Calvo Sotelo, 88 años de su asesinato: Un secuestro y un discurso previo al crimen
El 13 de julio del 36 el político fue raptado por un grupo de oficiales y luego recibió varios disparos como venganza
El pasado 13 de julio se cumplieron 88 años del asesinato del político José Calvo Sotelo. En la madrugada de aquel día de 1936 el diputado monárquico fue asesinado como venganza por el asesinato, el día antes, de José del Castillo, teniente de la Guardia de Asalto y militante socialista. José Calvo Sotelo era hermano mayor del dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo y tío de Leopoldo, quien fue presidente del Gobierno en la Transición.
El político derechista murió solo cinco días antes del golpe de Estado que originó la Guerra Civil. El ministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera fue sorprendido por un grupo de oficiales que se presentó en su casa en un coche del Gobierno. Calvo Sotelo fue obligado a acompañarlos, pero previamente se despidió de su mujer sospechando lo que le podría pasar. A la mañana siguiente, su cuerpo aparecería en el cementerio Este, muerto a tiros.
El gobierno de Manuel Azaña ocultó la vinculación de agentes del Orden Público en el asesinato y entorpeció la instrucción judicial. También censuró a la prensa que catalogó la muerte de asesinato. El Partido Socialista fue conocedor de que militantes de su partido y miembros del sindicato UGT habían participado en el secuestro y asesinato.
El cacecilla del grupo que cometió los hechos era Fernando Condés Romero, capitán de la Guardia Civil. Él y otro de los integrantes comunicaron lo acontecido a los dirigentes socialistas. El partido, por decisión de Indalecio Prieto, encubrió los hechos, hasta el punto de que Condés fue ocultado. Era un delito, pero sobre todo una gravísima deslealtad al Estado de Derecho republicano. Algunos historiadores han señalado a Luis Cuenca Estevas, militante socialista, como autor de los disparos que acabaron con la vida de Calvo Sotelo.
El discurso previo de José Calvo Sotelo
El periodista Julio Merino rescató el discurso que anticipó su asesinato, y relata los hechos que tuvieron lugar aquella mañana del 16 de junio de 1936, cuando los alrededores del Palacio de las Cortes de la Carrera de San Jerónimo se fueron llenando como en los días más grandes de la República. Un público enfervecido aplaudía o gritaba a los diputados según iban entrando en el edificio. Y es que, tanto las izquierdas como las derechas sabían que por lo publicado en los periódicos ese día daría que hablar.
En el orden del día figuraba una Proposición no de ley presentada por el líder de la CEDA, José María Gil Robles, sobre la situación del Orden Público en España que era en realidad una Moción de Censura contra el Gobierno. Porque los datos que iba a denunciar el líder de las derechas eran: Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio, según publicaba El Debate, se habían producido los siguientes hechos: Iglesias totalmente destruidas, 160. Asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, 251. Muertos, 269. Heridos de diferente gravedad, 1.287. Agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215. Atracos consumados, 138. Tentativas de atraco, 23. Centros particulares y políticos destruidos, 69. Ídem asaltados, 312. Huelgas generales, 113. Huelgas parciales, 228. Periódicos totalmente destruidos, 10. Asaltos a periódicos, intentos de asalto y destrozos, 33. Bombas y petardos explotados, 146. Recogidas sin explotar, 78.
Y además se sabía que el otro líder de las Derechas, José Calvo Sotelo, “la iba a armar”… y eso sucedió. Porque si ya el discurso del señor Gil Robles calentó el ambiente, el discurso del señor Calvo Sotelo hizo que estallara el polvorín. Por su interés, y por la transcendencia que tuvo aquel discurso, que fue la gota de agua que colmó el vaso de las dos Españas y el que, en última instancia, llevó primero a su asesinato y después a la Guerra Civil, reproducimos el texto integro, recogido del Diario de Sesiones de las Cortes Españolas.
El Sr. Presidente: tiene la palabra el Señor Calvo Sotelo.
El Sr. Calvo Sotelo: Señor Presidente, señores Diputados, es ésta la cuarta vez que en el transcurso de tres meses me levanto a hablar sobre el problema del orden público.
Lo hago sin fe y sin ilusión pero en aras de un deber espinoso, para cuyo cumplimiento me siento con autoridad reforzada al percibir de día en día como al propio tiempo que se agrava y extiende esa llaga viva que constituye el desorden público, arraigada en la entraña española, se extiende también el sector de la opinión nacional de que yo puedo considerarme aquí como vocero, a juzgar por las reiteradas expresiones de conformidad con que me honra una y otra vez.
España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa…Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producidos en España entera.
España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular. (Rumores).
La vida de España no está aquí, en esta mixtificación. (Un señor diputado: ¿Dónde está?) Está en la calle, está en el taller, está en todos los sitios donde se insulta, donde se veja, donde se mata, donde se escarnece; y el Parlamento únicamente interesa cuando nosotros traemos la voz auténtica de la opinión…
La República, el Estado español, dispone hoy de agentes de la autoridad en número que equivale casi a la mitad de las fuerzas que constituyen el Ejército en tiempo de paz. Porcentaje abrumador, escandaloso casi, no conocido en país alguno normal, si queréis en ningún país democrático europeo. Por consiguiente, no se puede decir que la República, frente a estos problemas del desorden público, haya carecido de los medios precisos para contenerlo.
¿Cuál es, pues, la causa? La causa es de más hondura, es una causa de fondo, no una causa de forma. La causa es que el problema del desorden público es superior, no ya al Gobierno y al Frente Popular, sino al sistema democrático-parlamentario y a la Constitución del 31.
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