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Mesa con armas, dinero, drogas y otros objetos incautados frente a un fondo con el logo de la policía.
COLUMNAS

Bandas organizadas

Columna de opinión por José Francisco Roldán

Muchos conocen cómo actúan los grupos organizados. Los medios informativos se esmeran en dar cuenta de la magnitud de sus operaciones delictivas y las gravísimas consecuencias sobre los ciudadanos e instituciones. La delincuencia internacional, como empresas multinacionales, se despliegan en territorios adaptados a su mejor hábitat. Cuanto más benévola sea la respuesta oficial, mejor podrán desarrollar su perversa actividad criminal.

En el caso de España, no hay duda sobre la incidencia del clima, comodidad y nuestro modo de bien vivir. Debemos sumar leyes permisivas facilitando aposento y ventajas para radicarse en determinadas zonas geográficas. Incluso, porque todo tiene utilidad, su incidencia sobre el PIB es reconocida por los especialistas macroeconómicos.

Nuestros políticos, especialmente sobre los que descansa la capacidad de crear leyes, su aprobación y promulgación, suelen olvidar lo más importante. La delincuencia es una lacra que reduce o elimina nuestra seguridad, y debería ser prioritaria. No es aceptable que los criminales se pavoneen con descaro, mientras causan tremendos descalabros en los derechos de la ciudadanía.

La actual preocupación política dominante es perseverar en el desprecio social colocándonos en dos bandos enfrentados. La crispación bien articulada parece garantizar el control del poder deteriorando la convivencia. Son muchos los que viven de esta matraca ideológica empeñada en vencer, sin interés en cumplir las reglas que pueden favorecer el bienestar general. Para calificarse como banda criminal deben reunirse determinados requisitos, entre ellos, tener una estructura organizada y estable con permanencia en el tiempo.

Actuar con apariencia de conformidad con las leyes, aunque solapando sus pertinaces vulneraciones. Los niveles de responsabilidad están repartidos según el puesto que se ocupe y tareas a desempeñar. Sobresalen los promotores, constituyentes, organizadores, coordinadores y dirigentes. Disponen de medios tecnológicos y suelen infiltrarse en instituciones esenciales para lograr sus propósitos y esquivar la respuesta legal.

La cúpula de la empresa criminal suele ocuparla un líder asistido por un reducido grupo de selectos lugartenientes. Es imprescindible imponer dictados y controlar las indisciplinas, que son reprimidas con ejemplaridad. Su capacidad operativa debe llevar consigo el asesoramiento y un entramado contable adecuado para solapar financias e inversiones. Es esencial blanquear capitales. Con su infiltración en los órganos de control e influencia completan la maquinaria perfecta para perpetuarse en su actividad ilícita.

La necesaria acción de propaganda permitirá mostrar su perversión como algo benévolo, generoso y solidario. En casos precisos no habrá duda en utilizar personal intimidante para protegerse de cualquier contestación interna o externa. En el mundo de la estafa, la ciberdelincuencia ha acaparado un papel predominante, donde la extorsión se usa con inusitada eficacia para obtener beneficios. No han de faltar las triquiñuelas para escamotear normas y supervisiones oficiales, bien adiestradas en el arte de la mentira.

No faltarán expertos criminólogos y muchos españoles encontrando semejanzas con el funcionamiento de colectivos y organizaciones sociales como auténticos grupos criminales. Cometen malversaciones, cohechos, falsificaciones, tráfico de influencias, blanqueo de dinero y calumnias sin pudor alguno. Hay determinados partidos políticos articulándose como nuevas bandas organizadas, que se empeñan con fruición en acomodarse y enriquecer a sus líderes. No dudan en saquear los bolsillos de buena parte de la población martirizada con sus estratagemas disfrazadas de legalidad impostada.

Sentimos con dolor la deriva criminal de esa casta política estructurada y estable. Parece vanagloriarse de una historia de sangre y traición, sin propósito de enmienda. Imaginamos una reunión de mafiosos, como aquelarre del desprecio, felicitándose por hacer el mal y alardeando de tropelías. Las películas de Scorsese saben mostrarnos cómo se estimulan los criminales manteniendo su perverso discurso. Los sicarios justifican atrocidades cometidas por los suyos, como debe ser en las bandas organizadas.

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