Chocolate espeso
Columna de opinión por José Francisco Roldán
Muchos ciudadanos muestran su indignación por el comportamiento de algunas autoridades, más propio de delincuentes escurriendo la acción de los jueces. Interponen artimañas y falsedades para evitar el imperio de la Ley, que debería ser su referente fundamental. Falta leal sinceridad, que supone un valor excelso de la gente cabal, porque interponen una pertinaz ofensa a las normas legales.
Estos nuevos ricos de la casta política, y sus secuaces administrativos, se inflan con descaro fardando de transparencia, cuando no hacen otra cosa que esconder y tergiversar la realidad. Sus adeptos, incluso bien informados, parecen asumir la deriva autoritaria admitiendo el timo como arma ideológica disfrazada de progresismo, porque siguen ciegamente una retrógrada y casposa idea sectaria.
Aparentando diáfana claridad, quienes venden la corrupción ajena, arremeten contra los encargados de perseguir delitos. Hay difusores de trolas obedeciendo sin rechistar la voz de su amo, machaconamente orquestados, acosando como hienas a jueces, que defienden la Justicia. Se trata de un poder del Estado asediado por la intransigencia perversa de los que se amamantan de recursos públicos. El acervo cultural hispano acumula una serie de frases lapidarias, objetadas por obtusos despreciando lo evidente.
Las cosas claras y el chocolate espeso son vetustas premisas para enaltecer la verdad frente al ocultismo. Solapar la realidad es la asignatura preferida de algunos de nuestros más influentes gobernantes, que lapidan su escuálido saldo diario de solvencia moral y legal. Tras un plazo prudencial de tiempo, no pocos españoles cuestionan con rigor las decisiones políticas en la tragedia de octubre pasado.
Es muy importante separar el trigo de la paja orillando el manoseo partidario, como esa perniciosa costumbre de lanzar trolas para escapar de la crítica justa, mientras se enfanga al oponente. No tardaron en reprocharse olvidos o dejación de responsabilidad entre actores esenciales para la seguridad y vida de los ciudadanos.
Hay más de 230 historias reclamando explicaciones claras, mientras nuestros gobernantes se empeñan en ofrecer chocolate espeso, tan denso como las aguas desbocadas que arrastraron despojos y muerte. El Barranco del Poyo cumplió su función ancestral, que es recoger caudales encauzándolos al mar. Todos sabían para qué está ahí y los efectos perniciosos cuando las aguas se empeñan en superar los límites de la capacidad.
Las autoridades suelen ser bien o mal asesoradas por técnicos, verdaderos conocedores de la materia concreta. En ese papel esencial descansa la eficacia de unos servicios diseñados para el bienestar común. La traición puntual, como la impericia de esos especialistas, supondrá una retahíla de despropósitos causando el mal. Los tergiversadores profesionales se han dedicado a remover conciencias para culpar al oponente de turno, que debería asumir la culpa de semejante catástrofe natural.
Pocos han respondido sobre la estrategia preventiva, sin embargo, no han faltado quienes pusieron en la palestra dónde comió el presidente de la Comunidad Valenciana. Se obvió el mismo dato de otros responsables políticos o funcionarios directamente encargados de impedir o paliar la devastación. Sospechas interesadas y excusas no valen cuando se deben decir las cosas claras, porque la Ley de Seguridad Nacional no deja dudas al respecto.
Cuando la desgracia se impone con esa magnitud, es el gobierno de España el que tiene la obligación legal de proteger a los ciudadanos declarando con urgencia la situación de interés nacional. Sin asumirlo, las autoridades difundieron matracas para escurrir el bulto con la pérfida intención de señalar al oponente político.
Mientras moría gente y muchos perdían todo, los responsables del gobierno de España se entretenían en la elección de los representantes en el Consejo de Radiotelevisión Española y reparto desproporcionado de buenos dineros. Nadie admite la desidia política aportada por quienes debieron acometer la interposición de cortapisas o inconvenientes. Había que haber limitado el poder destructor del Barranco del Poyo y los barrancos que destrozaron Letur. Seguimos reclamando las cosas claras y el chocolate espeso.
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