27 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Un saco azul llamado Burka

Nunca pensé que la huida del presidente de Afganistán y la retirada del ejército afgano, que no opuso ninguna resistencia a la llegada de los talibánes a Kabul, propiciara que  la bandera maléfica del Emirato Islámico ondeara en el palacio presidencial. Se han hecho con el país en quince días. Los que pensaban que jamás habría retroceso en su historia se enfrentan a la peor de sus pesadillas, especialmente ellas, las mujeres, a quien va dirigido este articulo. Vuelven atrás en el tiempo, vuelven al terror, porque los talibanes imponen de nuevo su ley “la Sharía”.

Casi ni recordamos que en la década de los 70 la vida para las mujeres afganas se parecía a la que pudieron vivir las mujeres occidentales, falditas cortas, sonrisas sin velos, paseos con amigas y amigos en espacios públicos,…en definitiva una vida que permitía los mínimos derechos humanos.

En pleno siglo veintiuno nos preguntamos ¿qué genes tienen estos personajes talibanes que retroceden a lo peor de la Edad Media y viven en la maldad absoluta? ¿en qué creen en realidad? Dicen que su Dios es Alá, pero no es su Dios, sino los talibanes los que amparan las ejecuciones públicas, las flagelaciones y la lapidación, los que justifican cometer ataques con ácido mientras duermen, los que obligan,, por ser mujer, a dejar de trabajar o estudiar, a dirigir por la fuerza sus vidas privadas, a decidir lo que vestimos, comemos, o amamos.

El símbolo de todo ello es el Burka, la vestimenta impuesta a las mujeres afganas en régimen talibán fuera de casa. A principios del siglo XX se adoptó en Afganistán durante el mandato del Emir  Habibullah, quien ordenó su uso a las mujeres que integraban su harén para evitar que su belleza tentara a otros hombres.

Hace algunos años me puse en la piel de una de ellas para Telemadrid, ha sido el reportaje más duro que hecho en mi vida. Para saber qué sentían, cómo veían, escuchaban y percibían la vida dentro de un burka afgano, me vestí con uno de ellos y me paseé por las calles de Barcelona y de Madrid.

Durante mi trayecto pude escuchar de todo: “Son ellas que les gusta ir así”, “Vete a tu país“ o “A saber si llevas ropa interior” es lo más sensible que escuché.

Los españoles con los que me cruzaba sentían miedo, no me dejaron entrar en algunos restaurantes, cuando subí a un autobús algunos pasajeros se bajaron por miedo a un atentado, solo una señora se acercó y me pregunto si tenia familia y con curiosidad me preguntó qué llevaba debajo del burka.

Pasé miedo porque mi visión dentro del burka era casi nula, no se ven ni los bordillos de las aceras, sientes completa claustrofobia, calor insoportable, respirando tu propio CO2 en una oscuridad casi absoluta, por ello muchas de las mujeres obligadas a llevarlo sufren enfermedades oculares, en ocasiones les provoca ceguera permanente.  

Fueron 7 horas muy duras, me sentí muy sola, de hecho solo un hombre se me acercó, un musulmán que me paró y me dijo “¿Qué haces sola? ¿y tu hombre donde está?” Sobran las palabras.

Para realizar la prueba y conocer más sobre el uso del burka, me puse en contacto con la Asociación de Mujeres Afganas y me comentaron que otro de los efectos nefastos de llevarlo es que tus hijos no te reconocen, tienes que hablarles para que sepan quien es su mamá.  

Este terrorismo psicológico hace heroicas a las mujeres que son capaces de manifestarse en la misma cara de los propios talibanes estos días.

Los Talibanes han vuelto y más fuertes que nunca, apoyados por gigantes como China y Rusia, y las mujeres libres del mundo no podemos girarnos de espaldas y olvidar lo que sucede en Afganistán. ¡¡Va por vosotras!!

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