Hablar de María del Rosario Cayetana Alfonsa Victoria Eugenia Francisc Fitz-James Stuart, o lo que es lo mismo, la Duquesa de Alba, es hacerlo de una de las personas que más huella ha dejado en la historia de España. Tan noble como gran protagonista de la sociedad más Top prácticamente desde su infancia.

Fue una mujer única y adelantada a sus tiempos. De hecho, si hubiera nacido más tarde, habría sido una de las grandes ‘influencers’ de este Siglo XXI ya que fue protagonista incluso cuando no quería serlo, moderna como pocos y marcando tendencia por su espontaneidad y simpatía que la convirtieron en un ser único.

Rebelde con causa, como si del mismísimo Frank Sinatra se tratara siempre vivió… “A su manera”. La única heredera de uno de los legados más importantes de la aristocracia española: la Casa de Alba. Para muchos con una infancia de cuento, y para ella, en una ‘jaula’ a esa libertad de la que siempre hizo gala. Llegó al mundo a las dos de la madrugada de un 28 de marzo de 1926 mientras sus padres disfrutaban de una amena charla en el Palacio de Liria con Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala.

Con tan insignes padrinos de bautizo, los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, ya sabía la protección que tendría desde sus primeros días de vida pero con la estricta disciplina de Palacio. Tana o Tanuca, como le llamaban en su niñez aprendió rápidamente; se convirtió en una experta en arte, algo que le apasionaba, haciendo de ello y de la puntualidad y ganas de vivir su principal virtud. Su infancia estuvo marcada por la enfermedad de su madre, a la que dejó de ver una vez que le diagnosticaran tuberculosis.

Tana nunca entendió que le privaran de verla, algo que marcó de lleno su infancia, especialmente tras el fallecimiento de su madre, lo que hizo que se trasladara a París. Poco después comenzó su idilio con Sevilla, ciudad a la que llegó junto a la hermana de su padre, su tía Sol; en Sevilla vuelve a sonreír, disfruta de su niñez, descubre su pasión por el mundo del toro, otro arte que amó hasta el final de sus días. El flamenco y montar a caballo completaban sus aficiones de cabecera.

Esa feliz etapa en la capital andaluza, que tuvo que abandonar al llegar la Guerra Civil, hizo que la Duquesa de Alba siempre quedara cosida piel con piel con Sevilla, la que sentía su casa y lugar más especial del mundo. Daba igual que pudiera viajar a otros sitios o estar alguna temporada en Madrid, porque su corazón siempre le hacía regresar a esa ciudad con la que siempre tuvo un idilio hasta el final de sus días, hasta el punto que fue nombrada ‘Hija Predilecta de Andalucía'.

La Duquesa de Alba era a Sevilla lo que Sevilla era a la Duquesa. Porque ella con su presencia dabas vida a Sevilla y su ciudad de referencia le daba vida a ella. Era imposible hablar de Doña Cayetana sin hacer referencia en algún momento a la capital andaluza, una ciudad tan especial como la Duquesa de Alba.

Rompió tantos corazones como estereotipos, algo poco adecuado de cara a la galería, al tratarse de una persona con un gran estatus social. Se codeó con la ‘creme de la creme’ debido a su gran vida social: Charlton Heston, Sofía Loren, Ava Gardner, Claudia Cardinale, Audrey Hepburn, Wiston Churchill, Jackie Kennedy, los Príncipes de Mónaco, Aristóteles Onassis, Yves Saint Laurent o el mismísimo Picasso.

Solidaria al máximo y referente en todas las revistas de papel couché y programas del corazón, donde nadie ha podido sucederla, ni su propia hija. Era habitual verla acompañada de sus íntimos Carmen Tello y Curro Romero, con los que mantenía una estrecha relación. Volvió a enamorarse en sus últimos años de vida de Alfonso Díez, curiosamente del hermano de un amigo de su segundo marido, Jesús Aguirre, y como ella devoto de la Hermandad de los Gitanos... Tras encontrarse, nunca se volvieron a separar a pesar de que su relación le provocó un gran problema con sus hijos, desconfiados de un funcionario en la Seguridad Social que junto a la Duquesa calló bocas con su bella historia de amor.

A Cayetana no le importaron las críticas por estar con un hombre menor que ella, ni la ‘guerra’ suscitada con sus hijos. Hace oídos sordos y se casa el 5 de octubre de 2011, en una boda que fue noticia mundial, poniendo la guinda a una historia de amor ante la que no pudieron ni las presiones ni los reproches. La Duquesa se casa con Alfonso Díez, que no dudó en renunciar a la pensión, títulos y usufructo, así como todo tipo de honores y los derechos que pudieran corresponderle como Duque de Alba.

Genio y figura hasta la sepultura, Cayetana no duda en descalzarse y bailar sin zapatos ante la prensa, y en presencia de su ya esposo, como si de la mismísima Ava Gardner en ‘La Condesa descalza’ se tratara, rompiendo cualquier tipo de protocolo y haciendo gala de esa naturalidad y simpatía que la hacían única.

La duquesa de Alba fallecía en la mañana del 20 de noviembre de 2014 a los 88 años en su residencia predilecta, el Palacio de Dueñas acompañada de los suyos. Amó hasta su último suspiro. Fue despedida por más de 80.000 personas en la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Sevilla, que no dudó en homenajear con el máximo respeto a una de sus ‘Embajadoras’ más ilustres. Sevilla se vestía de luto como muestra de respeto. El aire de Sevilla… la añora.

Porque Cayetana fue noble por herencia pero especialmente por su corazón y su forma de ver y entender la vida. Hasta el punto, que desde su adiós, nadie ha podido tomar el relevo de Doña Cayetana por el gran legado humano y social que dejó.