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Fachada del edificio del Congreso de los Diputados en Madrid, España, con columnas y esculturas decorativas en el frontón.
COLUMNAS

Alquimia ideológica

Columna de opinión de José Francisco Roldán

Cada día hay más ciudadanos que no creen nada de lo que pueda decir el Gobierno español. La credibilidad gubernamental se agotó hace mucho tiempo, porque no hay razón objetiva alguna para considerar cierto cualquier información, por simple que pueda parecer. La hipocresía se ha enseñoreado de sus portavoces, no importa el rango, que nos suelen endilgar una matraca tras otra. En la Unión Europea ocupamos uno de los últimos puestos en todo lo que pudiera considerarse positivo y el primero en los valores más negativos desde el punto de vista económico y social.

Sin embargo, tenemos una sociedad inigualable, fortalecida por la historia de los mejores, donde los españoles, como tantos extranjeros que conviven en armonía y prosperidad, soportan con esfuerzo y determinación la desgracia que nos toca regatear en estos años de penuria ética, moral y legal. Una caterva de obtusos, absolutamente abducidos por la avaricia y ese egoísmo merecedor de una medalla de oro, han acaparado casi todos los resortes del poder para tratar de eternizarse desgarrando sin contemplaciones una herencia de calidad humana férreamente cimentada y fortalecida por sacrificios incomparables.

Atesoramos una magia única, que nos hace, al menos hasta el momento, una tierra privilegiada y sin parangón. Muchas alusiones legendarias sobre España han dejado huella en la historia mundial, de lo que nos sentimos, una buena mayoría, muy orgullosos. Desarrollamos técnicas ancestrales para fundir los metales preciosos, que conformaron un mestizaje único con el que construir armaduras resistentes. Periódicamente, la magia negra, perturbadora y pertinaz, ha tratado de minar la grandeza ética de nuestro modo de ser y comportarnos para ir corrompiendo una fórmula química singular. La alquimia ideológica, manoseada por tragaldabas insaciables, se ha empeñado en deteriorar una pócima a prueba de casi todo; es la fórmula magistral de lo cabal, que protege la verdad y el derecho de un pueblo empeñado en resistir.

No es sencillo competir con una tediosa cantinela psicológica, empeñada en retorcer los relatos para acomodarlos a la propuesta política dominante en estos días. Desgraciadamente, además de los que conocen la realidad, pero la ocultan porque sacan ventajas incuestionables, otra buena parte de ciudadanos, muchos de buena fe, siguen agarrándose a lealtades manchadas de sangre arrastrando mensajes de odio y mucha maldad. Los alquimistas ideológicos no descansan, mientras realizan combinaciones en sus laboratorios de la falacia para obtener brebajes eficaces con los que regatear lo correcto y colocar en los escaparates mediáticos una serie de mentiras disfrazadas elegantemente.

Son muchos, y bien remunerados, los que ofrecen artículos con taras ocultas para colocar productos corrompidos por la falsedad. Desde los púlpitos de la profesionalidad, dentro y fuera de las fronteras, siguen advirtiendo sobre la desgracia colectiva a la que nos arrastran determinados líderes carismáticos envanecidos. La productividad española negativa, como la capacidad de recuperación, el empleo, la solvencia financiera o la influencia internacional nos deja fuera de la toma de decisiones. Ganamos en niveles de paro, corrupción, deterioro social, rebaja de calidad democrática y libertades, dependencia de los enemigos internos y externos, extorsión política, pobreza, retroceso de la eficacia y eficiencia de los servicios esenciales, desmoralización, presión impositiva, cotas insostenibles de la deuda pública, morosidad, desgarramiento legal y criminalidad.

Pero continuamos debatiendo sobre artificios partidarios para crear enfrentamientos sociales, crispación y enemistad cotidiana con la que sostener la capacidad de influir con argumentos absurdos; se trata de distinguir entre nosotros y ellos, extranjeros o españoles, sino compaginar el respeto a la ley y la consideración personal, sin discriminaciones, porque hay que sumar y multiplicar, mezclar lo mejor para conseguir la fórmula magistral de la convivencia y el bien común. Para ese fin precisamos la experiencia y el buen hacer de quienes practican la mejor alquimia ideológica.

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