Las fugas más mediáticas: Javier Anastasio y el crimen de los Urquijo.
El 1 de agosto de 1980, acompañó a Rafi Escobedo a la mansión de los marqueses.
Sucedió en el verano de 1980. La crónica negra española estaba a punto de escribir una de sus páginas más célebres. En la madrugada del 1 de agosto los marqueses de Urquijo eran asesinados en su mansión de Somosaguas.
Eran años de Transición tras la dictadura y, por primera vez, los españoles asistían a las miserias de la alta sociedad. Aquella historia contenía todos los componentes y personajes necesarios para escribir el mejor de los thrillers: la mala relación de los hijos de los marqueses con sus padres, los extraños movimientos del administrador del marqués, la chica de servicio que aquella noche durmió en la casa y no escuchó nada, líos de faldas, dos asesinatos con demasiadas dudas y una investigación que, con la perspectiva de los años, fue el colmo de las chapuzas y los errores, cometidos de forma involuntaria o no.
Los marqueses de Urquijo, destacados miembros de la nobleza postfranquista y las altas finanzas, fueron asesinados la madrugada del 1 de agosto de 1980 mientras dormían en su residencia de Somosaguas. Al cabo de ocho meses, su exyerno, Rafael Escobedo Alday, fue detenido y acusado de ser el autor material del crimen, y dos años después era condenado a 53 años de cárcel, a pesar de que en el juicio no se aportó ni una sola pieza de convicción más allá de unos casquillos del mismo calibre usado para asesinar a los marqueses.
Su mejor amigo Javier Anastasio de Espona fue también detenido. Javier reconoció haberle acercado en coche hasta la casa de los marqueses la noche de autos y haberse deshecho, uno o dos días después, de una pistola que Rafi Escobedo le entregó, arrojándola al pantano de San Juan (San Martín de Valdeiglesias, Madrid), pero siempre negó su participación en los hechos. Sin embargo, fue acusado de la coautoría del crimen y cumplió tres años y medio de prisión preventiva. A los nueve meses de salir en libertad provisional, y pocos días antes de la celebración del juicio, decidió fugarse de España convencido de que estaba condenado de antemano. No regresó hasta la prescripción del delito, en 2010, treinta años después.
Cómplices del crimen
Según la versión de los hechos que en su día hizo Rafael Escobedo, que se suicidó, o "lo suicidaron" (pero esa es otra historia), en la prisión de El Dueso, Javier Anastasio junto al administrador de los marqueses, Diego Martínez Herrera y Mauricio López-Roberts, alias "el cazador" fueron cómplices de los asesinatos.
Según su relato, el 31 de julio se encontró con su amigo Javier Anastasio, al que conocía desde la infancia de la pandilla de Somosaguas. Anastasio no pertenecía a una familia de rancio abolengo ni era de apellido noble, pero su padre poseía una gasolinera en el centro de Madrid con la que amasó una importante fortuna, lo que le convertía en un "niño bien" de Somosaguas, círculo al que también pertenecía Juan de la Sierra, hijo de los marqueses. Escobedo y Anastasio, junto a Juan José Hernández, formaban un trío inseparable al que se unía a veces De la Sierra, que aquel día estaba en Londres asistiendo a un curso de banca.
Anastasio y Rafi Escobedo, exmarido de Myriam de la Sierra y exyerno de los marqueses, comieron juntos el día 31 de julio, luego se encontraron con Hernández en el pub Chacarrillo donde tomaron algunas copas y se fueron a cenar al restaurante El Espejo. A las 2.30 de la madrugada Rafi Escobedo pidió a Anastasio que le llevase en su Seat 1430 hasta la casa de sus suegros en Somosaguas, donde supuestamente esperaban, según su relato, Mauricio López Roberts y el administrador de los marqueses, Diego Martínez Herrera.
Uno de ellos llevaba el arma, una pistola Star F Olimpic del calibre 22. También llevaban cuerdas, cintas y un soplete para hacer un agujero en una puerta, en concreto la de la piscina interior para meter la mano y poder abrirla desde dentro. Según Escobedo, fue Javier Anastasio quien hizo el agujero y metió la mano quemándose el brazo en esa acción por lo que pidió que se examinase el brazo de Anastasio, algo que no tenía mucho sentido porque cuando fue detenido habían pasado ocho meses de los asesinatos.
Anastasio solo aceptó que había llevado a Rafi Escobedo a casa de los marqueses y que tres días después tiró una pistola al Pantano de San Juan, tal y como le pidió Escobedo. Se intentó probar sin conseguirlo que unos días después del crimen una azafata, novia entonces de Anastasio, trajo un sobre con dinero desde Londres, sacado de una sucursal del Banco Hispano Americano, donde Juan de la Sierra tenía una cuenta. De hecho, en aquellos momentos el Hispano Americano trataba de comprar el Banco Urquijo y el marqués se oponía, una oposición que murió con él. Pero estos hechos son algunos de los que rodean el crimen, más leyenda que reales.
Su huida
Años después, Javier Anastasio aseguró en una entrevista que su único error fue colaborar haciendo desaparecer el arma del delito, aunque no desapareció del todo pues fue encontrada cuando se produjo una gran sequía y un paseante encontró la pistola y la dejó en el Ayuntamiento de Pelayos de la Presa.
Según contó en su libro El hombre que no fui (2017), coescrito por los periodistas Melchor Millares y Javier Menéndez Flores, estaba convencido de que iba a ser condenado, ya que intuía que detrás había toda una trama y él y Escobedo eran los cabezas de turco. Por eso huyó. Por eso y porque alguien lo avisó, según dijo él mismo.
Después de tres años y medio de prisión preventiva a la espera del juicio que le condenaría a 60 años de cárcel, Anastasio fue puesto en libertad y aprovechó para huir. El 21 de diciembre de 1987, después de hablarlo con su familia, Anastasio cogió el dinero que había ganado de la venta de un apartamento, se subió con uno de sus hermanos a un coche y condujeron hasta Portugal. Y del país vecino a Brasil, donde no había tratado de extradición. Allí vivió tres años donde se sentía como un turista más. Sin embargo, en el citado libro contó cómo tuvo que sobrevivir a la soledad a pesar de que recibía las visitas de sus padres y de su novia, Patricia.
De Brasil pasaría más tarde a Argentina donde formaría su propia familia. Toda su peripecia vital queda retratada en el citado libro. Sin embargo, hay una serie de dudas sobre cómo consiguió evadir la acción de la justicia durante tantos años. Afirma que nunca recurrió al chantaje de autoridades en América para librarse, algo que no deja de ser sorprendente y poco creíble. Más surrealista es su relato de cómo entraba en España para visitar a su familia disfrazado. Todo ello siendo uno de los prófugos más buscados en nuestro país.
En 2010, cuando el crimen de los Urquijo ya estaba prescrito, concedió desde Buenos Aires una entrevista para la revista Vanity Fair en la que mantuvo su versión sobre el crimen. Y en la que afirmó que tampoco se creía la versión oficial de la muerte de su amigo Rafi Escobedo, negando que fuera un suicidio. “Mi gran pesar ha sido no poder despedirme de mis padres. Murieron en Madrid sin ver cómo me convertía en un hombre libre. No pude decirles adiós”, afirmaba.
Siete años después publicó el citado libro junto al periodista Millares. Ya había prescrito también su fuga. Se especuló en esos momentos sobre la posibilidad de que concediese alguna entrevista a una cadena televisiva previo pago de su importe y que estaría colaborando con la producción de una serie sobre el caso Urquijo. Ninguna de estas ofertas llegó a buen término. Sí ha asegurado estar dispuesto a colaborar con el abogado Marcos García Montes que busca limpiar el nombre de Rafi Escobedo mediante un recurso de revisión en el Tribunal Supremo para demostrar que Escobedo no fue el autor material del crimen. Son muchos los que piensan, y algunos los que temen, que Anastasio es el único que puede resolver lo que pasó en la madrugada de aquel 1 de agosto de 1980.
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