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Pintura de un hombre con barba y turbante, vestido con una túnica dorada, apoyando su cabeza en su mano.
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Averroes

Columna de opinión de Julio Merino

Señores, y aquí tenéis al gran Pensador árabe, el Médico más importante de su tiempo y grandísimo hombre de leyes por tradición familiar. Su abuelo, su padre y él mismo fueron “Cadí Alchamaa” de Córdoba, o sea Jefe Supremo de la organización judicial, que sólo tenía por encima al propio Califa, aunque era nombrado por el pueblo. El “Cadí Alchamaa” tenía que brillar por sus cualidades morales, por su integridad, por su vida intachable, llaneza de trato, independencia y decoro. Le llamaron al nacer el año 1126 de la Era Cristiana (520 de la Hégira árabe) Abü I-Walíd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd, “Averroes”, pues así le conocieron ya en su tiempo y con ese nombre pasó a la Historia.

Pero, dicho esto, os llamo la atención sobre la figura que tenemos delante. Fijaos bien en su vestimenta, sobre todo lo que lleva en la cabeza y lo que sostiene su mano. En la cabeza lleva un turbante, que algunos piensan que los árabes utilizan para cubrirse de la arena del desierto, de los rigores del calor y de la luz solar.  Pero el turbante era también un elemento espiritual de la fe que identificaba al creyente, hasta el punto de que llamar a la puerta de alguien sin turbante era considerado un insulto.

Con su mano izquierda y apoyado en las rodillas sostiene un libro, o sea la sabiduría. Y ahí, entre esos dos símbolos, hay que situar la grandiosa obra de “Averroes”, entre la fe-teología y la sabiduría-ciencia. Porque toda su vida se la pasó pensando y escribiendo sobre la fe y su relación con la ciencia. Para “Averroes” la fe y la ciencia no son enemigas, sino complementarias, ya que la fe sólo llega hasta donde comienza la ciencia y la ciencia se acaba donde no encuentra respuestas. Si entre el hombre y Dios hay una distancia de 100 kilómetros y la ciencia sólo llega hasta el kilómetro 10 el resto, los otros 90 kilómetros, sólo pueden recorrerse a través de la fe.

Pero fijaros también en sus vestidos. Como veis lleva una túnica larga, que le llega desde el cuello hasta los tobillos. O sea justo lo que el “Corán” manda como vestido del hombre. Lo que demuestra que “Averroes” fue también un buen creyente y que la obra de Mahoma fue su “biblia”.

El legado de Averroes

Como pensador y filósofo  no sólo destacó por sus propias ideas, sino por haber salvado del olvido a Aristóteles y a la filosofía griega, hasta el punto de que muchos le llamarían como sobrenombre el “comentador”. Tanto es así que cuando Occidente descubre a Aristóteles lo hace a través de “Averroes” y hasta el punto de que cuando en París se empieza a estudiar a fondo la filosofía griega le llaman “Escuela Averroes”. Pero, no hay que olvidar que “Averroes” fue, incluso más que filósofo, un estudioso de la medicina y su obra “Colliget”, un resumen completo de lo que se sabía de la medicina hasta entonces. Y tal fama alcanzó como médico que el Sultán de Marruecos lo hizo “Médico de la Corte”.

“Averroes” estudió a fondo el cuerpo humano y especialmente el sistema nervioso y los órganos situados en el tórax-abdomen, o sea los pulmones, el corazón, el esófago, el estómago, los intestinos, el hígado, el bazo, la vesícula, los riñones, la vejiga, el peritoneo y hasta el aparato genital. Aunque sus mejores estudios los realizó sobre los ojos y la vista. Y buscando soluciones para las enfermedades estudia en profundidad los alimentos y las bebidas, las carnes, los pescados, las verduras, la harina, los huevos y las legumbres y las frutas.

Retrato en blanco y negro de un hombre con turbante y vestimenta tradicional.
Averroes | El Cierre Digital

También  escribió mucho sobre la política, el arte de gobernar y los sistemas de gobierno. Para “Averroes” el arte político y el ejercicio de gobierno son una misma cosa que sólo se diferencian en que la primera debe ser la prudencia como sabiduría y la segunda la prudencia como política. “La política –decía- no es un arte practico fundamentado en la necesidad, sino una ciencia especulativa, cuya misión es alcanzar las ideas más convenientes para el gobierno de los hombres y más apropiadas para promover la sociedad humana que mejor se adecue con el orden social necesario”. Para “Averroes” los hombres se clasifican en tres grupos claramente identificables: los materiales, los esforzados y los sabios. Los primeros pretenden conseguir el placer; los segundos el honor, y los terceros los saberes, la ciencia.

Especial interés tuvo a lo largo de su vida luchar contra la corrupción de los políticos, los gobernantes y los reyes. “Muchas veces –escribe- vemos a los gobernantes corromperse y transformarse en hombres tiránicos. Un ejemplo en este tiempo nuestro es el de la dinastía conocida por los almorávides. Al principio imitaban al gobierno basado en las normas, pero luego cambiaron y fueron transformándose en una timocracia en la que dominaba la pasión por la riqueza”. “Cuando la corrupción –escribe en otro lugar- llega a lo más alto del Poder los gobernantes se transforman en tiranos”.

Pero, “Averroes” también escribió mucho sobre su Córdoba y famosa se hizo una respuesta que le dio a quién le preguntó que diferencia había entre Sevilla y Córdoba: “Muere un sabio en Sevilla, y si su familia ha de vender sus libros tiene que llevarlos a Córdoba, donde hallará venta segura; por el contrario cuando muere un músico en Córdoba hay que ir a Sevilla a vender sus instrumentos”.

Ea, Señores, y ahora vamos al encuentro de su buen amigo: MOISÉS BEN MAIMÓNIDES

Julio Merino González, Real Academia de Córdoba

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