Dios de la tierra
Columna de opinión por Federico de Sánchez
Decía Zaratustra, singular personaje creado por Federico Nietzsche: “¿Será posible? ¡Ese santo anciano no ha oído aún en su bosque que Dios ha muerto!”. La relación del hombre con la fuente de la energía universal siempre ha sido complicada. Diríamos que se establece una relación de amor-odio, querer y no querer, de aceptación-negación, de complementariedad… Incluso para quienes niegan la existencia de una realidad trascendental al ser humano.
¿Vivimos dando la espalda a Dios? Hoy día, para muchos seres humanos Dios no existe. Sí, puede resultar contundente nuestra afirmación; no obstante, si observamos (con un mínimo de rigor y sin ningún tipo de falso apasionamiento) y nos detenemos a examinar nuestra vida, día a día, instante a instante, nos sorprendería comprobar que, en la práctica, vivimos manifestando que Dios es ajeno a nuestro diario existir.
Cierto, una cuestión es ignorar y otra distinta negar; en la realidad, nuestra realidad, equivale a lo mismo. En nuestro mundo occidental parecen que han quedado perdidos en la “noche de los tiempos” aquellas vivencias infantiles de miedo y espanto ante un dios (en minúscula) de terror, justiciero y vengativo. Hoy día, en nuestro universo más cercano y próximo, la relación con el Creador -si afirmamos que Dios es sinónimo de Creador, de fuente original- ha variado considerablemente (¿quizás demasiado?), hasta el extremo de vivir una existencia cotidiana alejada de las fuentes de la trascendencia.
La relación del hombre con Dios no está ligada en exclusividad, a la religión, ni siquiera al ámbito de la filosofía, arte o ciencia. Es una relación personal, íntima, profunda, vivencial y experimental. Si vaciamos de estos contenidos nuestra percepción estaría incompleta, igual que una mesa a la que la falta una pata de apoyo. Sin embargo, solemos asistir a una serie complicada de actuaciones que pretenden mostrarnos una visión estática, atrapada en el tiempo y excesivamente dogmática de Dios. Sí, rígida, asfixiante, carente de sentido práctico y nada comprometida con el humanismo de nuestras vidas, lo que de verdad necesitamos como auténtico sentido y consuelo (soy consciente que esta palabra posee un significado que provoca cierto rechazo para algunas personas).
¿Qué papel desempeña la religión en el siglo XXI? Desde nuestro punto de vista, todas las religiones tienen una clara responsabilidad en el distanciamiento del hombre respecto a Dios: demasiada teología, muchos dogmas, leyes, ritos…una lista interminable de prohibiciones, limitaciones y castigos han plasmado un mapa de indiferencia ante el hecho religioso en su manifestación.
La ciencia (las ciencias sería lo correcto de afirmar, dado que la palabra ciencia es una pura abstracción) pretende cubrir el papel de la religión a la hora de explicar el universo, el mundo y al hombre; la ciencia intenta quitar los “miedos ancestrales” del ser humano, explicar el origen de la vida. ¿Y el sentido de la vida?, ¿por qué y para qué existo?, ¿quién soy yo? Las eternas preguntas siguen golpeando nuestras mentes pensantes. La ciencia no consigue explicar aquello que está más allá de su propio campo de comprensión. Lo que es finito y temporal está sometido a la ley natural de “nacer, crecer, brillar y apagarse”; el ciclo de la vida, de la naturaleza es contundente: aquí, en nuestro mundo todo está sometido a la mutabilidad, al cambio, a la impermanencia…
“Dios de la tierra, Dios del universo” son cara y cruz de una misma realidad existencial humana. El dios (en minúsculas) de la tierra es temporal, manejable según nuestras propias expectativas mundanas, partidistas, interesadas, pequeñas y mezquinas… siempre cambiantes según nuestro estado de ánimo; el Dios (en mayúsculas) del universo es eterno en el tiempo, inmutable en su esencia, origen y fuente de toda creación, la unidad a la que el ser humano, inconscientemente, ansía regresar.
Las religiones concretas y naturales nos hablan y perfilan un “dios de la tierra”. La filosofía muestra un panorama, en apariencia, más completo, pero insuficiente. Los místicos, en cambio, viven la experiencia directa, certera y maravillosa de una trascendencia real, de un “Dios del universo”.
Es importante que hagamos una reflexión: la voluntad de vivir implica, necesariamente, la voluntad de estar sano. Los complejos de culpabilidad son uno de los mayores obstáculos para nuestro bienestar. La tensión implica miedo y agresividad; no es el miedo lo que nos motiva, sino la alegría; la satisfacción se revela como un incentivo para nuestra creatividad.
El reino humano es distinto del reino de la física clásica. Vivimos en un mundo construido por nosotros en el plano físico, emocional, psicológico y energético; un mundo, en definitiva, en el eje horizontal. Poseemos la capacidad de hacer algo nuevo e influir en la materia física que forma nuestro propio cuerpo. Si no fuéramos más que máquinas, sólo un mecánico podría aspirar a cambiarnos; pero somos más que esa realidad y podemos transformarnos, también, nosotros mismos.
Debemos partir de nuestro propio universo interior, de nuestro sentir más profundo; por ello, es preciso encaminar nuestros pasos hacia una seria y profunda integración con nuestro ser interior, día a día, estando en la senda adecuada para triunfar como seres humanos.
La palabra es fuente de creación, es vida, es fuerza real y auténtica. La Mística es sinónimo de Vida plena, de abarcar lo inabarcable, de vivir... ¿y existir? Existe una piedra, el Ser Humano vive su experiencia finita y terrenal como esencia de trascendencia, de plenitud armoniosa, reconfortante y sosegada.
Desde la experiencia mística podemos comprender lo inexplicable, aprehender lo infinito, calmar la sed de un corazón herido que grita en los silencios de la eternidad que toma forma en el presente, nuestro presente.
Como suelo afirmar de forma usual: "Vivir es una experiencia maravillosa y única, de la cual debemos dar gracias". Vivir…Vivir el presente desde el presente, sintiendo la fortaleza de la energía del universo que se manifiesta a través de la realidad personal e íntima del ser, nuestro ser. Cada día es una nueva oportunidad de ser nosotros mismos, de autoconocernos, comprendernos, aceptarnos y amarnos…respetando a nuestros semejantes, hermanos y compañeros en el recorrido de la vida.
En las palabras llenas de poesía, sonoras, bellas y armoniosas de ese místico universal que fue y es Juan de la Cruz:
“Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo” …
Y aún, con mayor precisión y concreción:
… “Y, si lo queréis oír,
consiste esta suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal esencia;
es obra de su clemencia
hacer dejar no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.
La espiritualidad está al alcance de todo ser humano. Vivir es algo maravilloso. Vivamos la vida con autenticidad y plenitud. ¡Seamos más místicos… y menos filósofos y religiosos de la existencia!
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