No ha sido fácil pero, ahora, Ugaitz es un niño integrado y feliz. Mónica ha luchado incansablemente. Se ha encontrado con muros infranqueables. Y, al final, ha confiado en su hijo. Decidió dar un salto al vacío y Ugaitz acaba de iniciar primero de la ESO en el instituto Doctor Sancho Matienza de Villasana de Mena (Burgos), y con unas muy buenas notas en su mochila de Primaria. Han tenido suerte, pues en Valle de Mena les dieron la oportunidad que les denegaron en el País Vasco y su hijo tiene ahora un futuro escolar que se veía imposible hace dos años.

La historia de Mónica y Ugaitz no es única, aunque sí ha saltado a los medios de comunicación tras la denuncia realizada por Lagundu Euskadi. La asociación de defensa de los derechos de los alumnos con necesidades educativas especiales acudía esta semana al Parlamento vasco para reclamar que los niños con problemas de aprendizaje o comunicación puedan estudiar en castellano y recibir apoyo educativo en castellano pues, de lo contrario, se está forzando a sus padres a buscar alternativas fuera del País Vasco, en zonas próximas como Las Merindades.

Esto no va de rechazar el euskera, afirma Mónica. Mucho menos de política o enfrentamientos territoriales. Sino de apostar por un modelo educativo más flexible, que ofrezca alternativas a los alumnos con necesidades especiales. Y que se regule por ley, para que la discapacidad no sea una medida de descarte. «Se está arruinando la trayectoria escolar de niños con discapacidades leves por el bilingüismo», asegurada Raquel García, presidenta de Lagundu Euskadi, pues el problema no es el trastorno sino el idioma.

«No es el TEA sino el idioma»

Se trata de niños, como Ugaitz, que tienen dificultades de aprendizaje o comunicación pero que pueden perfectamente integrarse en un programa educativo ordinario con el apoyo correspondiente, y evitando la educación en euskera, pues no es su lengua materna y para ellos supone un hándicap. Sin embargo, en el centro escolar de Balmaseda (Vizcaya) al que acudía Ugaitz hasta hace dos años «le echaban la culpa a su diagnóstico de TEA, y no es el TEA sino el idioma», insiste Mónica, pues en castellano supera los cursos con buena nota y en euskera ha acumulado suspensos.

Ugaitz fue diagnosticado, muy tarde por cierto, de autismo. Su trastorno está más cercano al Síndrome de Asperger, explica su madre, así que sus dificultades se centran en la comunicación y nunca ha tenido un mal comportamiento. No obstante, en cuanto se conoció su diagnóstico y se comunicó al centro escolar «se le cerraron todas las puertas», asegura Mónica. Ella pidió reiteradamente que su hijo recibiese las clases en castellano, con apoyos en castellano si eran necesarios, pero su petición cayó una y otra vez en saco roto.

«No son flexibles», insiste, y acaban anteponiendo el bilingüismo al aprendizaje de los niños. Mónica lo tenía claro, Ugaitz podía sacar el curso si recibía los apoyos adecuados. Suspendía todas las asignaturas salvo Lengua Catellana, eso significaba algo. Sin embargo, en el colegio no entendían su empeño y casi la miraban con lástima, como a una madre más que no tiene asumido el diagnóstico de su hijo. «Te hacen dudar de las capacidades de tu hijo», se lamenta, «y eso no lo perdono». Como tampoco perdona el golpe a la autoestima que sufrió Ugaitz.

Cuando se empeñan en que el problema es la discapacidad (en este caso el TEA) e insisten en que no puede sacar las materias como el resto de los compañeros, al final «la autoestima cae por los suelos». Y Ugaitz estaba frustrado. Todo lo contrario de lo que siente en Valle de Mena, donde profesores y compañeros le han acogido sin problemas, han comprendido cuáles son sus dificultades y trabajan para superarlas. El primer año, en quinto de Primaria, acabó con una nota media de 8,5. Similar el pasado curso y, ahora, ha entrado en el instituto.