Hace unos días la pareja del verano, Tamara Falcó e Íñigo Onieva, reaparecía después de casi dos meses de vacaciones. Unas que enlazaron con una costosa luna de miel que iniciaron tras su boda, el pasado 8 de julio. La marquesa y el empresario dieron el ‘sí quiero’ en la finca El Rincón, la misma que su madre, Isabel Preysler, salvó de ‘la quema’ al marqués de Griñón. Un enlace mediático, con exclusiva incluida a la revista ¡Hola!, tras el que la feliz pareja inició su esperada luna de miel.

Los ahora marido y mujer enlazaron la luna de miel con sus vacaciones para viajar por todo el mundo. Sudáfrica, Zambia, París, Tahití y Bora Bora fueron los destinos elegidos. Según diversos medios, el precio total de este largo viaje podría superar los 150.000 euros.

Íñigo Onieva y Tamara Falcó en la boda de Luisa Bergel.

Ya en España, la pareja reapareció en la boda de Luisa Bergel —íntima de Falcó y persona que se encargó de presentarle a Íñigo Onieva— con Christian Flórez el pasado fin de semana en Sotogrande, Cádiz. Haciendo alarde de la personalidad que siempre ha caracterizado a la marquesa, Tamara explicó a los medios que la luna de miel había ido “muy bien, fenomenal”. Unas pocas palabras que confirmaban las románticas instantáneas que ella misma publicó en su perfil de Instagram.

Tamara Falcó, “una pija” campechana

A Tamara se le considera la heredera de Isabel Preysler en el papel couché. Dicen los especialistas que aporta frescura y dinamismo, “es como se la ve, sin aditivos”. Cuentan sus amigas que es una chica dulce, simpática, divertida, entrañable, educada y muy femenina. Que no se altera por nada, “es tolerante, muy libre y optimista”, cualidades que ha heredado de su padre, el marqués de Griñón. Afirman que tiene la virtud de hacer sentirse importantes a sus interlocutores.

Que tiene las cosas muy claras, aunque no dé esa sensación. Y que en todos sus movimientos sigue la estela de su madre, quien la orienta en sus decisiones y de quien ha heredado el concepto de la disciplina, la perfección y el orden (“estoy todo el día ordenando”). Como también el cuidado de su físico, para lo que acude al centro de estética de Maribel Yébenes. También, al igual que ella, se levanta tarde, sobre las diez. Desayuna controlando los alimentos, se va al gimnasio y contesta a los emails. Y sobrepasado ya el mediodía comienza su jornada de “trabajo”, llegando tarde a todas partes (como su madre).

Pero ese halo de distracción y naturalidad, con la que admite ser “una pija”, le han valido la comprensión de la opinión pública, que la considera una joven campechana. Eso no es óbice para que le fascine la moda. Suele ser atrevida vistiendo, aunque cree saber lo que le favorece. Pero no siempre fue así, como ella misma reconoce: “Antes me decantaba más por las tendencias, pero he aprendido mucho de mi madre que es una perfeccionista. Ella estudia todas las revistas de moda, pero es fiel a su estilo, y sólo escoge lo que mejor le queda. A veces me dice: 'La gente piensa que tengo un cuerpo perfecto, pero en realidad es que sé cómo tapar mis defectos'… francamente, ¡ya me gustaría tener a mí sus defectos!”. Defectos que sí tiene cuando habla, donde suele sobreactuar pronunciando los vocablos con gran lentitud, como si arrastrara con gran esfuerzo las sílabas, moviendo mucho las cejas al mismo tiempo. Es conocida por sus frases antecedidas de un “o sea” o rematadas con un “¿entiendes lo que te quiero decir?”.

Isabel Preysler y Tamara Falcó.

Quienes la tratan afirman que habla sin pensar antes lo que dice, que es más espontánea que su madre, mucho más reflexiva. Afirman que en ella todo es vehemencia. Lo que demuestra cuando se sitúa frente a un volante. Son conocidos sus percances automovilísticos.

Soltura ante las cámaras y problemas con el volante

En mayo de 2005 la hija de Isabel Preysler empotró su coche, por entonces un Mini gris metalizado, contra uno de los establecimientos de la cadena Starbucks Café, en la madrileña calle de Fuencarral, un local que afortunadamente se encontraba cerrado ya que pasaba de la medianoche. Tamara iba acompaña de su novio, Alberto Comenge Barreiros, y entre sollozos sólo acertó a decir a la policía: “Por favor, por favor, que no se entere mi madre”. Se le practicó el test de alcoholemia y dio negativo.

Pero aquella no fue la única vez que tuvo problemas con su automóvil, sólo cinco meses después sufrió un nuevo accidente a las seis y media de la mañana cuando regresaba a su casa de Puerta de Hierro después de una salida nocturna. Entonces empotró su vehículo contra una mediana de la confluencia de la avenida de Pablo Iglesias con la calle Reina Victoria, llevándose tres jardineras de la decoración urbana. En otra ocasión, la grúa tuvo que retirar su coche de la vía al quedarse sin gasolina.

Pero dicen que cuando ella no conduce, si va de copiloto, se marea. La hija del marqués de Griñón obtuvo su permiso de conducción en la autoescuela San Cristóbal, ubicada en Cuenca capital y dirigida por Rafael Lozano, conocida como la “autoescuela de los famosos”, ya que por sus aulas han pasado toreros como El Juli y Matías Tejela, modelos como Laura Ponte, Martina Klein, Mar Saura o Jaydy Mitchell, cantantes como Andy y Lucas, Malú o Falete, estos dos últimos los únicos que no aprobaron a la primera. Se trata de un sistema intensivo de clases durante una semana.

Toda su vida Tamara Falcó ha estado rodeada de famosos y de medios de comunicación. Eso se nota en la soltura que demuestra frente a las cámaras. Ella, como todos sus hermanos, a los que a veces quita cierto protagonismo, cuida en cada aparición hasta el más mínimo detalle estético y sólo intenta hablar de temas domésticos, algo que no siempre consigue.

Por indicación expresa de Isabel Preysler, sus hijos no suelen hablar ni de política ni de otros temas sensibles que puedan afectarles. Con su hermana Ana Boyer tiene un lazo muy estrecho, ya que compartió con ella toda su infancia y juventud, aunque en los primeros años de su vida le tuvo muchos celos, como si fuera una princesa destronada de su reino de Arga 1. Hoy están acostumbradas a compartir casi todas las cosas que les pasan. Se apoyan mutuamente en todas sus decisiones, comparten opiniones y se aconsejan.

Ana Boyer.

También su madre se apoya mucho en ellas, ahora principalmente en Tamara. A Isabel le encanta fomentar la complicidad entre madre e hijas, tanto que “sus niñas” lucen en ocasiones su ropa. La filipina no entiende que pueda haber rivalidades entre ellas ni con ella: “Una madre siempre quiere que su hija le supere, que sea mejor que ella. En cualquier caso, prefiero tener ideas más cercanas a las de mis hijas y no como ocurrió en su día con mi madre, con la que difería bastante”. Hoy Tamara ya la supera. La niña ha pasado a ser una mujer de casi 42 años, protagonista de la boda más mediática del año. Aún sin hijos, planea formar una familia pronto junto a su esposo, Íñigo Onieva.

La gran autoestima de Tamara, heredada desde la cuna, le ha permitido siempre llevar con mucha naturalidad la atención pública sobre su persona, un lucrativo negocio que ha convertido en su principal guion de vida.