El último cruce de versiones contradictorias en la guerra de Ucrania lo ha protagonizado de nuevo el portavoz del Ministerio de Defensa ruso, Igor Konashenkov, quien no ha tardado en atribuir el ataque de la central nuclear de Zaporiyia a un grupo de sabotaje ucraniano. Más de lo mismo.

La propaganda y contrapropaganda forman parte de las herramientas utilizadas por los bandos en contienda. El objetivo es confundir, desmoralizar, crear ruido. Rusia es experta hasta el punto de que el presidente ruso, Vladivimir Putin, llegó a engañar a la comunidad internacional, si no a toda, a gran parte, cuando afirmó que no atacaría Ucrania, que el movimiento y despliegue de tropas rusas en Bielorrusia y en el Mar Negro se debía exclusivamente a maniobras conjuntas entre ambos países que, en principio se iban a realizar durante diez días y que después de prolongaron otros tantos más. De lo que se trataba era de terminar lo que había comenzado hace un año: el despliegue de un ejército terrestre artillado hasta los dientes por el este y norte, y reforzar su flota del Mar Negro, basada en Crimea.

Putin acusa a Zelenski de haber incumplido los Acuerdos de Minsk de 2015, acusa a los ucranianos de cometer crímenes de guerra, de ser unos nazis y mercenarios que utilizan a los civiles rusos como escudos humanos y advierte a Emmanuel Macron, presidente francés, en su séptima conversación desde el inicio de la guerra de que está dispuesto a ocupar todo el país y de que lo peor está aún por llegar.

La realidad es que Occidente compró el discurso de Putin y no las advertencias de los servicios de inteligencia de Estados Unidos que perdió su credibilidad en la Guerra del Golfo de 2003 con la farsa de las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía el presidente iraquí Sadam Husein y que su homólogo George Bush utilizó para invadir el país.

Lo cierto es que por una cuestión u otra, Estados Unidos y Rusia siempre se enfrentan con un país de por medio. Esta vez le ha tocado a Ucrania estar en el tablero pero con la diferencia de que el enfrentamiento tiene lugar en Europa y la Unión Europea ha aprendido de las cinco guerras balcánicas.

Ucrania, sin ser miembro de la Unión pese a las reiteradas peticiones de ingreso lanzadas por su presidente, Volodomir Zelenski, está más cerca que nunca (en 2011, estuvo a punto de firmar y poner en marcha el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea frenada por la destitución del entonces presidente Viktor Yanukóvich), algo a lo que su homólogo y enemigo número uno, Vladimir Putin, no se opone. De hecho, nunca le ha importado hasta que se ha dado cuenta de la reacción rápida de los 27 y de su coordinación con Estados Unidos, Reino Unido, Japón y Canadá, entre otros, hasta el punto de conseguir que 141 países de 193 miembros de la ONU condenasen la invasión rusa de Ucrania.

Ahora ya no es descartable que otros países, incluso muy cercanos a Rusia, se viesen tentados a pedir la aceleración de los trámites para su ingreso o directamente, iniciarlo. Moldavia lo solicitó el jueves, pero están Armenia, Georgia, Azerbayán y la propia Bielorusia.

Sabemos que en la mesa de negoción de ambos países en litigio, reunidos en dos ocasiones en Brest, Rusia pide el reconocimiento de la independencia del Donbás y de la nacionalidad rusa de Crimea anexionada en 2014, la neutralidad de Ucrania y su no ingreso en la OTAN. Además, el hecho de que Putin quiera hacerse con el control de todo el país y, fundamentalmente con las sedes gubernamentales en Kiev responde a su objetivo de reemplazar al Gobierno actual elegido en 2019 con un apoyo electoral del 70%.

Ucrania pide el cese de las hostilidades, devolución de los territorios ocupados y que la Unión Europea y Estados Unidos levanten los embargos, cuando Rusia pague las reparaciones de guerra.

No sabemos con exactitud en qué parte se ha avanzado y si la opción de contar con un mediador de prestigio como se ha sugerido ya está más cerca.

Hemos visto el poco éxito de mediadores como Jimmy Carter o James Baker pero también el contrario como Lazaro Sumbeiywo en Sudán, Álvaro de Soto en El Salvador o George Mitchell en Irlanda del Norte por citar algunos.

Hay tres escenarios para terminar un conflicto que nunca debió haber empezado: el teatro de operaciones, es decir, Ucrania; Brest, donde tienen lugar las negociaciones bilaterales entre los países en litigio; y la alta política en la sombra. Si las mentiras se dejan a un lado, es posible que se resuelva con menores bajas que es de lo que, en definitiva, se trata.