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Personas con equipo de protección y chalecos reflectantes limpian lodo en una calle después de una inundación.
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Límpidos

Columna de opinión por José Francisco Roldán

Hay adjetivos que forman parte de la existencia de los hombres, entre otras razones, porque se han jugado muy seriamente la supervivencia. Todos los esfuerzos científicos realizados hasta la fecha para mejorar el aseo y la limpieza han redundado en un alargamiento de la esperanza de vida, además de aderezarla con más calidad. Lo inmaculado, además de acentuar la excelencia, trasciende al plano sobrenatural, aceptado por una enorme cantidad de gente buena.

La inmundicia o porquería suele estar enemistada con la limpieza, aunque no podemos ignorar las ventajas que cualquier deshecho orgánico beneficia a la producción, que no es el caso. La limpieza debe estar complementada con una eficaz desinfección, porque en otro caso la apariencia no hace más que causar problemas. La profilaxis, por tanto, garantizaría el bienestar.

En estos días, después de la tragedia afectando a varias zonas de España, la obsesión de vecinos y autoridades competentes se ha fijado en el restablecimiento de niveles aceptables de limpieza y desinfección. La prevención ha resultado un fiasco. Los escombros y residuos están produciendo un deterioro del medio ambiente y salud general de una población escandalizada, dolorida y cabreada. Es palmaria la evidente carencia de medios para tratar de restablecer lo que consideran su normalidad.

Además de atender la alimentación de tantos necesitados, no se tardó en requerir la entrega productos para limpiar, desinfectar, asear y proteger el cuerpo, que exige atenciones añadidas. No podía ignorarse los daños colaterales apremiando asistencia médica y farmacéutica, imprescindibles para los enfermos crónicos y sobrevenidos. Voluntarios, operarios, militares y profesionales de todas las ramas imaginables se están empeñando en quitar estorbos, asear y desinfectar. Todo para que los miles de damnificados supervivientes puedan volver, como mínimo, al tiempo previo a la tremenda agresión que asestó la naturaleza.

Independientemente de las tareas mecánicas al uso, los españoles seguimos exigiendo limpieza ética, moral y legal, verdadera pandemia hispana, que nos están infectando pertinazmente. Los avances científicos poco pueden contra la putrefacción del comportamiento. Deberían esmerarse en lograr remedios para adecentar conciencias y corazones, tan buenos para el bienestar común. Hay enfermedades sociales tradicionales donde aparece enquistada la delincuencia común.

Es un imperativo luchar contra la plaga de seres sucios y traidores, que se han apoderado de la vida, seguridad y patrimonio de los ciudadanos. Muchos españoles estamos asqueados por esa tremenda capacidad con la que ensucia la nueva casta política mangoneando y enriqueciéndose desde sus púlpitos de poder e influencia. El vetusto conocimiento escrito del pensamiento filosófico acogía la salud ética como una preocupación recurrente para orientar la actividad del ser humano hacia lo inmaculado.

El complemento religioso ha ocupado su espacio social para construir ideologías limpias moderando conductas y controlando la suciedad moral. El bien y el mal representan el paradigma de lo positivo y negativo en el desarrollo de la convivencia. Una parte influyente de la sociedad hispana, bien acomodada en la poltrona política, está poniendo en evidencia esa antigua propuesta de los sabios exigiendo limpieza ética.

Una persistente mugre moral se ha apoderado de algunas conciencias para asegurarse el futuro de los suyos y tanto sicario ideológico adherido a una banda criminal bien organizada. Cualquiera que ose desapegarse de las reglas impuestas por el jefe, sufrirá las consabidas represalias. La corrosión avanza cuando no hay limpieza, asepsia y medicación social eficaz. Se demanda comportamientos adecuados a la ética, que está emparentada con el bien común.

De no ser así, padeceremos la actual miseria moral de quienes se han aposentado en las mentiras, sinónimo del mal. Como recoge el lema de la Real Academia Española, deberíamos exigirle a nuestra casta política, sin aspirar al esplendor, que es demasiado, fijeza y limpieza. No hay más remedio que encontrar respuestas decididas y serias para erradicar su influencia. Es imprescindible poder imponerles legalmente que sean muy límpidos.

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