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Fachada del Congreso de los Diputados en Madrid, España, con columnas y estatuas de leones a ambos lados de la entrada principal.
COLUMNAS

Indecente e intolerable

Columna de opinión por José Francisco Roldán

Si en nuestras relaciones personales consideramos esencial la decencia, en la actividad política, que debería ser ejemplar, cobra un valor supremo. El recato, la honestidad y la modestia social no tiene dobleces a la hora de ejercer el poder. La dignidad en lo que hacemos o decimos supone un deber inaplazable, incluso poniendo en juego el éxito partidario.

Lógicamente, como en tantos otros gestos sociales, lo que debe ser, no tiene nada que ver con lo que puede ser, pero está muy lejos, por lo que conocemos, de lo que es. Una patulea de caraduras se ha adueñado de la influencia social mediante la compra de voluntades y el reparto de prebendas para imponer pleitesía. Los que desean medrar en política tienen que pasar por el control de desvergüenza, examen propio de los incompetentes defensores de la adhesión sin rechiste.

El oprobio es gratuito, como la traición despiadada en momentos de necesidad, porque los paniaguados sustentan la lealtad con el invisible sedal de la perfidia. Las amistades peligrosas no hacen más que destruir compromisos cuando el casco del respeto presenta vías de agua. No hay decencia en política, como tampoco hay corazón o lealtades rocosas, aunque debemos reconocer las excepciones merecedoras de respeto y consideración.

La gente decente, la que suele llevar la vergüenza desde casa, tiene más posibilidades de superar tentaciones en ese hábitat despreciable. No hay justificaciones ni coartadas que puedan oponerse a semejante ejercicio de cinismo en el manoseo del poder. Porque no todo vale, a pesar de que en realidad es precisamente el problema. Para los sinvergüenzas vale todo, si es que merece la pena pelear por conseguir ventajas y dinero.

Los sobornadores resultan esenciales para quienes se dejan sobornar. Tanta responsabilidad tiene quien da, como el que recibe, aunque los que detentan posiciones oficiales deben soportar una mayor retribución penal, además de la ética. Ésta, que aparece habitualmente entre los principios del buen gobierno o administración, ha dejado de valer en unos malditos tiempos del desprecio a lo cabal. Y si es indecente, también es intolerable, insufrible, inaceptable, infumable y despreciable.

Para eso están las leyes y quienes deben pedir explicaciones, siempre y cuando, esos mismos indeseables no hayan rectificado los tipos penales para administrarse adecuadamente la impunidad. No se puede aceptar la tergiversación normativa para impedir el castigo, indultar o amnistiar, proceloso divertimento de un gobierno indecente con el comportamiento más inaceptable.

Además de escandalizar a quienes consideran imprescindible la decencia en política, debemos reconocer la insolente desvergüenza ante las autoridades europeas. Estas reciben, absolutamente asqueadas, toda una serie de iniciativas legales propias de una banda de piratas. Tanta bazofia política está agotando la comprensión de los justos, que no saben cómo enfrentarse a tanta vileza usando los resortes de la razón y el respeto.

No hay confrontación posible si no disponemos de seguridad jurídica y el imperio de la Ley. El filibustero patrio, acompasando el desaire con sus amigos sectarios, fortalece sus herramientas perversas si una tropa de votantes continúa admitiendo desmanes de ese calado. Habrá que ampliar el abanico de lo indecente abarcando a ciudadanos empeñados en sostener esa amalgama de timadores manipulando lo que es, sin duda, indeseable.

La sobreactuación erigiéndose en el paladín de la democracia no es más que una excusa de mal pagador, porque aparenta una fortaleza ética impostada. El socorrido temor a la derecha, como si fuera una marabunta destrozando los cimientos de la prosperidad y bienestar conseguidos, se abraza para enrocarse en una defensa numantina para conservar los enormes privilegios del poder.

Líderes elegidos para la gloria dicen: “O yo o el caos”. Mientras maquillan el rostro y la realidad disimulando una entereza frágil, las ratas comienzan el abandono de un barco zozobrando. Habrá quien esté acomodando dineros y futuros en paraísos fiscales inalcanzables para la posible extradición, lo que no deja ser indecente e intolerable.  

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