El sentido común nos dice que la experiencia se adquiere después de cometer errores y fracasos que modelan el comportamiento. Los éxitos no suelen llegar de casualidad, aunque puedan aceptarse algunas excepciones, porque la reiteración de actos y comprobación de resultados va cimentando el bagaje preciso para experimentar, contrastar, mejorar y conseguir los objetivos que se buscan.

Las sociedades, y sus dirigentes, heredando esfuerzos y logros, han ido acumulando la especialización que se requiere para progresar. Nadie entendería el borrón y cuenta nueva sobre inventos y avances tecnológicos que nos permiten disfrutar de mayores cotas de bienestar. Una verdadera retahíla de fracasos nos empodera y hace que seamos perseverantes en la búsqueda de lo mejor.

Solamente los torpes y retrógrados se empeñan, con la petulancia del ignorante o perverso, en no perseguir el bien común. Algunos de nuestros referentes sociales se empeñan en potenciar iniciativas que llaman de progreso, pero hemos conocido la pertinaz obsesión por estropear lo mejor de la herencia transmitida y destrozar con inusitada urgencia determinados comportamientos que deberían tener, como mínimo, mayor tiempo de adaptación.

La incongruencia, basada en el mayor de los fracasos, se ha repetido incuestionablemente para mayor desgracia del bienestar de los vecinos. Error sobre errores no han hecho más que sumar despropósitos que nos están perjudicando gravemente. Repasar sucesos nos permite comprobar que se han seguido sumando garantías para los malos en perjuicios de sus víctimas.

No es sencillo entender que un sistema democrático no tenga recursos eficaces para mantener adecuados niveles de seguridad para sus ciudadanos, que padecen las consecuencias de una falta de responsabilidad por parte de quienes deben legislar y proteger los derechos y libertades de los que padecen muchos y variados delitos. Demasiada gente con capacidad para defender la vida y seguridad se empeña en encogerse de hombros y mirar hacia otro lado olvidando su sagrada obligación.

Abandonan a su suerte, que puede ser muy mala, el vivir en paz tratando de seguir avanzando cumpliendo las normas, incluso, cuando no son justas. No es correcto etiquetar delincuentes regalándoles el protagonismo con alias que les hace perpetuarse en la maldad y servir de ejemplo para los peores aprendices. No corresponder con rigor a los delitos no hace más que incrementar la reiteración y subir el nivel de peligrosidad de los que se ven arropados por esa sensación de impunidad, verdadera rémora de una legislación permisiva y excesivamente generosa, que ignora las penurias de los que padecen tantas agresiones.

No es aceptable escuchar cómo un estafador profesional se enriquece aprovechando la indolencia oficial causando perjuicios económicos a muchos afectados con sus trampas cibernéticas. Tampoco debería tolerarse que un ladrón profesional siga acumulando detenciones por robos con fuerza mientras permanece en libertad esperando sus numerosos juicios. Agresiones injustificables que no llevan derecho a prisión permitiendo que sus autores sigan atemorizando al entorno y provocando riesgo cierto y grave a todo el que pueda estar a su alcance.

De algún modo, esa situación envalentona a los violentos y encarcela en sus casas a los amenazados por una situación injusta. La indolencia general no hace más que recordarnos la sucesión de errores que no permite vivir con tranquilidad. La justificación de tanta parsimonia o abandono no tiene más explicación que una desidia institucional que no se reprocha mediante el delito de prevaricación, pero se acerca.

La población reclusa, ya sea penada como preventiva, no se corresponde con la criminalidad real, que suma muchísimos delitos para los que las penas previstas deberían supone el ingreso en prisión de muchos más autores. En los últimos años, por razones poco explicadas, las cárceles han ido reduciendo internos. Esa circunstancia no tiene nada que ver con la cantidad de infracciones penales cometidas con autores condenados, variable que nos puede hacer considerar que los ciudadanos estamos sufriendo una escandalosa retahíla de fracasos.