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Personas observan una calle llena de escombros y vehículos dañados tras una inundación.
COLUMNAS

Anegados por el barro

Columna de opinión por José Francisco Roldán

Es complicado substraerse a la noticia que ha protagonizado la actualidad en estas dos últimas semanas. La naturaleza, que sigue reglas estrictas, ha dictado su más terrible modo de poner las cosas en el sitio. Porque el agua, que ha tenido sus cauces dibujados desde siempre, tiene la memoria exacta para discurrirlos, mientras no hayamos interpuesto medidas eficaces para evitarlo.

La indolencia, impericia o negligencia suele regalar desastres naturales cuando no hemos previsto lo que será siempre inevitable. Nuestros obsesos del cambio climático, que centran su discurso en argumentos ciertos, a veces, exagerados con algún interés, nos repiten obviedades en Europa olvidándose de quiénes contaminan más en otras partes del mundo. La mayoría de las personas informadas deben reconocer que la acción irresponsable de los ciudadanos, como los avances tecnológicos desaforados, afectan gravemente al equilibrio natural, y lo solemos ignorar, olvidar o manipular.

Sabemos que el mantra del cambio climático está amamantando, demasiadas veces, de negocios políticos. Como la violencia sobre la mujer o la inmigración desordenada, pero no por eso se debe mirar para otro lado ignorando a los verdaderos expertos, que tienen poca influencia de las decisiones políticas, muchas veces, protagonizadas por los menos dotados. Una serie de torpes con poder desmesurado anegan de barro la vida de gente corriente distraída con argucias ideológicas preñadas de egoísmo y avaricia.

Los especialistas, que suelen tener pocas ventanas abiertas para explicarlo, suelen ser solapados por paniaguados del nepotismo acaparando propaganda para medrar. Los sectarios bien organizados disponen de recursos engrasados para construir relatos falsos con aspecto de rigor irrefutable. Nos mienten con la habilidad propia de timadores construyendo estratagemas bien elaboradas. Demasiados expertos en la trampa y pocos en la prevención y respuesta eficaz de los problemas.

Y no son pocos los que reiteran la nefasta gestión que los poderes públicos han interpuesto ante las últimas inundaciones, que no son nuevas, y por eso, precisamente, previsibles. Las torrenteras, barrancos y ramblas siguen esperando una desmesurada avalancha de agua para demostrar su poder adormecido. La especulación urbanística y la negligencia culpable ha consentido diseñar nuevas construcciones en zonas de alto riesgo, sin construir cortapisas o infraestructuras capaces de controlar las inundaciones.

Los arquitectos e ingenieros diseñaron elementos de encauzamiento y protección, que se construyeron en siglos pretéritos. Nadie con un mínimo de sentido común puede entender que, por razones diversas, algunas peregrinas, se hayan ido aplazando las obras para protegerse de avalanchas que pueden segar vidas y hacienda. Incluso, en alguna ocasión, se consideró adecuado acometer algunos trabajos a modo de parche provisional, que han resultado insuficientes.

Cuando vemos con estupor la tragedia ajena y comprobamos con los ojos encharcados esas innumerables muestras de grandeza humana y generosidad ilimitada de tanta buena gente tratando de salvar, muchas veces sin éxito, la vida o bienes, se constata la falta de sensibilidad y empatía de unos petulantes buscando el modo de rentabilizar la desgracia. Hemos contemplado el ejercicio mezquino de una despiadada lucha partidaria a costa de muertos y desgraciados implorando la eficaz y eficiente respuesta de los poderes públicos, que deberían estar al servicio de los ciudadanos.

Bastante sufren llorando a sus seres queridos para que, además, les reprochemos su enfado y desesperación. La casta política en general, como algunos en particular, con su despreciable conducta, han inundado de fango a quienes deberían atender con urgencia y decisión. Para los expertos en protocolo y demás gaitas debemos recordar que el Gobierno de España puede declarar el estado de alarma en caso de inundaciones.

En Valencia y en otras comunidades autónomas se ha producido una alteración grave de la normalidad, que lo impone sin paliativos, excusas o retórica institucional.  Se hizo en otro tiempo; ahora también, debemos prevenir y expulsar a los que nos han anegado de barro.

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