Carné de conducta
Columna de opinión por José Francisco Roldán
No hace mucho, conocimos la respuesta que un sabio comunista le dio al reportero de turno sobre acontecimientos pretéritos, allá por el periodo de la guerra civil española. Los ancianos, por veteranía en la vida y experiencia acumulada, suelen adoptar una visión objetiva de las cosas y no temen a la sinceridad. Visión ignorada en sus tiempos jóvenes por estar sumidos en aquella vorágine ideológica enfangada en odio y sangre.
Su excelsa figura quedó homologada en la Transición política española, embadurnada de generosidad y sentido común. Ese reconocimiento social a su extenso bagaje literario sirvió como paradigma de la reconciliación. La solidaridad, sentido común y reconciliación es cuestionada en nuestros días por un atajo de obtusos sin fuste. Esa tropa de sectarios sigue sacando provecho personal del enfrentamiento entre españoles formados, incultos o mediopensionistas. Muestran con descaro su malévola intención de provocar episodios despreciables, que tanto hicieron sufrir a nuestros antecesores.
Rafael Alberti, que pretendió, sin éxito, limitar y frenar la deriva criminal de sus correligionarios, compartía siglas y destino cuando sus peores enemigos ganaron la contienda armada. Hay que recordar a los historiadores de pacotillas, militantes sin remilgos, que una buena parte de combatientes desertaron o intentaron hacerlo de aquella matanza absurda; por algo sería. Y en las retaguardias, los criminales se emplearon a fondo para torturar y asesinar a todos los que no eran de su agrado, especialmente, quienes tuvieron algo que ver con la Iglesia Católica.
Pero Alberti aclaró en su último tercio de vida, que la gente se puede identificar con un carné del partido o con el carné de la conducta. Semejante reflexión vale para cualquier momento y situación, ahora que vemos a tanto mentiroso lanzando proclamas de virtud falsificada. Y esa distinción pone en su sitio justo, aunque puedan mostrarse indolentes, condescendientes o complacientes, a buena gente con militancia partidaria. En aquellos años de barbarie incontrolada no faltaron los que promocionaban odio persiguiendo, encerrando o fusilando al oponente.
Ahora, cuando creíamos superada una tragedia incomparable, reaparecen los sicarios de la palabra y asesinos de sentimientos para enterrar la esperanza. Los sabios y referentes descarados de la transigencia ideológica abandonaron temores y reproches para alcanzar, lícitamente, el deseado carné de conducta. Desgraciadamente, un aluvión de tragaldabas ha ocupado el protagonismo político para sembrar cizaña en una parcela de cordura, y se les permite segar cada brote de una etapa floreciente, abonada de perdón y olvido.
Los que dicen algo cuyo comportamiento traicionan no hacen más que solapar expectativas. De ese modo arrebatan el protagonismo legal de una población, que debería decidir sin tapujos quiénes han de ser sus gobernantes. El timo electoral se reconoce cuando los asuntos esenciales se camuflan hurtándolos al debate social. Somos habituales pardillos en manos de filibusteros partidarios manoseando la voluntad de los españoles, que sufren una pertinaz traición.
Los certificados de buena conducta, procedimiento para separar churras de merinas ideológicas, sirvieron a fines concretos, en ocasiones poco respetables, aunque sigue usándose en una Europa moderna y sin complejos. El carné de conducta no tiene formato concreto y se reconoce su validez cuando los demás aceptan de buen grado la sinceridad, respeto y honradez. Nadie puede ir rellenando documentos de cordura, aunque no falta quien decide repartir salvoconductos de adhesión o etiquetando injustamente con apelativos sectarios.
Normalmente, quienes califican sin fundamento suelen ser los que más deberían callar. Estamos hartos de escuchar cómo debemos comportarnos, mientras una legión de desahogados disfruta de los privilegios del poder. Son demasiados los que han descubierto el desalmado ejercicio de imposición, que se está ejecutando en una población asqueada ante semejante compostura. Una buena parte de nuestros responsables políticos actuales detentan sin reparos el carné de partido, porque no estarían habilitados para conseguir el carné de conducta.
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