injustas han labrado unos derroteros por donde el cariño se pierde. El núcleo familiar es el primer punto de apoyo donde construimos nuestra personalidad, que se verá mediatizada a través de actitudes empapándonos los sentimientos.
Y en esa fortaleza del cariño aprendemos a ponernos de pie cuando las caídas nos sorprenden y necesitamos empuje de los que tienen más capacidad. La supuesta unidad familiar se resquebraja cuando atisbamos puntuales signos de contradicción o la confianza se derrite por el efecto perverso del egoísmo.
La tirantez secular entre padres, hijos y hermanos irrumpe sin control cuando las posturas se encuentran ante una bifurcación de intereses. Donde los asuntos económicos eclosionan con inusitado vigor. No es extraño comprobar cómo romper promesas supone un drama, porque la confianza se quiebra.
El dolor de la traición
El perdón puede adormecer cuitas, pero no las hace desaparecer instalando una discreta señal de alerta, porque seguimos viviendo con esa rémora disimulada, si no llega al resentimiento.
Los amigos y compañeros arrancan el corazón a pedazos cuando comprobamos el modo en que responden a la generosidad mejor entendida. Se atribuye a William Shakespeare el siguiente pensamiento: “Hay puñales en las sonrisas de las personas y, cuanto más cercanos son, más sangrientos resultan”.
La traición de un amigo cercano no define quién eres, sino quién es esa persona, por eso no debemos considerar a todos desleales, porque hay buenas amistades, auténticos tesoros, que se hacen sentir en cualquier circunstancia. Pero hay que cuidarla para evitar que se marchite. El roce completa un cariño sincero, que debemos alimentar cada día.
Debemos desprendernos de las relaciones tóxicas, por muy estrechas que hayan podido ser. Apartarlas supone una de las mejores lecciones de vida que podamos acumular. La confianza se debe aferrar a nuestras relaciones sociales con fortaleza, a prueba de retos y envites aderezados de interés perverso.

Los representantes políticos se deben a los votantes, que han hecho posible su encumbramiento social. Una vez aposentados en el escaño parlamentario no deberían ignorar su adscripción territorial e intereses colectivos, aunque en España los diputados y senadores no tienen mandato imperativo, delegado por una organización para funciones y tiempo.
Se trata de un mandato representativo, que no limita sus actos a las exigencias concretas de sus electores o grupos de presión dejando libertad para optar según su conciencia. Sin embargo, esa libertad de conciencia está sometida a un partido político; más aún, al dictado de quién los pone en la lista electoral.
A pesar de la etiqueta, sirve a un mandato imperativo, que ordena qué botón debe pulsar, incluso, cuando ese voto se opone a los intereses generales de la sociedad. Los traidores cercanos suelen votar en Madrid contra los intereses de sus votantes y provincias desde donde suelen viajar.
No hay excusas para justificar el respaldo a la desigualdad, al trato insolidario y el desprecio a unos compromisos electorales, que deberían ser el objetivo esencial de su función representativa. Es desleal sin paliativos votar a favor de la amnistía y validar cambios legislativos para favorecer la impunidad de quienes atacan la unidad de España y los derechos de todos sus ciudadanos.
No hacen más que vender su conciencia a quien les permite embolsarse emolumentos privilegiados y aprovecharse de una influencia social desmedida, que debería revisarse. Es hipócrita tratar de engañar a los votantes con artimañas pergeñadas por quienes redactan arengas falsas.
Buena parte de los electores traicionados derraman bilis quejándose de semejante deslealtad. Otros, que ni sienten ni padecen, continúan tragando sapos soportando la indignidad de los traidores cercanos.
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