
La guia del verano joven en España: sol, aventuras y trabajo
Entre los planes vacionales más buscados figuran los festivales, las rutas gastronómicas o el descanso en los pueblos
España en verano es una explosión de luz, alegría y posibilidades. Para los jóvenes, esta estación va mucho más allá del descanso. Es sinónimo de experiencias únicas, reencuentros, libertad y sí, también de trabajar duro.
Entre baños de mar, escapadas a la montaña y noches interminables de música, se cuelan historias de esfuerzo, ingenio y muchas anécdotas que puedan algún día ser contadas.
La playa, la montaña y la música: el tridente sagrado del verano
Cuando llega julio, las playas se llenan de toallas, risas y planes que no necesitan mucha organización. Basta con bajar con amigos, mojarse los pies, correr hacia el agua como si no importara nada más. No hay sensación que se compare a la de sumergirte en el mar después de un día de calor. Ese primer chapuzón, el alivio inmediato, el cuerpo que se
relaja.

Luego viene el resto. Jugar a las palas sin preocuparse por el marcador, chapotear como críos, echar unas cartas bajo la sombrilla, merendar lo que sea con la sal aún pegada
en la piel.
Tomar el sol, ponerse moreno y tener cuidado de no quemarse. Y así, entre baños, risas y paseos por la orilla, el tiempo se va sin que nos demos cuenta. Algunos se atreven con el
surf, otros a bucear, a remar, etc., a lo que sea que implique moverse y conectar con el mar. Da igual si es en la Costa Brava, en las calas escondidas de Menorca, en Tarifa o en la
Malagueta: el mar siempre sabe cómo resetearnos. Hay algo en su sonido que nos desconecta de todo lo artificial y nos vuelve a poner en sintonía con lo simple.
Para los que prefieren montaña, el verano también guarda un espacio especial. Subir a lo más alto, paso a paso, sin prisa. Respirar aire limpio, notar cómo las piernas se hacen más
fuertes con cada subida, con cada sendero.
Es una recompensa que no se ve, pero se siente cada vez que regresamos a casa. Y luego están las vistas: llegar a la cima y mirar alrededor con esa mezcla de cansancio y euforia que solo entienden quienes han caminado hasta ganarse el paisaje. Hacer noche de vivac, acostarse en un refugio, despertarse con el
rocío, oír el silencio. Allí no hace falta desconectar del móvil; simplemente se olvida.
Y por supuesto, los festivales. Porque el verano en España también suena, y muy alto. Cada fin de semana hay un cartel que promete canciones que te sabes de memoria y otras que te sorprenderán. Bombastic, Arenal Sound, Medusa, Sonorama, Mad Cool, Sonórica...

Da igual cuál elijas, todos son una excusa perfecta para vivir algo distinto. Dormir en una tienda de campaña, hacer nuevos amigos en la cola de la ducha, bailar bajo las estrellas, cantar hasta quedarte sin voz. Compartir, reír, encontrarte con gente que está ahí por lo mismo. Por la música, por la experiencia, por la sensación de estar exactamente donde
quieres estar.
Pueblo, piscina y pachangas: la otra cara del verano
No todo el verano pasa entre festivales y playas. Hay algo muy especial en volver al pueblo. Muchos jóvenes lo hacen cada año casi por instinto, como quien sabe que necesita ese
pequeño paréntesis donde todo va más despacio. En el pueblo no hay prisas ni agobios. Se camina sin mirar el reloj, no hay atascos, ni metros abarrotados.
La gente se saluda por la calle, te cruzas con los mismos rostros de siempre y todos te conocen, incluso aunque tú ya no vivas allí todo el año. Te reencuentras con los amigos de la infancia, con los de siempre, y también con los nuevos, con los que han llegado este verano. Se forman pandillas que se juntan en la plaza, en el bar o en cualquier banco del parque. Las conversaciones se
alargan hasta las tantas, bajo farolas tenues o simplemente bajo las estrellas. Visitas a tus abuelos, compartes tiempo con ellos, intentas entender cómo era su verano cuando tenían
tu edad.
Y en esas charlas con los más mayores del pueblo, sin darte cuenta, te llevas historias que se te quedan para siempre.
Y si no hay playa cerca, no pasa nada. La piscina es un refugio más que digno. Vas con los amigos, con los primos, con quien se apunte. Te tumbas al sol, te das chapuzones, corres,
saltas, ríes. Aunque no tenga olas, la piscina también es verano. Y luego están las pachangas, que siempre suelen tener algo en común.

Empiezan con un “echamos una” y de repente estás en un partido donde nadie sabe muy bien quién va ganando, pero todos lo
están pasando bien. A veces se une todo el barrio, o el que pasaba por ahí. Se mezclan generaciones, acentos, estilos. Hay quien se lo toma como si fuera una final europea y otros que solo quieren correr un poco y reírse. Son caóticas, sí, pero también inolvidables.
Y ahí, entre goles y protestas, se va tejiendo otro tipo de verano. El verano del pueblo, el de estar presente, el que no necesita mucho más que una pelota, unas chanclas y ganas de pasarlo
bien.
Sabor a verano: una ruta por España con el paladar
Y luego está la comida, claro. Porque no hay verano completo sin probar lo típico de cada sitio. Ahora que muchos empiezan a viajar por su cuenta, con amigos y con el bono del
Verano Joven en el bolsillo, es el momento perfecto para descubrir todo lo que este país tiene que ofrecer… también en la mesa.

Acostumbrados a los viajes en familia (que ojalá
nunca se pierdan), ahora toca decidir por uno mismo y atreverse a entrar en ese bar lleno de locales, en ese chiringuito sin pretensiones donde se fríe el mejor pescaíto del sur.

Si vas a Valencia o a la Costa Blanca, prueba una buena paella como toca, con su socarrat y todo. En Galicia, un pulpo a feira bien hecho puede cambiarte el día. Y en cualquier rincón, unas tapas entre risas saben mejor que cualquier menú de lujo. Hay que probar para conocer, y más de uno se sorprenderá. No solo por lo bueno que está, sino por las ganas con las que va a querer volver.
Trabajar también es vivir el verano
Mientras muchos descansan, otros aprovechan el verano para ponerse manos a la obra. Camareros, socorristas, monitores, dependientes, repartidores, comerciales, ayudantes en
negocios familiares... los trabajos de verano siguen siendo un clásico entre los jóvenes.

Son una forma de ganar un dinerillo, de sumar experiencia y, sobre todo, de coleccionar
anécdotas que se recordarán con una mezcla de risa y orgullo.
Algunos empleos implican moverse de ciudad en ciudad, llevando campañas, productos o ideas a pie de calle. En esos recorridos, cualquier cosa puede pasar. Desde encontrarse con una huelga que bloquea accesos, escenas con antidisturbios y tensión en el aire, hasta tener que reparar un carrito averiado, improvisando sobre la marcha con herramientas prestadas, ayuda y ganas de tirar adelante.

Aunque en verano también hay imprevistos naturales. En Valencia, por ejemplo, una DANA puede cambiar todos los planes, inundar calles y dejar noticias que ponen los pies en la tierra. Pero aún así, el trabajo sigue, porque la vida no se detiene.

Pese al cansancio, hay algo especial en esos momentos de final de jornada, cuando el sol cae sobre el mar y todo se calma. Esa mezcla de esfuerzo, independencia y pequeñas aventuras deja huella. El verano también es crecer a base de errores y aciertos, descubrir lo que no se aprende en clase, improvisar, lidiar con lo inesperado y seguir adelante con una sonrisa. Porque al final, entre todo ese caos, también se aprende a disfrutar del camino. Y
eso, sin duda, también es parte del trabajo.
Más noticias: